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La independencia de México y América central


Enviado por   •  7 de Julio de 2021  •  Resumen  •  6.183 Palabras (25 Páginas)  •  328 Visitas

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Instituto Superior De Formación

Docente Y Técnica N°60

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Carrera/año: 3°año del Profesorado de Historia

Catedra: Historia Américana siglo XIX.

Profesor: Duberti, Gisele Ayelén.

Fecha de entrega: 05/07/2021

Estudiantes: 

  • Civardi Carpi, Maria Pia
  • Garciarena, Francisco José

CAPITULO II- HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Leslie Bethel

La independencia de México y América central

Contexto:

El virreinato de nueva España comprendía una vasta área, desde el caribe hasta el pacifico y desde la frontera de Guatemala y Chiapas hasta las provincias internas del este y el oeste, incluyendo el territorio que más tarde se incorporó al sudoeste de EE.UU. La unidad administrativa virreinal poseía una población de 6.122.000 hab, de los cuales el 60% pertenecía a indios, el 22% a castas y el 18% a blancos (de estos últimos, el 17.8% era criollo y el 0.2% peninsulares, que constituían la elite administrativa de la colonia). Por otro lado, el número de mujeres peninsulares era muy bajo (217 en ciudad de México. Capital del virreinato) por lo que los europeos recién llegados optaban por casarse con mujeres de la elite criolla adinerada. La elite europea controlaba el gobierno, el ejército, la iglesia, la mayoría del comercio exterior, la producción vitivinícola y textil del país. En la escala social le seguían los mineros, comerciantes y propietarios agrarios quienes en su mayoría eran criollos y formaban parte de la “elite natural” de México. Más abajo en la escala social estaban los abogados y otros criollos con estudios, que ocupaban cargos gubernamentales y eclesiásticos menores.

Las castas y los indios formaban parte del 82% de la población y estaban segregados de las clases privilegiadas, ya sea por legislación o costumbre, así como por su pobreza. (incluso teóricamente tenían prohibido vivir en la misma zona que los europeos). Esta segregación sería una desventaja para el virreinato, porque este sector de la población era víctima de recurrentes epidemias que mermaban la población y producía la baja productiva de muchas zonas por falta de mano de obra, generando una reacción en cadena que se traduciría en un gran golpe a la economía del virreinato, y como veremos más adelante, será abono para los levantamientos de la población autóctona.

En cuanto a economía, nueva España era por lejos, la colonia más rica del imperio español. La agricultura y la ganadería ocupaban el 80% de la fuerza de trabajo y producían el 39% de la riqueza nacional. A estas, le seguían las manufacturas y la industria domestica (23% del producto total), el comercio (17%), la minería (10%) y el 11% restante procedía de gastos del gobierno y otras actividades menores. Todas estas actividades generaban ganancia directa o indirectamente a la corona. Asimismo, España reexportaba el 90% de los metales preciosos y productos agrícolas que recibía Nueva España, ganado también por los gravámenes en la comercialización monopólica.

Como mencionamos antes, las epidemias serian el desencadenante de diversas rebeliones. El sistema económico colonial, extractivo, mercantilista y neofeudal garantizaba la opresión de la mano de obra en las haciendas, minas y obrajes. Al malestar generado por la opresión, se suma la ineficiencia del sistema económico y la diferenciación y discriminación étnica, más acentuada en las grandes urbes (donde la mano de obra abundaba)

Desarrollo:

Los levantamientos de las clases bajas en 1810, primero solos y luego bajo la dirección de los grandes héroes de la independencia, Miguel Hidalgo y José María Morelos (el primero proclamo la independencia en nombre de Fernando VII y el segundo en contra del rey), fueron una constante en las luchas de independencia mexicanas, independientemente de que estos levantamientos no llevaran directamente a la independencia. No obstante, planteaban interrogantes y evidenciaban la decadencia de un sistema de gobierno anticuado. Dentro de estas rebeliones, la burguesía y la elite mexicanas buscaron siempre la autonomía del imperio, ya sea en favor de los revolucionarios o en contra de ellos. Dentro de esta elite, los intelectuales criollos tomaron conciencia gradual del valor de los pueblos mexicanos previa la invasión europea e incluso de los primeros conquistadores e interpretaron que éstos habían sido desplazados por los administradores reales: se estaban idealizando como sujetos colonizados y se identificaban como americanos. Otros miembros de la elite autóctona, que no se identificaban con el neoaztequismo o el protomexicanismo de los anteriores, aún tenían quejas respecto al sistema administrativo. Aun así, las elites criollas ni la clase media se inclinaron por la independencia, porque temían quedar a merced de las masas, orden que dependía de la iglesia y el Estado, pero si enarbolaban la autonomía del país.

A la caída de España bajo el emperador Napoleón y en encarcelamiento de Fernando VII, la sublime alianza que se había establecido entre la burguesía criolla y la elite de propietarios de deshizo. A la caída del rey, dentro de las colonias e provoco una crisis política única. En España se crearon diversas juntas provinciales, y en particular dos de ellas, la de Oviedo y la de Sevilla, compitieron por el reconocimiento de México a su dominio. En las colonias, la situación era confusa, porque la audiencia y la minoría absolutista peninsular no reconocieron a ninguna, y decidieron mantener los funcionarios reales en funciones hasta la creación de un gobierno legítimo en España. Por otro lado, el cabildo, que representaba a la elite criolla, pidió al virrey José de Iturrigaray, que asuma el control directo del gobierno en nombre de Fernando VII y de los representantes de la gente. De esta manera el cabildo pedía que el virrey reconociera la soberanía de la nación y que en un futuro convocara a una asamblea entre las ciudades de nueva España, lo que constituiría el llamamiento a la organización de un gobierno autónomo luego de tres siglos de absolutismo. Esta postura simpatizaba con el virrey, pero también tuvo una férrea oposición por parte de los absolutistas, debido a que, si bien la propuesta no constituía una traición, no concebían la idea de que nueva España deje de aprovisionar a la metrópoli. La única manera de evitar el camino a la revolución era deponer al virrey.

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