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Arte Bizantino


Enviado por   •  13 de Octubre de 2013  •  2.070 Palabras (9 Páginas)  •  293 Visitas

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Iconos

Los bizantinos, antiguamente, designaban con la palabra icono a toda

representación de Cristo, la Virgen, un santo, un acontecimiento de la historia Sagrada

representación que podía ser pintada o esculpida, móvil o monumental. Pero la Iglesia

ortodoxa moderna aplica con preferencia este término a las pinturas de caballete, y es el

sentido que se le da hoy tanto en la arqueología como en la historia del arte.

El icono bizantino es, por consiguiente, una pintura sacra sobre una estructura

portátil, de madera o metal, cualquiera que sea la técnica de la pintura: colores colocados

sobre una preparación de enyesado, cubos de mosaicos, esmaltes,...

La inclusión de los iconos en esmalte dentro de las artes industriales ha impedido

tradicionalmente concederles su justa importancia en este terreno artístico, aunque se sabe

que a partir de los siglos XI y XII fueron bastante numerosos en las iglesias bizantinas.

Valga como ejemplo la célebre imagen de San Miguel, que hoy se conserva en Venecia,

donde los adornos de filigrana y los esmaltes contribuyen a lograr un maravilloso efecto

sinfónico de conjunto.

También se utilizó la técnica de los mosaicos, y no hay duda de que la más

generalizada, a partir del siglo X, fue la denominada al temple (o tempera al huevo, en la

que se usa la clara de huevo como una emulsión para lograr un mayor densidad del color).

El soporte era siempre una tabla, o panel, que se tomaba de la masa del tronco cerca de su

centro y siguiendo el sentido longitudinal de la fibra. Sobre esta tabla, que se pulía de modo

que quedaba ligeramente cóncava, se pegaba una tela gruesa que, a su vez, se recubría de

y eso con la finalidad de preservar a la pintura de ser embebida por la madera.

Preparada así la tabla -normalmente de tilo-, el pintor, con un punzón o buril,

trasponía el dibujo partiendo de un esbozo o modelo; e inmediatamente pasaba a la

aplicación de sus colores empezando por los fondos. El básico y fundamental era siempre

el oro asociado al cielo; junto a él, el ocre, que expresaba lo terreno, el azul vinculado a lo

infinito y el rojo, que proyectaba el fuego del Verbo Divino. Una vez pintado el icono, se

bañaba con una capa de lino, que contribuía no sólo a realzar los colores, sino también a

dar más consistencia a la pintura.

El icono en su origen, señala Ernest Ros, fue un simple recuerdo, la imagen de una

persona que por su testimonio de vida cristiana era merecedora de recuerdo. este retrato se

colocaba, por lo general, sobre un sepulcro, con el fin de perpetuar su memoria, al igual que

ocurría en el mundo funerario greco-egipcio, y de manera que el peregrino pudiera

contemplar la figura ejemplar del que había triunfado testimoniando su fe.

Pronto circularon retratos de la Virgen y de Cristo, considerados por la tradición

como auténticos y atribuidos a san Lucas. Ya en el S. VI, los iconos pasaron a convertirse

en objetos de culto, como lo eran las reliquias a las que aparecían asociados,

transformándose en algo operativo. Adquirieron un valor místico.

Así se hicieron presentes en todas las partes del Imperio y en todos los ámbitos

sociales, en iglesias, casas particulares o lugares públicos,. Incluso podían llevarse colgados

al cuello, cuando eran muy pequeños y metálicos.

Se rezaba ante ellos y se les utilizaba como objetos profilácticos. por eso el

emperador Heraclio puso imágenes de la Virgen en los mástiles de sus barcos. Este culto

idolátrico llegaría al paroxismo en el ambiente catastrófico del siglo VII, en el momento en el

que el enemigo -eslavos, árabes-, pone cerco a la propia Constantinopla y reduce el Imperio

a la mitad.

Nace entonces la inagotable leyenda de los iconos que hablan, lloran, hacen

milagros, atraviesan el mar, vuelan por los aires, aparecen en sueños y se hacen descubrir

en lugares de Teofanía. Todavía en 1453, un venerado icono de la Virgen era expuesto en

los puntos más vulnerables de la ciudad al objeto de evitar su toma por los turcos.

Las luchas iconoclastas purificarían la función y significado del icono al precisar

que si estaba pintado correctamente, es decir, si reproducía modelos cuya autenticidad esta

garantizada por la tradición, el icono se convierte en reflejo de un prototipo divino, y

participa de su santidad.

El icono es el espejo en el que se refleja el mundo visible: es existencialmente

idéntico a su modelo, a pesar de ser diferente en su esencia. Venerar un icono es

identificarse con él y recibir su gracia. Sobre esta doctrina se construirá el sistema clásico

de la pintura bizantina.

Los iconos bizantinos sobre madera pintada de los primeros siglos son escasos,

debido a que resisten mal las injurias del tiempo y a las luchas iconoclastas, habiéndose

conservado en mayor medida aquellos que proceden de la época de los Paleólogos y de la

Turcocracia.

Los iconos más antiguos que nos han llegado son raros y poco accesibles; son, en

gran parte, obras aisladas salidas de talleres palestinos o egipcios -la mayoría proceden del

Sinaí-, y tanto por la época -Siglos V-VI-, como por la técnica usada -encáustica- aparecen

sometidos a la estética circundante.

Son particularmente abundantes en los siglos XIV y XV, y en ellos hay una cierta

propensión a lo narrativo, superando de este modo el hieratismo de períodos anteriores,

introduciéndose arquitecturas fantásticas y románticos paisajes rocosos.

Desplantes arquitectónicos

Desplantes arquitectónicos

Aunque en ocasiones el arte del siglo V se considera como el arte del primer periodo bizantino, es más exacto encuadrarlo en el seno de la antigüedad tardía. En este periodo se desarrolló la transición entre la tradición clásica del arte paleocristiano y el verdadero estilo bizantino, iniciado poco después del año 500, cuando los retratos de los cónsules asumieron el carácter hierático de los iconos religiosos.

La edad de oro de este primer periodo bizantino coincide con el reinado del emperador Justiniano (527 al 565), constructor prolífico y mecenas de las artes. En el primer periodo bizantino se pueden distinguir dos tipos de iglesias: la basílica, compuesta por tres naves longitudinales de distinta altura y cubierta con una techumbre de madera a dos aguas, y la iglesia de planta centralizada organizada

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