El Peluconismo Como Revolución Cultural
Enviado por Felipe • 29 de Junio de 2014 • 1.986 Palabras (8 Páginas) • 289 Visitas
El peluconismo como revolución cultural
La gestión pelucona frente al bajo pueblo cobra una intencionalidad que va más allá de lo coactivo y puede calificarse de proyectual. Los sectores plebeyos debían desempeñar un rol que iba más allá de la simple obediencia, debía ser algo muy diferente de lo que habían sido.
Es en ese contexto que la construcción social pelucona adquiere un sello de “revolución cultural”, inducida si desde el Estado, incidiendo en el carácter que adquirió el nacionalismo chileno. Además, las directrices debieron entablar una compleja negociación con los valores y costumbres del propio sujeto popular, que de este modo logró imponer algunas condiciones a cambio de su eventual asimilación al nuevo marco identitario.
Con respecto a los puntos referencias que distinguían esa “dirección saludable”, uno de ellos era el concepto de Republica, que adoptaba ahora un sentido hacia el cumplimiento de deberes más que hacia el ejercicio de derechos. Mientras, el araucano coincidía el sistema republicano no con la plena soberanía popular, ni con la participación política, sino con una mayor laboriosidad, una moralidad, un mayor celo por el respeto que se debe a la ley.
El gobierno se esmeró por rodear los actos y los cargos oficiales de la mayor solemnidad, en lo que por lo demás no hacía sino reproducir antiguas prácticas coloniales, carrerinas, ohhiginistas e incluso pipiolas. Portales veía en el Senado una falta de ceremonial que entre solemnidad y precedencias a las autoridades y magistrados, influían en el desorden público y en la degradación de esas magistraturas. También se refería a la falta de trajes particulares que distinguieran a las magistraturas en el ejercicio de sus funciones y en los actos públicos. Así, solicitaba al congreso que formase un reglamente para aquello.
Ese reglamento estuvo a tiempo para solemnizar la toma de posesión de la presidencia por parte de prieto, ceremonia que se hizo coincidir con la celebraciones del 18 de septiembre. Las decoraciones de la ciudad, las luminarias, los himnos de los niños, sirvieron de marco para aquella ceremonia, bajo distintas consignas, que daban fe de la decisión de mantener el sistema de orden que de entre la corrupción ha hecho renacer al país bajo la moral. También hubo las típicas ceremonias: juramento ante el congreso pleno, traspaso físico de la banda presidencial, misa de Te Deum en la catedral, saludo a la multitud desde el palacio de gobierno. Además, en la plaza de armas estaba la guardia cívica de infantería, con ese aspecto impotente que les da la disciplinita y la austeridad de la moral. Por otra parte, el ministro del interior, Joaquín Tocornal, informaba a las provincias sobre la ceremonia e invitaba a realizarlas también allí, para que la lealtad del documento se estableciera a lo largo del territorio nacional. Estos actos debían acompañarse de repique general de campanas, fuegos artificiales, ejercicios militares, salvas de artillerías, iluminación y abanderamiento general de las casas por dos días. Asimismo, se mandaba a las autoridades a arrojar monedas y medallas al pueblo, una vez concluido el juramento.
Sin embargo, la simple exaltación del Estado y sus representantes, aun cuando encarnaban el ideal republicano, no constituía un incentivo suficiente para el pueblo. Por lo tanto, una segunda cuerda que se uso fue la de la civilización. La difusión de este valor se asociaba a los avances de la educación, de preferencia bajo conducción estatal. La educación era la que enseñaba los deberes que se tienen con la sociedad y con nosotros, si queremos llegar al bienestar; la educación promueve el progreso al enriquecer el espíritu y adornar el corazón con virtudes.
En un estado republicano esta preocupación cobraba urgencia ya que al no ser éste sino un representante a la vez que un agente de la voluntad nacional, nunca podrán eximirse de dedicar sus esfuerzos a conseguir el gran objetivo que ella tiende, haciendo a los individuos útiles a sí mismos y útiles a sus semejantes por medio de la educación. Esta concepción no excluía a la masa popular, las que más exigían esa protección. Pero no solo incidía un interés por el progreso humano, sino también la necesidad de mejor ciertas conductas del sector plebeyo que preocupaban al orden pelucón: frenar la delincuencia. Así, debían establecerse escuelas, que hagan conocer lo bueno y lo malo, instruya deberes y formes costumbres arregladas a la ley.
Pero no era conveniente uniformar la educación popular con la que recibían las clases más acomodadas, ya que cada uno tiene distinto modo de contribuir a la felicidad común. Independiente de la igualdad civil, existía una desigualdad de condición, de necesidades. Por lo tanto, para las clases bajas, los conocimientos debían responder a sus necesidades más urgentes, lo demás sería inútil y perjudicial, alejándolos de los trabajos productivos.
Con respecto a los contenidos a impartir, los principios de la religión ocupaban el primer lugar. También debía enseñarse a leer y escribir, así como la aritmética. También algunos principios de astronomía y geografía, y nociones de historia. Aun cuando esto excitara la curiosidad e inculcaran la lectura, el hacerlo serviría para recuperar las horas perdidas en vicios o en ocio. Por último, el conocimiento de los deberes y derechos políticos también era importante.
Prieto se preocupó de la educación primaria, y en 1830 se ordenaba a los conventos regulares crear escuelas gratuitas dentro de sus planteles. En las haciendas se abrían planteles de educación moral y cristiana para la clase trabajadora. Especial atención tenía la instrucción del género femenino, principalmente por iniciativa de convenciones religiosas.
Sin embargo, una cosa era reiterar la importancia de la educación popular, o dar cuenta de las escuelas que se abrían, pero otra distinta era verificar el grado de internalización de dicha enseñanza entre sus presuntos destinatarios. El araucano reconocía que la ilustración no podía difundir en pueblos nuevos en medio de las conmociones que dejaba la revolución, por lo que requería de años.
En este contexto, el régimen optó también por echar una mano con ese habitual recurso para la alineación
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