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Cierre problema estético del realismo


Enviado por   •  2 de Junio de 2014  •  Tutorial  •  5.817 Palabras (24 Páginas)  •  203 Visitas

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COMENCEMOS con el estado de ánimo general: la niebla del misticismo, que en el pasado envolvía los singulares fenómenos literarios en un color y calor poético, creando en su torno una atmósfera llena de interés y de intimidad, hoy se ha aclarado. Las cosas están ahora ante una luz clara, viva, para muchos también cruda y fría. Esta luz ha sido aportada por el marxismo. El marxismo, tomando cada fenómeno en sus raíces materiales, en sus conexiones históricas, reconociendo las leyes de su desarrollo y demostrándolas desde las primeras raíces hasta las flores, disipa de cada fenómeno aquella niebla irracional y mística que expresa un estado de ánimo puramente sentimental.

Esta iluminación influye sobre muchos, en un primer momento como una desilusión. Y es inevitable que así ocurra. Porque es muy difícil mirar la realidad a los ojos, tal como es verdaderamente y nadie acierta al primer golpe. Ello comporta no sólo una gran fatiga, sino también un serio esfuerzo moral. Y en el primer período de la conversión la mayor parte de los lectores deplorarán sus falsos pero poéticos sueños, destinados a esfumarse. Solamente más tarde se hará claro, cuánto mayor contenido humano —y por lo tanto cuánta más genuina poesía— se oculta en la aceptación de la realidad en su dura verdad, en el ensimismarse con ella, y en el obrar en correspondencia de esta verdad.

Detrás de este cambio de ruta se esconde sin embargo también algo más. Me refiero a la concepción pesimista del mundo que, en la situación social del período que va de la primera a la segunda guerra mundial, tenía raíces muy profundas. Y no es casual que por todas partes se han encontrado pensadores que han profundizado con el tiempo, que han construido su concepción del mundo sobre el concepto filosófico de la desesperación. Comenzando por los alemanes Spengler y Heidegger, una parte considerable de los más influyentes pensadores de los últimos decenios partía de posiciones similares.

Desgraciadamente también ahora hay tinieblas, por todas partes, incluso demasiadas. Quienesetaoinnnn bandonarse a la desesperación, encontrían motivos más que suficientes en la misma vida cotidiana. El marxismo no conforta a nadie despreciando las dificultades, la oscuridad material y moral que circunda la humanidad. La diferencia es solamente ésta —pero éste “solamente” significa todo—.: que el marxismo ve y reconoce la dirección principal de la evolución humana en sus leyes. Quienes han alcanzado este grado de conocimiento, saben ya —a pesar de todas las tinieblas del momento— de donde hemos venido y adonde nos dirigimos. Y a los ojos de quien sabe esto, el mundo cercano cambia de aspecto: él percibe una evolución lógica y coherente allá donde la filosofía de la desesperción deplora la muerte de un mundo, el colapso de una civilización, él distinguirá el trabajo de un nuevo mundo que está por nacer, y tratará de aliviar los dolores de parto.

Se podría rebatir a todo esto —y me he hecho objeciones de este género— que todo esto es mera filosofía y sociología: ¿qué tiene todo esto que ver con la teoría y la historia de la novela? Sin embargo creemos que tiene y no poco.

Queriendo formular la pregunta desde el punto de vista histórico-literario, ella sería así: ¿es Balzac o en vez Flaubert la verdadera culminación de la novela del siglo XIX, su autor más típicamente clásico? Aquí el juicio no es puramente cuestión de gusto, sino que implica todas las cuestiones prejuiciales de la estética de la novela. Se pregunta si es la unidad o bien la separación entre el mundo externo y el mundo interno lo que constituye la base social de la grandeza artística de la novela, de su eficacia universal: si la novela moderna culmina en Gide, Póust y Joyce, o bien había alcanzado ya mucho antes su culminación ideológica y artística en Balzac, en Tolstoi y hoy solamente pocos grandes artistas se acercan a esta culminación, artistas que —como Tomas Mann— van contra la corriente. Las dos diferentes concepciones estéticas se fundan en dos filosofías opuestas de la historia, proyectadas sobre la esencia y sobre la evolución histórica de la novela. Y porque la novela es el género literario dominante de la civilización burguesa moderna, la alternativa también para la evolución de toda la literatura, o más bien de toda la civilización. La pregunta en términos de filosofía de la historia es ésta: ¿el camino de la civilización moderna conduce para arriba o para abajo? Es cierto que ella ha atravesado y está atrevesando épocas oscuras. Pero es tarea de la filosofía de la historia decidir si este oscurecimiento del horizonte expresado adecuadamente por primera vez en la “Educación Sentimental” es un destino fatal e irrevocable, o bien es solamente como un túnel que, aunque largo, tiene todavía un camino de salida.

La estética y la crítica burguesa no han descubierto ningún camino de salida de la oscuridad. Ellas consideran la poesía únicamente como una iluminación de la vida íntima, una clara visión de la desesperación social en el mejor de los casos como un canto consolatorio, una milagrosa proyección de lo interno). De esta concepción filosófica de la historia se desprende necesaria y lógicamente que ella considera la obra capital de la vida de Flaubert, en la “Educación Sentimental”, como la más grande obra maestra de la narrativa moderna. Esta concepción abraza naturalmente todos los detalles de la obra literaria. Citaré un solo ejemplo: el contenido ideal y sicológico verdaderamente grandioso del epílogo de La :Guerra y la Paz es aquel proceso que después de las guerras napoleónicas conduce la más evolucionada minoría de la nobleza intelectual rusa (naturalmente una minoría restringidísima) a la revuelta decabrista, preludio trágicamente heroico de la secular lucha por la liberación del pueblo ruso. De todo esto la vieja filosofía de la historia y la vieja estética no se han acordado. Para ellas, el epílogo no revelaba que las tintas desteñidas de la desolación flaubertiana, el fracaso de la inútil inquietud juvenil, de los entusiasmos inútiles, su ahogamiento en la descolorida prosa de la vida familiar burguesa. Y esto es así en casi todo el análisis particular de la estética burguesa.

La oposición del marxismo a las concepciones históricas de los últimos cincuenta años, cuya sustancia, desde el punto de vista de la concepción del mundo, consiste en negar la historia como ciencia de la evolución lineal de la humanidad implica un conciso contraste objetivo respecto de todos los problemas de la concepción del mundo y de la estética. Nadie puede esperar de mi que en el cuadro de este prefacio exponga un, aunque sea breve, resumen de la filosofía de la historia del marxismo. No tenemos más que remover algunos prejuicios inveterados,

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