Sin Nombres, Sin Rostros Ni Rastros

El conflicto armado en nuestro país es una situación que directa o indirectamente nos afecta a todos los que por azares del destino vivimos en la actualidad colombiana. Estoy segura de que en la memoria de cada uno de los habitantes de esta nación hay como mínimo un recuerdo no grato consecuencia de la violencia de la que ha sido víctima el país por varias décadas. Aunque es claro que este fenómeno ha afectado más terriblemente a ciertos sectores del país, dejando cifras de desapariciones forzadas absurdas en comparación con el número de personas que habitan esa cierta región.

Este es el caso de muchos municipios cercanos a los ríos principales del país, lugares en su mayoría pequeños que por ubicación geográfica se convirtieron en blanco perfecto de los grupos armados ilegales que a su paso dejaron una gran cantidad de desaparecidos y con ellos el desconcierto y la tristeza de sus familias que con el pasar de los días perdían la esperanza de encontrarlos con vida. Ilusión que se veía aún más lejana cuando por sus ríos se veían correr cada día uno o varios cadáveres alimentando la angustia y disminuyendo las posibilidades de encontrar a sus queridos con vida. Y es de esa angustia y de la necesidad de tener una figura física para elaborar el duelo, para calmar el dolor del alma y aprovechándose del anonimato de los cuerpos que estas personas decidieron tomarlos como suyos o unir partes de ellos para de esa manera reconstruir sus propias historias y encontrar en ellos un consuelo, para muchos falso, para ellos lo único que tienen para aliviar una pena tan inmensa que los agobia.

Muchos dirán que esa no es la forma correcta de actuar, pero a estas comunidades la violencia les arrebató mucho más de lo que les quitó a la mayoría y del único lugar del que pueden recuperar lo que perdieron es del río, el lugar que les da la comida y que ahora además les devuelve de alguna manera lo que perdieron.

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