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Las rebeliones indígenas en el siglo XVIII


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2020  •  Trabajo  •  3.636 Palabras (15 Páginas)  •  266 Visitas

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Historia de América II - Departamento de Historia - Facultad de Filosofía y Letras

Universidad de Buenos Aires

Trabajo final - Segundo cuatrimestre de 2020

Docente a cargo: Cecilia Martínez           Comisión: Miércoles de 17 a 19 horas.

Alumno: Mariano Adrián Pignatelli    DNI: 33.366.614  

Correo electrónico: mariano.pignatelli@gmail.com

Consigna: Tomando en cuenta los distintos enfoques, interpretaciones y evidencias aportados en cada uno de los textos de la bibliografía propuesta para la Unidad Nº 9, comparar las semejanzas y las diferencias entre los distintos focos rebeldes desarrollados en el sur del Perú y en el Alto Perú.

Una serie de levantamientos insurreccionales de distintas magnitudes, acontecidos en las sierras andinas sur peruanas y en el Alto Perú, entre los años 1780 y 1782, sacudieron las bases del orden colonial español. Los alzamientos afectaron una amplia región conformada a partir de un gran espacio económico atravesado por la ruta comercial entre Lima y Buenos Aires que se articulaba alrededor de la producción minera potosina. Las áreas bajo control rebelde abarcaban tanto vastas zonas rurales como ciudades populosas y estaban habitadas en su gran mayoría por poblaciones aymaras y quechuas. La corona consideraba a estos pueblos andinos como su mayor y más estable fuente de recursos fiscales, de tributo y de mitayos mineros. De allí su importancia para, y la alarma que generó en, las autoridades coloniales de la época en tanto se vieron obligadas a movilizar regimientos del ejército regular, debido a la magnitud de las rebeliones que desbordó por completo a las milicias locales (Serulnikov 2010, 8-12).

Los focos rebeldes de Chayanta, Cuzco, Oruro y La Paz se analizarán a través de algunos ejes centrales: composición social, tanto de las bases como de las cúpulas de liderazgo y los blancos de ofensiva; sus motivaciones y sus programas; el curso general de las acciones y sus resultados; por último se considerará la cultura e ideología política que alimentaba a los movimientos insurgentes; en conjunción se trazarán diferencias y similitudes entre ellos. Tales sucesos se destacan por la riqueza de sus procesos y por la capacidad que manifestaron para confrontar y convulsionar severamente al orden colonial establecido. De forma particular, la insurrección en la ciudad de Oruro permitirá observar la tensión propia a las jerarquías sociales y étnico-culturales como un rasgo estructural de la sociedad colonial ya que su propio desenvolvimiento tuvo implicancias significativas para los otros focos.

Nuestro recorte espacio temporal no agota el extenso espacio de luchas del que fue testigo toda la sierra andina peruana, en este sentido Stern da cuenta que, a partir de la década de 1740, la sierra norte y principalmente la central representaban una seria amenaza insurreccional para el orden colonial. El hecho de que no se haya materializado una rebelión de magnitud considerable en esas regiones durante 1780-1782, o antes, no prueba la ausencia de una coyuntura rebelde frente a la crisis de la autoridad colonial. En realidad, desde mediados del siglo XVIII se hicieron ingentes esfuerzos por parte de las autoridades estatales para reprimir y desarticular las amenazas y principios de levantamiento e incluso revueltas en la sierra central y norte; las medidas de seguridad iban desde la represión militar y acantonamiento de tropas profesionales hasta la utilización de redes de espionaje, siendo importantes indicios de la gravedad que representaba el asunto para el gobierno colonial. Por lo tanto, la rebelión general de 1780-1782 puede verse como el desencadenante de un proceso de coyuntura insurreccional que se venía dando desde décadas anteriores en un amplio espacio geográfico. (Stern 1990, 81).

No siendo un objetivo propuesto pero reconociendo el profundo arraigo y la importancia de la religión católica y la institución eclesiástica, sincretizadas con las creencias nativas, en las comunidades indígenas luego de más de dos siglos de dominación colonial, se expone que, a grandes rasgos, no hubo ataques concebidos contra la fe católica, la Iglesia, la religión, o contra los curas. No obstante, se registraron incidentes particularmente violentos donde se violó la protección sagrada de los templos para acabar a la población hispánica; en contados casos, durante las fases de máxima radicalización, se agravió o mató a doctrineros y se ofendió a los símbolos cristianos. A tal punto el repertorio católico estaba interiorizado por los indios que estos lo utilizaron para ir contra los españoles, declarándolos seres demoníacos, no cristianos o incluso anticristianos (Serulnikov 2010).

El foco rebelde de la provincia de Chayanta se desató a fines de agosto de 1780, ubicada al norte de Potosí y aledaña a la ciudad de Chuquisaca, sede de la real audiencia de Charcas. El levantamiento se compuso de la comunidad indígena de base y fue liderado por Tomás Katari, también un indio del común que no hablaba castellano, no era noble y pagaba tributos. Serulnikov señala que en meses y años previos los pueblos de la región reclamaban el reemplazo de sus caciques por otros confiables como por ejemplo Katari, los jefes de ayllus defendían los intereses comunales en un nivel muy real y concreto. Por lo tanto, los indios, mediante acciones colectivas en diversas instancias del aparato legal colonial, buscaban impugnar a caciques forasteros o “intrusos” (ilegítimos) e implantados por los corregidores. Los corregidores, por lo general coludidos con caciques advenedizos, sometían a las comunidades a repartos forzosos de mercancías y a la desposesión de sus tierras; estas prácticas se sumaron a cargas económicas en aumento, en función de las últimas reformas comerciales, fiscales y tributarias aplicadas desde la visita de Areche de 1777, y fomentaron la proliferación de gran cantidad de litigios. A su vez ciertos mecanismos de sociabilidad coadyuvaron para que en la región surgiese una activa conciencia y vida política en las comunidades indígenas. Si bien los motivos del descontento social se identificaban en las políticas estatales y en las tendencias socioeconómicas globales, percibidas como agravios comunes a todos, en la cotidianeidad se apuntaba concretamente contra corregidores, doctrineros (competidores por el excedente indígena) y caciques (Serulnikov 2010, 32-33). El autor indica que los dictámenes judiciales favorables a los pueblos de indios, por el contrario de aplacar los ánimos, legitimaban el uso de la violencia porque los mismos demandantes indígenas eran quienes luchaban para efectivizarlas mediante demostraciones locales de fuerza que incluían la violencia abierta. El inicio explícito del foco, la batalla de Pocoata, responde en parte a esta concepción dicotómica de justicia y violencia, no se trató de un hecho aislado sino que fue la dinámica propia del levantamiento, con el liderazgo resuelto de Tomás Katari, lo que llevaría el cuadro de situación a otro orden de magnitud (Serulnikov 2010). Así, los reclamos se hacían contra el “mal gobierno” y las cargas excesivas pero no contra el monarca, los insurgentes se alzaban en su nombre bajo el resguardo de la relación establecida con él, que involucraba el deber de tributar y cumplir con la mita, para impugnar y desestimar a los funcionarios locales y regionales. De hecho, durante el levantamiento general de Chayanta se continuó pagando tributos a las cajas reales de Potosí (Serulnikov 2010). En contraste, O’Phelan apunta que la protesta estuvo dirigida sobre todo contra el tributo y la mita minera, lo que justifica la fuerte participación indígena (O’Phelan 1988, 258). Con un matiz muy distinto, Serulnikov y Thomson explican que a medida que la polarización crecía, instigada en gran medida por la muerte de Tomas Katari, las bases comunales buscaron liberarse de las exacciones coloniales y se manifestaron contra el pago de tributos.

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