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Discurso De Angostura


Enviado por   •  4 de Marzo de 2013  •  9.664 Palabras (39 Páginas)  •  686 Visitas

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Discurso de Angostura

Simón Bolívar

Discurso publicado en el Correo del Orinoco, números 19, 20, 21 y 22 del 20 de febrero

al 13 de marzo de 1819. El Libertador, en carta de Tunja de 26 de marzo de 1820,

escribía lo siguiente al general Santander: «Mando a usted la Gaceta. Número 22, para

la continuación de mi discurso; en ella es menester tomar el mayor interés en sus

enmendaduras, porque lo he hecho en el mayor desorden, pero lo que está borrado debe

no ponerse. Lo que está subrayado, como son las expresiones de Montesquieu, que se

ponga en letra bastardilla, y la divisa en letra mayúscula»

La reproducción la hizo Nicomedes Lora en la imprenta de B. Espinosa, año de 1820. Nosotros hemos

adoptado la versión del Correo del Orinoco.

1819

Señor. ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha

convocado la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me

cuento entre los seres más favorecidos de la Divina Providencia, ya que he tenido el

honor de reunir a los representantes del pueblo de Venezuela en este augusto Congreso,

fuente de la autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del destino de

la nación.

Al trasmitir a los representantes del pueblo el Poder Supremo que se me había confiado,

colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos y los de nuestras futuras

generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría, rectitud y prudencia. Cuando

cumplo con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agobiaba ,

como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente

una necesidad forzosa, unida a la voluntad imperiosa del pueblo, me habría sometido al

terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la República. ¡Pero ya respiro

devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado

mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un cuerpo

social!

No ha sido la época de la República, que he presidido, una mera tempestad política, ni

una guerra sangrienta, ni una anarquía popular, ha sido, sí, el desarrollo de todos los

elementos desorganizadores; ha sido la inundación de un torrente infernal que ha

sumergido la tierra de Venezuela. Un hombre, ¡y un hombre como yo!, ¿qué diques

podría oponer al ímpetu de estas devastaciones? En medio de este piélago de angustias

no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como

una débil paja. Yo no he podido hacer ni bien ni mal; fuerzas irresistibles han dirigido la

marcha de nuestros sucesos; atribuírmelos no sería justo y sería darme una importancia

que no merezco. ¿Queréis conocer los autores de los acontecimientos pasados y del

orden actual? Consultad los anales de España, de América, de Venezuela; examinad las

Leyes de Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la influencia de la religión y

del dominio extranjero; observad los primeros actos del gobierno republicano, la

ferocidad de nuestros enemigos y el carácter nacional. No me preguntéis sobre los

efectos de estos trastornos para siempre lamentables; apenas se me puede suponer

simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela; sin

embargo, mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas están sujetas a la

censura del pueblo. ¡Representantes! Vosotros debéis juzgarlas. Yo someto la historia de

mi mando a vuestra imparcial decisión; nada añadiré para excusarla; ya he dicho cuanto

puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprobación, habré alcanzado el sublime

título de buen ciudadano, preferible para mí al de Libertador que me dio Venezuela, al de

Pacificador que me dio Cundinamarca, y a los que el mundo entero puede dar.

¡Legisladores!

Yo deposito en vuestras manos el mando supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el

augusto deber de consagraros a la felicidad de la República; en vuestras manos está la

balanza de nuestros destinos, la medida de nuestra gloria, ellas sellarán los decretos que

fijen nuestra libertad. En este momento el Jefe Supremo de la República no es más que

un simple ciudadano; y tal quiere quedar hasta la muerte. Serviré, sin embargo, en la

carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela. Multitud de beneméritos

hijos tiene la patria capaces de dirigirla, talentos, virtudes, experiencia y cuanto se

requiere para mandar a hombres libres, son el patrimonio de muchos de los que aquí

representan el pueblo; y fuera de este Soberano Cuerpo se encuentran ciudadanos que en

todas épocas han mostrado valor para arrostrar los peligros, prudencia para evitarlos, y

el arte, en fin, de gobernarse y de gobernar a otros. Estos ilustres varones merecerán, sin

duda, los sufragios del Congreso y a ellos se encargará del gobierno, que tan cordial y

sinceramente acabo de renunciar para siempre.

La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el

término de los gobiernos democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los

sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en

un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra

a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía. Un justo celo es la garantía de

la libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el

mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.

Ya, pues, que por este acto de mi adhesión a la libertad de Venezuela puedo aspirar a la

gloria de ser contado entre sus más fieles amantes, permitidme, señor, que exponga con

la franqueza de un verdadero republicano mi respetuoso dictamen en este Proyecto de

Constitución que me tomo la libertad de ofreceros en testimonio de la sinceridad y del

candor de mis sentimientos. Como se trata de la salud de todos, me atrevo a creer que

tengo derecho para ser oído por los representantes del pueblo. Yo se muy bien que

vuestra sabiduría no ha menester de consejos, y sé también que mi proyecto acaso, os

parecerá erróneo, impracticable. Pero, señor, aceptad con benignidad este trabajo, que

más bien es el tributo de mi sincera sumisión al Congreso que el

...

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