Ciudad Blanca
Enviado por redcomand • 13 de Abril de 2015 • 5.749 Palabras (23 Páginas) • 209 Visitas
CIUDAD BLANCA, CIUDAD FUEGO
Por Juan Sebastián Salamanca Calle
And if all others accepted the lie which the party imposed –if all records tolds
the same tale- then the lie passed history and became truth. “who controls the
past” –ran the party slogan-. “Controls the future: who controls the present
controls the past”
George Orwell, 1984.
Cada 16 de mayo, estudiantes con la cara tapada se reúnen en la plaza Che
Guevara de la Universidad Nacional y gritan lo que no podrían gritar si la
tuvieran descubierta: <<! En la Universidad hubo una matanza!>>. El rumor
corre a través del tiempo, de oído a oído, entre profesores, alumnos,
trabajadores, lo plasman grafittis en las paredes blancas.
Pobreza. Pantalones rotos no por moda, sino por falta de plata, mochila
deshecha, pelo desordenado, un poco de barba, muy flaco, de mirada triste y
seria. ‘El Flaco’ —así le llamaban— acababa de entrar a estudiar Derecho, era
1982. Su vida eran sus amigos, su novia, sus libritos, sus reuniones políticas,
bailar salsa como buen mamerto que era y tomar vino barato mientras
escuchaba Black Sabbath en su cuarto que le alquilaba una viejita cochina y
usurera que tenía una casa grande y antigua en el barrio La Soledad.
Las residencias estudiantiles las habían cerrado en el 76 y ahora, unos
pastusos habían creado un comité pro-recuperación de ellas, del cual ‘El Flaco’
era muy cercano. La idea de ellos era clara: había que tomarse los edificios del
Uriel Gutiérrez de la Nacional, las Gorgona. Ahí quedaban las antiguas
residencias y podrían vivir más de dos mil personas. La decisión de hacerlo se
produjo después del 20 de agosto, cuando el MAS (movimiento antisecuestradores)
mató al profe Alberto Alava, cuando salía de la Universidad,
eso ya era ir muy lejos. Se estuvieron reuniendo del 16 al 20 de septiembre,
todas las noches, a planear la ocupación. El 21, a las 8 de la mañana, se vieron
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correr rapidísimo por el campus ocho grupos conformados cada uno por diez
estudiantes que entraron por sitios distintos e irrumpieron las puertas y las
ventanas en el Uriel y en el Camilo Torres. ‘El Flaco’ llegó en un grupo de estos
que subió hasta el último piso, ya perdiendo el aliento se quitó la ruana que
llevaba puesta y dijo: <<Ya tenemos casa>>.
Lo botaron del quinto piso
Desde hacía algún tiempo el Ministerio de Educación deseaba acabar con la
cafetería y con las residencias, considerados centros de prostitución, de droga,
de violación, de guerrilla. Innumerables historias macabras reproducía la
prensa y la gente comenzó a ver con buenos ojos la idea de “acabar con esa
alcahuetería”, como decían por la época. La nueva política educativa, diseñada
por Rudolph Atcon, necesitaba una universidad autofinanciada, sin
participación de los estudiantes ni de los profesores en las decisiones. Ahora
les resultaba muy caro a los directivos sostener estos nidos de “subversivos”.
Unos meses después de la toma, Jacqueline Romero, estudiante de primer
semestre de Ingeniería Química, entraba una tarde lluviosa a saludar a un
amigo en La Gorgona que se encontraba enfermo. Ella, que era una joven de
su casa, pobre, pero decente, no esperó encontrarse con esos edificios
oscuros y semiacabados. Recuerda, sentada en la sala de su casa en la cima
de una montaña del barrio San Cristóbal Sur, que sintió un escalofrío al entrar;
cruzó la puerta, subió las escaleras estrechas hasta el tercer piso y allá los
recibió un estudiante moreno costeño en alpargatas, el olor a marihuana era
intenso:
—Buenas, yo soy el encargado de este pasillo, ¿a quien buscas tú?
Jacqueline no respondió, estaba mirando con horror la cantidad de muchachos
que estaban acostados, durmiendo la lluvia en la baldosa helada y polvorienta
que no había sido lavada en semanas. Las paredes no tenían un solo espacio
más para grafittis o murales, la carga visual era muy fuerte, la pobreza estaba
por todas partes.
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—Ah, tu debes ser la amiga de Mario, el vive acá no más.
—Perdón —dijo torpemente-, ¿estas son las residencias de los estudiantes de
la Nacional?
El muchacho costeño la miró largo tiempo, caminó unos pasos evadiendo a un
borracho, abrió la puerta de una habitación y se alejó para que Jacqueline
entrara. Pero ahora ella miraba con mayor detenimiento las paredes: tenían
aberturas, estaban raídas, como si las hubieran rasguñado, arañado durante
días enteros, llenas de huecos —después le dijeron que era por el bazuco que
había llegado a Colombia—. Al fijarse bien, notó que la habitación, como
muchas, estaba dividida en dos por una cortina sucia de flores amarillas y
rosadas. A un lado vivía una familia a la que tuvo que incomodar —una mujer
con dos niños pequeños que lloraban horriblemente— hasta pasar la cortina y
encontrar a su amigo que estaba tendido frágilmente y al verla le sonrió con
ternura.
—Mi casa te puso pálida, tienes la piel de gallina, siéntate, que te vas a
desmayar.
‘El Flaco’ sigue siendo flaco pero ahora tiene barriga, una vez ha terminado el
roscón con Pony Malta en una Panadería del barrio Santa Isabel, al sur de
Bogotá, comienza a hablar. Su rostro jovial se pone serio y su jerga popular se
transforma en expresiones de todo un intelectual. Que las residencias se
tomaron porque se tenía que dar solución a un problema vital para la
comunidad, que hubo encargados por cada pasillo, por cada piso y por edificio,
que se debían rotar cada cierto tiempo, pero que con los meses, los jíbaros —
algunos del Cartel de Bogotá— aprovecharon para penetrar en esas
estructuras y alcanzaron a tener control sobre algunos pisos y chocaron con el
M-19, el ELN y otros grupos y con una gran masa de estudiantes que
rechazaban a esta gente que trajo el bazuco a la Universidad y que incluso ahí
mismo dentro de los edificios fabricaban el perico y pauperizaban más y más a
los pelaos, cada vez más esclavos de esa nueva droga.
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