EL LENGUAJE POLÍTICO DE LOS AÑOS VEINTE, TREINTA Y CUARENTA EN COLOMBIA: UNA PROPUESTA DE INVESTIGACIÓN.
Enviado por Juanse Vargas • 14 de Junio de 2017 • Tesis • 5.658 Palabras (23 Páginas) • 204 Visitas
El lenguaje político de los años veinte, treinta y cuarenta en Colombia: una propuesta de investigación
Por Jorge Cárdenas
Universidad Industrial de Santander
Introducción
Al hacer un barrido general por las representaciones historiográficas que se han producido sobre el siglo XX desde el surgimiento de la historia como disciplina institucionalizada en el país, es fácil darse cuenta que las palabras, como problema histórico, no han tenido lugar. Ejemplo de ello, es que el mayor acercamiento que hacia ellas se ha hecho ha sido hacia el campo de las representaciones discursivas[1], y no hacia sus usos ni posibilidades de sentido. Así entonces, la investigación que aquí se emprenderá busca abrir las posibilidades que la Historia Conceptual puede aportar para la comprensión de los fenómenos políticos e intelectuales que han ocurrido en esta centuria, tal y como ha venido ocurriendo en la historiografía sobre el siglo XIX en la última década. Pero, ¿por qué traer la Historia Conceptual al siglo XX?
La Historia Conceptual no es una mera novedad en tendencias historiográficas sino un cambio en la epistemología histórica. Aunque Javier Fernández Sebastián[2] a mediados del presente año durante La Escuela de Verano “Concepta” realizada en el Colegio de México, la señaló como un cambio de la consciencia histórica[3] refiriéndose al cambio en cómo se está percibiendo la historia en la actualidad. No obstante, considero más oportuno hablar de epistemología. ¿Por qué? Porque al ubicarnos al interior de los asuntos de la consciencia, este planteamiento puede ser interpretado como un darse cuenta de algo, lo que limitaría la zona de acción del cambio mismo, mientras que si señalamos un cambio epistémico queda en claro el rompimiento con el paradigma anterior que definía el cómo se percibía y hacía la historia. Sin embargo, verbalizar este cambio no ha sido un hecho exclusivo del historiador español, incluso, dentro de nuestro contexto suramericano, el historiador argentino José Elías Palti[4] dos años atrás ya había denominado a la Historia Conceptual como una revolución historiográfica[5] (sumándose a lo dicho en Cambridge por Jhon Pocock), pero limitando dicha revolución a los márgenes de la historia política e intelectual[6]. Ahora, ¿Por qué se da este cambio y en qué consiste? Desde mi perspectiva, la historia conceptual es la puesta en marcha de los postulados de la era posmetafísica en los estudios históricos, es decir, de poner en práctica lo dicho por cuatro filósofos específicos quienes a día de hoy han puesto gran parte de los cimientos conceptuales de nuestro modo de ver, pensar y sentir el acontecer: Heidegger, Gadamer, Wittgenstein y Derrida. En este sentido, no resulta extraño encontrar estos cimientos en las obras de Koselleck, Skinner, Pocock, Rosanvallon o Foucault[7] a quienes se les debe el mérito de haber traducido todo el sentido filosófico de estos autores a palabras de historiadores, unas con las que la tradición historiográfica ha logrado sentirse cómoda[8].
Para abordar los contenidos de este cambio es necesario hacerlo en un espacio distinto a esta introducción. No obstante, para no dejar el vacío, se puede sintetizar de la siguiente manera: primero, que las categorías que utilizan los historiadores para dotar de sentido al pasado son tan históricas como los mismos acontecimientos que pretenden estudiar, es decir, no existe una categoría analítica última que devele con total claridad la historia, ni un historiador por fuera de ella. ¿Qué consecuencias trae esto? Que de la voz del historiador no emergen los hechos como una verdad, sino están mediatizados por las preocupaciones y dispositivos intelectuales que su propia época le otorga. Así, el estudio del pasado se presenta al historiador como un acto ontológico, que consiste en llegar a los límites que la historicidad le impuso a los individuos del pasado para comprender e interpretar su presente.
Así mismo, siendo consciente de que no existe un lugar firme en donde afianzar el saber histórico, sigue empeñado en su cometido bajo el capricho de buscar el sentido de lo que lo hace ser como individuo y como sociedad, ya no como una forma de levantar acta sobre lo que una vez fue, sino de lo que hace ser, lo que actualmente es. Reconociendo, además, que la historia es la creación más humana de todas, por lo que algún día sus afirmaciones se hundirán en la densidad del tiempo a la espera de que las preocupaciones de las siguientes generaciones las hagan ser dignas de emerger. Y que, a su desdicha o alegría, no tiene más opción que poner su trabajo al servicio de la facundidad de un diálogo entre el presente con su pasado, evocando lo que es posible transmitir: el sentido[9].
Segundo, así como el historiador es consciente de su historicidad, la historia conceptual es la vía para encontrar la de los otros en el pasado. ¿Por qué? Porque el estudio de los conceptos es el estudio del sentido, expresado en las posibilidades y usos que están condensados en una palabra en determinado momento y circunstancia. Pero ¿Por qué titulo este trabajo como “el lenguaje político de los años veinte, treinta y cuarenta[10]”, y no historia conceptual de tales décadas? Por una cuestión metodológica. Considero que existe una jerarquía en los niveles de profundización para estudiar el sentido en la Historia Conceptual, primero están las metáforas, que son el grado mínimo en el que se configura algún significado político; después vienen los conceptos, en donde se condensa una parte del campo semántico que posibilita a los actores la comprensión de su época; le siguen los discursos, que articulan el campo semántico atribuido a los conceptos, y de último, el nivel más complejo, los lenguajes políticos en donde estos discursos, conceptos y metáforas van a converger, y que por su carácter contingente, es la expresión de la historicidad del pensamiento en donde se ubica el horizonte de sentido de una época, y, por lo tanto, es también el límite de lo que puede ser dicho y/o pensable. Estos límites tienen sus raíces en los fundamentos intelectuales con los que los actores hacen política[11] y su resemantización a partir de las experiencias históricas y expectativas de una época[12]. De manera que el objetivo de esta investigación será develar los presupuestos que la reconfiguración del lenguaje político que inició en años veinte trajo consigo.
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