Muerte Roja
Enviado por Bgaibor • 10 de Noviembre de 2014 • 7.251 Palabras (30 Páginas) • 336 Visitas
LA MASCARA DE LA MUERTE ROJA
La película 12 monos (Terry Gilliam, 1995) empieza con una humanidad prácticamente al borde de la extinción. Un ataque terrorista ha liberado un mortífero virus sobre la superficie del planeta y los supervivientes se ven obligados a vivir bajo tierra en unas estancias herméticamente selladas para eludir el contagio. Su única esperanza se centra en intentar enviar al protagonista al pasado para que intente averiguar qué fue lo que sucedió exactamente en tan funesto día para poder elaborar una vacuna. Sólo que bucear en el tiempo, cuando todos los registros se han perdido, puede ser una tarea francamente complicada. Esta película será para muchos una obra de ficción más. Pero lo cierto es que en nuestro mundo esas circunstancias podrían hacerse realidad en cualquier momento: sin ir más lejos, hace poco se comunicó la detención de una célula terrorista islámica entre cuyas ropas se encontraron restos de ricino, una de las biotoxinas más mortíferas que se conocen en la actualidad.
La dama de la guadaña
La enfermedad y la muerte son características de los seres vivos de este planeta. Todos ellos están condenados a sufrir el ataque de virus y otros microorganismos y a padecer sus efectos. Cuando este ataque afecta a un gran número de individuos en un momento y lugar determinados hablamos de que se ha producido una epidemia.
En el reino animal existen numerosas enfermedades epidémicas. Por ejemplo, los cerdos padecen la peste porcina africana, una infección vírica para la que no existe cura, y cuyo único procedimiento de erradicación consiste en el sacrifico de todos los animales de la zona en donde se ha declarado la epidemia. El ganado vacuno sufre frecuentes epidemias de fiebre aftosa, otra enfermedad vírica que suele matar a los animales jóvenes y hacer abortar a las hembras preñadas. Y los conejos padecen la temible mixomatosis, una enfermedad vírica transmitida por mosquitos y pulgas y responsable de una enorme mortandad entre ellos. La mixomatosis es un buen ejemplo de los devastadores efectos que puede tener una epidemia. El virus de la enfermedad, que en principio solo afectaba a los conejos brasileños, se introdujo por el hombre en Australia para controlar a las enormes poblaciones de estos roedores que allí vivían. Pero tuvieron lugar dos efectos inesperados: la medida solo tuvo éxito en zonas húmedas donde podían vivir los mosquitos que transmitían la enfermedad, y ésta pronto sobrepasó las fronteras australianas para llegar a Europa. Y allí, la enorme mortandad de conejos trajo como consecuencia una catástrofe en toda la cadena trófica, que se vió privada de su fuente de alimentos casi de raíz.
Aunque producidas por diferentes organismos y partículas, la mayor parte de las epidemias tienen unas características semejantes. Son enfermedades infecciosas originadas por la invasión del cuerpo por virus, bacterias, parásitos o partículas infecciosas como los priones. El procedimiento de invasión varia según los casos: a veces la infección nos llega por el aire, al respirar. En otra ocasiones es necesario el contacto directo con un enfermo o pueden intervenir en la propagación vectores como mosquitos o garrapatas que al alimentarse de sus víctimas les inoculan la enfermedad. Debido a esto, muchas veces las epidemias tienen un fuerte componente geográfico: por ejemplo, el paludismo suele ser una enfermedad endémica de las zonas pantanosas donde vive el mosquito Anopheles que transmite la enfermedad. En otras ocasiones la aglomeración de individuos en un espacio reducido favorece el contagio, al igual que la debilidad, el hambre u otros factores que merman o eliminan las defensas naturales del organismo.
Los mil tentáculos de la enfermedad
La humanidad también ha sufrido su propia colección de epidemias y pandemias. La peste bubónica, el sarampión, la viruela, la gripe, o más recientemente el SIDA son enfermedades que han afectado a miles de millones de seres humanos a lo largo de nuestra historia. Curiosamente, muchas de las características de nuestra evolución tecnológica y cultural han favorecido la aparición de grandes epidemias. Por ejemplo, la vida en las ciudades, con el incremento de la densidad de la población que ello supone y los deficientes sistemas higiénicos y de alcantarillado que muchas veces tenían creaban un entorno ideal para el desarrollo de todo tipo de plagas.
Históricamente resulta difícil cuantificar cuál ha sido el impacto de las grandes epidemias en la evolución del género humano. Por ejemplo, en la gran epidemia de peste bubónica de finales de la Edad Media, los especialistas no se ponen de acuerdo ni en el número de afectados. Por una parte, en aquella época no se llevaban unos registros rigurosos de población. Por otra, la enorme mortandad asociada (en algunos lugares del 100%) hacía difícil una valoración objetiva por parte de los supervivientes de lo que había sucedido. La epidemia al parecer comenzó en Extremo Oriente, donde a pesar de que sus ciudades eran con mucho de las más salubres y avanzadas urbanísticamente del mundo, la peste se cobró del orden de trece millones de vidas. A partir de ahí, fue desplazándose vorazmente hasta alcanzar Europa. Y allí sus efectos fueron devastadores: la conjunción del hacinamiento de la población, las insalubres condiciones de vida y el hambre provocada por las malas cosechas se conjugaron para dar lugar a una mortandad increíble. Nunca se sabrá cuanta gente murió en aquella epidemia, pero las estimaciones más optimistas hablan de veinte millones de muertos en una población estimada de unos sesenta millones de personas.
Lógicamente, los efectos de esta mortandad trascendieron a los puramente demográficos. Por ejemplo, la disminución de la población determinó el abandono durante décadas de las peores tierras de cultivo en las montañas, debido a que los supervivientes se desplazaron para ocupar las bajas que se habían producido entre los habitantes de las tierras mas productivas. En determinadas zonas, la peste provocó una subida enorme de los salarios, debido a la disminución en la oferta de mano de obra. Y en general los ecos de sus efectos sobre el arte, la literatura y la espiritualidad en algunas ocasiones se han prolongado prácticamente hasta nuestros dias.
Un rayo de esperanza
Conforme la ciencia y la sociedad han ido evolucionando la humanidad ha descubierto poderosas herramientas para enfrentarse a estas calamidades. Por ejemplo, en el siglo XIV la peste era considerada como un castigo de Dios, puesto que no sólo no había cura conocida, sino que ni siquiera su origen estaba claro. En la actualidad sabemos que esta provocada por un bacilo, la Yersinia pestis, y disponemos de una amplia gama de antibióticos para tratarla. Esto ha permitido que la mortalidad inicial
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