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Una reflexión filosófica acerca de la violencia

almaher17 de Agosto de 2013

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Una reflexión filosófica acerca de la violencia*

Por Mario Caponnetto

La violencia, en sus múltiples formas, se extiende día a día en proporciones alarmantes. Tal vez no resulte desacertado afirmar que nuestro mundo -y con él nuestro país- se ha vuelto constitutivamente violento. Frente a esto, resulta pertinente ensayar alguna reflexión desde la filosofía; reflexión que ha de abarcar tres ámbitos o planos, ciertamente diversos pero vitalmente imbricados: el antropológico, el moral y el social. En el primero de estos planos, el análisis ha de centrase en las profundidades del corazón humano; en esa zona, siempre misteriosa, de nuestros apetitos sensibles donde sopla el huracán de las pasiones y que constituye el telón de fondo de la vida espiritual y libre. Allí se da la gran batalla cotidiana de la libertad. Precisamente esto nos permite entender la dimensión eminentemente moral de la violencia pues sólo desde lo moral es posible que el caudal de las pasiones ingrese en el orden de la razón al que parece haberse substraído en una dimensión pocas veces vista. Finalmente, lo social –entendido en toda su amplitud: familia, escuela, medios de comunicación, vida política, etc.- culmina esta reflexión al procurar discernir la posibilidad de una cierta violencia socialmente institucionalizada que, si bien es hija de la libertad desviada del hombre, revierte sobre él cerrando, de este modo, el férreo círculo de un condicionamiento que ha de ser rápidamente superado apelando para ello a la capacidad de oposición del espíritu, descubierta por Frankl y puesta por él como el cimiento de su propuesta terapéutica -la logoterapia- que cobra de este modo una singular actualidad y vigencia.

I. Introducción

1. Cuando Dante, guiado por Virgilio, emprende su viaje al Infierno, va pasando por nueve círculos sucesivos, tanto más profundos cuanto más grande sea la maldad condenada al eterno suplicio. El séptimo de estos círculos está reservado a los violentos. Se trata de un lugar terrible, árido, surcado por uno de los ríos infernales, el Flegetonte, río que el poeta describe como

la riviera del sangue in la qual bolle

qual che per violenza in altrui noccia[1]

es decir, el río de sangre en el que bullen las almas de quienes dañaron a otros con violencia.

Este círculo, a su vez, se dispone en tres cercos en el primero de los cuales Dante sitúa a aquellos que hicieron violencia contra el prójimo; en el segundo, a los que hicieron violencia contra sí mismos; en el tercero, por último, a los que fueron violentos contra Dios, contra la naturaleza y contra el arte entre los que, curiosamente, incluye a los usureros[2].

Como puede deducirse a partir de esta insuperable visión mítica y poética, la violencia es un fenómeno proteiforme, un monstruo de varios rostros.

2. Se me ha pedido una reflexión sobre la violencia desde la filosofía. Y pienso que lo primero que tal reflexión debe destacar es, justamente, este carácter proteiforme que asume el fenómeno de la violencia.

¿Vivimos en un mundo que se ha vuelto constitutivamente o intrínsecamente violento? A la vista de tantos hechos terribles y penosos que se suceden cotidianamente uno estaría tentado, en principio, a formular una respuesta afirmativa. Sin embargo, debemos evitar el error de simplificar un problema de suyo complejo y evitar, por consiguiente, visiones reductivas. La violencia no es sólo un problema social, o económico, o psicológico, o moral. Es todo esto a la vez. Por eso su análisis impone, ante todo, distinguir.

II. ¿Qué es la violencia?

3. Empecemos por acordar el significado de la violencia. Siguiendo a Santo Tomás podemos tomar la violencia en un triple sentido.

En primer lugar, violento es aquello que se ejerce desde afuera, por un principio extrínseco, sin que en nada contribuya aquel que padece la violencia. “Se llama violento aquello cuyo principio está afuera no cooperando nada el que padece la fuerza[3]”. “Porque en esto consiste la definición de violencia: en que algo padezca y en nada contribuya a la acción”[4]. “Lo violento, con propiedad, está en que nada consiente el que padece la fuerza[5]”. “Violento es aquello cuyo principio está afuera. Se ha dicho, en efecto, que la violencia excluye el movimiento apetitivo; por eso, puesto que el apetito es un principio intrínseco, se sigue que la violencia procede de un principio extrínseco. Pero porque el mismo apetito puede ser movido por algo extrínseco, no todo cuyo principio está afuera es violento sino sólo que de tal manera procede de un principio exterior que el apetito interior, íntimo, no concuerda en lo mismo. Y es esto por lo que dice (Aristóteles) que es necesario que lo violento sea tal que en nada contribuya, por medio del apetito propio, el hombre que se dice que opera en cuanto realiza algo por violencia, y se dice que padece en cuanto sufre la violencia. Y pone un ejemplo: como si el viento, por su violencia, impulsare a algo a un lugar, o como si los hombres que tienen dominio y poder llevaren a alguien en contra de su voluntad[6]”.

4. Pero en un segundo sentido, se dice violento aquello que es contrario a la naturaleza de una cosa, entendida la naturaleza como tendencia o inclinación a obrar de determinado modo y en vista de un determinado fin. Aquí, Santo Tomás, hace un paralelo entre la naturaleza del mundo físico y del mundo animado no racional, por un lado, y la naturaleza humana, racional en la que juega un papel central la voluntad libre e iluminada por el intelecto, por otro. Así, dirá naturaleza a lo primero y voluntad a lo segundo. “Una piedra puede ser arrojada hacia arriba por la violencia pero no es posible que este movimiento proceda de su natural inclinación. De modo semejante, un hombre puede ser forzado por la violencia; pero que esto proceda de su voluntad es contrario a la noción de violencia[7].”

En otro lugar, vuelve Tomás a este paralelismo: “La violencia se opone directamente a lo voluntario como, también a lo natural; pues es común a lo voluntario y lo natural que uno y otro proceden de un principio intrínseco y lo violento de uno extrínseco. Y por esto, así como en las cosas que carecen de conocimiento, la violencia es contraria a la naturaleza, así también en los seres capaces de conocimiento la violencia es contraria a la voluntad[8]”.

Por eso, aclara el Angélico en otro lugar, no siempre que en los seres físicos, sean inanimados o animados no racionales, se verifica un cierto movimiento de inmutación (por ejemplo, la generación, la alteración, el cambio) esto se corresponde con lo violento puesto que tales movimientos de inmutación son naturales en razón de la natural e interior aptitud y disposición de tales seres respecto de tales movimientos: la violencia consiste en contrariar la inclinación natural. Algo similar pasa en el orden de la voluntad humana pues cuando ella es movida por el bien apetecido según la propia inclinación no puede hablarse de violencia; ésta tan sólo se da cuando se opera en contra de la disposición e inclinación de la naturaleza racional[9].

En el mundo físico, regido por la necesidad, la violencia se introduce toda vez que algo, por la acción de una fuerza mayor, es apartado de su inclinación propia: “Decimos que esto padece violencia, lo que por la fuerza mayor de un agente es removido de la propia inclinación”[10]. Y otro tanto en el orden de la voluntad humana: “De dos maneras se dice que algo es involuntario: una por que se excluye el movimiento mismo de la facultad voluntaria; y esto resulta involuntario por la violencia; otro, porque se excluye el conocimiento de la facultad aprehensiva; y esto es involuntario por ignorancia”[11]. “Hay violencia cuando algo obra según el ímpetu de un agente externo contra la voluntad del que padece la violencia”[12]. ”Hay violencia cuando algo es movido por un agente externo hacia otra cosa para la que carece de aptitud natural”[13].

Tan importante, tan digna es esta natural inclinación de las cosas que Dios mismo se detiene ante ella. Por cierto que Dios mueve la voluntad del hombre pero permaneciendo en ella, intacta, la inclinación natural. De otro modo, la divina acción sería violenta lo que es imposible. “Los hijos de Dios obran libremente por amor, movidos por el Espíritu Santo, no servilmente, por temor”[14]. “Se ha de entender que Dios mueve a la voluntad sin que la obligue”[15].

5. En un tercer sentido, se dice violento lo que es contrario a la virtud de la justicia. “La rapiña importa una cierta violencia y coacción por la que, en contra de la justicia, se despoja a alguno de lo que es suyo”[16]. “La avaricia puede ser considerada en el efecto (exterior), y así, apropiándose de los bienes ajenos, en ocasiones (el avaro) usa la fuerza, lo que pertenece a la violencia”[17].

6. Teniendo en cuenta lo que llevamos dicho podemos deducir que la violencia es un fenómeno complejo y de variada significación. Vista en una primera aproximación, la violencia es sólo una fuerza, una coacción, cuya causa está por fuera de aquello que la padece sin que exista de parte de éste último cooperación alguna. Decimos que esta es la violencia en tanto fuerza (violentia ut vis), sin ninguna otra especificación. Pero esta violencia debe ser distinguida de aquella otra violencia que es contraria a la naturaleza

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