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El Alma De La Toga


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2013  •  12.969 Palabras (52 Páginas)  •  354 Visitas

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El Alma de la Toga de Ángel Ossorio y Gallardo I

Retrato del autor.

El Alma de la Toga.

Introducción

Ángel Ossorio y Gallardo pensó que al ser éste libro la expresión de un estado de conciencia, una red de conceptos, una serie de concreciones espirituales, una decantación de la voluntad, una categoría de ideas abstractas. Que son el sedimento de su existencia profesional puede tener interés para el abogado. Y esa es la razón del existir de su libro.

Considera que servirá el libro porque la sustancia de la abogacía descansa en sutilísimos y quebradizos estados psicológicos que no figuran en ninguna asignatura ni se enseñan en las aulas.

2 ¿ QUIEN ES ABOGADO ?

INTRODUCCIÓN.

Urge reivindicar el concepto de Abogado. Tal cual hoy se entiende, los que en verdad lo somos, participamos de honores que no nos corresponden y de la vergüenzas que no nos afectan.

"En España todo el mundo es abogado, mientras no pruebe lo contrario". Así queda expresado el teorema, que Pío Baroja, por bola de uno de sus personajes (En el tablado de arlequín), condensa en estos términos: "Ya que no sirve para nada útil, estudia para Abogado". Los corolarios son inevitables.

-¿Con quien se casa Pepita? -¡Con un Abogado! Este Abogado suele ser escribiente temporero del Ayuntamiento o mecanógrafo de una casa de banca.

-En el actual Ministerio hay siete Abogados. La realidad es que apenas su uno o dos se han puestos la toga y saludando el Código Civil.

-Numerosos conductores de tranvías son Abogados.

-El que ayer asesino a su novia o el que escaló la alcantarilla es Abogado.

- El inventor de un explosivo, o de una nave aérea, o de una pastilla para la tos, es Abogado.

Hay que acabar con ese equivoco, merced al cual la calidad de Abogado ha venido a ser algo tan difuso, tan ambiguo, tan incoercible, como la de "nuestro compañeros en la Prensa" o "el distinguido sport-man".

La Abogacía no es una consagración académica, sino una concreción profesional. Nuestro titulo universitario no es de "Abogado", sino de "Licenciado en derecho, para poder ejercer la profesión de Abogado"

Basta pues leerle para saber que quien no dedique su vida . Debe dedicar su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales. Y quien no haga esto será todo lo Licenciado que quiera pero abogado no.

La formación universitaria de los Abogados.

La Universidad preside una formación científica... cuando la preside. en nuestra carrera ni siquiera sirve para eso. De la facultad se sale sabiendo poner garbanzos de pega en los rieles del tranvía, acosar modistas, jugar al monte y al treinta y cuarenta, organizar huelgas, apedrear escaparates, discutir sobre política, imitar en las aulas al gallo y al burro, abrir las puertas a empujones, destrozar los bancos con el cortaplumas, condensar un vademécumen los puños de la camisa, triunfar en los bailes de máscaras, y otras porción de conocimiento tan varios como interesantes. El bagaje cultural del alumno más aprovechado no pasa de saber decir de veinticinco maneras- tantas como profesores- el "concepto de derecho", la "idea del estado", la "importancia de muestra asignatura" (cada una es más importante que las otras para el respectivo catedrático), la "razón del plan " y la "razón del método "De ahí para adelante, nada.

En nuestra facultades se enseña la Historia sólo hasta los Reyes Católicos o sólo desde Felipe V, se aprueba el Derecho civil sin dar testamento o contratos, se explican Economía política. ¡¡ Economía política del siglo XX!! en veinticinco o treinta lecciones, se ignora el Derecho social de nuestros días, se rinde homenaje a la Ley escrita y se prescinde absolutamente de toda la sustancia consuetudinaria nacional se invierten meses en aprender de memoria las colecciones canónicas y se reserva para el Doctorado -esto es, para un grado excelso de sabiduría , y aun eso a título puramente voluntario-el Derecho municipal...

A cambio de sistema docente tan peregrino, los señores profesores siembran en la juventud otros conceptos inesperados, tales como éstos: que hora y media de trabajo, puede quedar decorosamente reducida a tres cuartos de hora; que sin desdoro de nadie, pueden las vacaciones de Navidad comenzar en noviembre; que el elemento fundamental para lucir en la cátedra y en el examen es la memoria; que la tarea del profesorado debe quedar supeditada a las atenciones políticas del catedrático, cuando es diputado o concejal; que se puede llegar a altas categorías docentes, constitutiva, por sí solas, de elevadas situaciones sociales usando un léxico que haría reír en cualquier parte y luciendo indumentos inverosímiles, reveladores del poco respecto de su portador para él mismo y para quienes lo ven...

¿A que seguir la enumeración ?

En las demás facultades, la enseñanza, tomada en serio, sólo ofrece el peligro de que el alumno resulte un teórico pedante; en la nuestra hay la seguridad de que no produce sino vagos, rebeldes, destructores, anarquizantes y hueros.

La formación del hombre viene después. En las aulas quedó pulverizado todo lo bueno que aportara de su hogar.

Mas demos esto de lado y supongamos que la Facultad de Derecho se redime y contribuye eficazmente a la constitución técnica de sus alumnos; aun así, el problema seguirá siendo el mismo, porque la formación cultural es absolutamente distinta de la profesional y un eximio Doctor puede ser -iba a decir, suele ser -un Abogado detestable.

Lo profesión y lo Académico.

¿Por qué? Pues por la razón sencilla de que en las profesiones la ciencia no es más que un ingrediente. Junto a él operan la conciencia, el habito, la educación el engranaje de la vida, el ojo clínico, mil y mil elementos que, englobados, integran un hombre, el cual, precisamente por su oficio, se distingue de los demás.

Una persona puede reunir los títulos de Licenciado en Derecho y Capitán de Caballería, pero es imposible, absolutamente imposible, que se den en ella las dos contradictorias idiosincrasia del militar y del togado.

En aquél ha de predominar la sumisión; en este el sentido de libertad.

¡Que tienen que ver las aulas con estas cristalizaciones humanas!

Un catedrático sabrá admirablemente las Pandectas y la Instituta y el Fuero Real, y será un jurisconsulto insigne; pero si no conoce las pasiones, más todavía, si no sabe atisbarlas, toda su ciencia resultaría inútil para abocar.

El esclarecido ministerio del asesoramiento

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