Ayotzinapa
Enviado por chivirica • 3 de Marzo de 2015 • 2.055 Palabras (9 Páginas) • 250 Visitas
Ayotzinapa: compasión y redención
CARLOS MARTÍNEZ GARCÍA
Las multitudinarias manifestaciones que claman justicia en el caso de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa son conmovedores actos de compasión colectiva. El horror no les pasó a ellos, sino también a nosotros. Recordemos que compasión significa padecer con, sentir como propio lo que lacera a los otros y otras.
Es impactante la forma en que la ciudadanía, de distintos trasfondos sociales, políticos, religiosos y económicos, ha hecho suyo el dolor y la indignación de los familiares y amigos de los 43 estudiantes desaparecidos. Y en buena medida es porque la dolencia no surgió aislada y espontáneamente, sino que ha sido provocada por una larga, muy larga, cadena de atrocidades perpetradas desde el poder. Quienes apostaron a que los demenciales ataques contra la integridad de los estudiantes solamente levantarían clamores en Ayotzinapa y sus alrededores, tal vez en otras partes de Guerrero, midieron mal el estado de la conciencia ciudadana.
El ominoso agravio salvajemente operado la noche del 26 de septiembre contra el grupo de estudiantes ha movilizado, para condenarlo, a incontables hombres y mujeres exhaustos de tanta podredumbre política y moral que se ampara en las esferas del poder para medrar contra los intereses colectivos. En medio de todo el dolor que ha llenado calles y plazas emerge una reserva moral que puede guiarnos a nuevos caminos, a reconstruir el tejido social roto por décadas de políticas depredadoras por parte de élites gobernantes.
El ejemplar ejercicio de compasión que internaliza el torturante dolor de los padres y madres de los estudiantes tiene que marcar un antes y un después en varias esferas. Una de ellas es la de la justicia. Necesariamente tienen que pagar penalmente quienes maléficamente orquestaron la desaparición de los estudiantes. En el asunto están implicados personajes que tejieron cuidadosamente la simbiosis crimen organizado/gobiernos de distintos niveles.
Otro espacio social que debe cambiar radicalmente es la forma en que se llega al poder y la forma de ejercerlo. En este proceso la ciudadanía debe intensificar la vigilancia y petición de rendición de cuentas a los gobernantes de todos los partidos y a los representantes populares. Para ello, además de la compasión que hace suyos los ataques infligidos desde los poderes a conciudadanos, es ineludible redimir colectivamente los días aciagos que flagelan al país.
Redimir lo define en su primera acepción la Real Academia de la Lengua Española como rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio. Es urgente rescatar a México, sacarlo de la esclavitud de la corrupción, del ejercicio del poder que redunda en riquezas exorbitantes, del irrespeto a los derechos humanos, de la impunidad que potencia la perpetración de más crímenes, de la galopante pobreza que golpea diariamente a millones de personas, de las redes que explotan sexualmente a mujeres e infantes, de instituciones gubernamentales que no cumplen lo marcado por las leyes que les dieron existencia.
¿Quién administrará el descontento?
HUGO ABOITES*
Son tiempos veloces. Mientras un enorme y creciente número de mexicanos de toda edad y condición, en cuestión de semanas se está volviendo consciente de la fuerza que tiene su indignación y determinación de transformar al país, apresuradamente, y cada vez más alarmados, los actores hasta ahora encumbrados buscan afanosamente maneras de preservar las ventajas clasistas y el poder acumulado en estos últimos 30 años. Se mueven en el esquema acostumbrado, que combina la represión y los intentos de administración del descontento. En 68, el movimiento amplio de estudiantes primero fue descalificado, atacado luego mediante una represión violentísima y, más tarde, administrado por un Estado que algo entendió de las causas y el dinamismo de la protesta. Así, luego de Tlaltelolco, vino la apertura democrática de Echeverría (iniciativas clientelares en el campo y la ciudad, integración de cuadros opositores, y una fuerte expansión de la educación superior) que permitió al Estado fortalecerse, retomar la conducción y subordinar y acotar en gran medida la fragmentada resistencia. El costo de esa administración fue alto: apenas una década más tarde (en los 80) el país ya estaba inmerso en la aventura neoliberal y, pese a la resistencia, no fue posible detener sus avances.
Es cierto que en los 70 se dieron logros en la movilización y se crearon, en el campo y la ciudad y también en la educación, estructuras para una agenda distinta a la autoritaria del régimen (el sindicalismo universitario, el fortalecimiento del derecho a la educación, nuevos modelos universitarios críticos y populares, propuestas pedagógicas libertarias). Pero estos esfuerzos quedaron aislados sin lograr constituirse en polos crecientes de un poder alterno amplio y nacional. Un poder autogestivo, capaz de interactuar con el Estado desde una posición de fuerza y autonomía. La receta represión-administración se ha aplicado desde entonces a los movimientos estudiantiles (y magisteriales) más recientes: se les descalifica, se les reprime y/o fragmenta internamente, y, ya debilitados, sus demandas vienen retomadas, ya no a partir de nuevas estructuras de participación y poder amplio creadas por las comunidades estudiantiles y académicas o magisteriales, sino unilateralmente, por las propias autoridades universitarias o educativas.
Hay, sin embargo, dos elementos radicalmente nuevos en este escenario. Uno es el movimiento de las comunidades zapatistas de Chiapas, notable porque logró romper con el esquema represión-administración, aparentemente invencible. Pudo primero eludir de manera audaz e inteligente la represión; de fuerza de guerra se convirtió en movimiento civil; logró crear y mantener una imagen de creciente legitimidad dentro y fuera del país; provocó incluso cambios constitucionales (artículo 2) y, lo más importante, pudo establecerse –a pesar del cerco y el acoso– en el administrador de sus propias demandas. Con las Juntas del Buen Gobierno creó una estructura que ha contribuido al bienestar y la cultura social y política de las comunidades y a la creación de un sistema educativo alterno al neoliberal. Lo más importante: ha sido capaz de establecer negociaciones y acuerdos tácitos con el Estado, y con eso ha podido ejercer su autonomía en un grado inusitado en la historia mexicana. Y con ese norte se mueven regiones de Guerrero, Oaxaca y Michoacán, y las luchas magisteriales. El otro elemento de radicalidad la ha venido ofreciendo el actual movimiento nacional que por su amplitud y la fuerza de sus demandas está logrando una fuerza inesperada
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