El Fusilamiento Del Padre Galvan
Enviado por leonardor • 15 de Julio de 2012 • 3.970 Palabras (16 Páginas) • 691 Visitas
La oración fúnebre la pronunció el padre Rafael Zepeda Monraz, quien dijo que la Providencia lo había salvado de sufrir la misma muerte del padre Galván, ya que el “mártir” lo había invitado a llevar el auxilio espiritual a los moribundos; pues aquella mañana fuerzas villistas y carrancistas se habían enfrentado entre el barrio del Santuario y el barrio del Retiro y había muchos muertos y heridos graves…
Por Leonardo Reichel Urroz
—Desde Zapopan, Jalisco, México, exclusiva de Culturadoor.com—
Día de publicación: 20-Octubre-2009
—¡Pobre padre David! ¿Vites? ¡Lo dejaron como coladera!
—¡Cállate Candelaria! ¡No blasfemes!
—Pos’ es la meritita verdad, Cirilo. La profe Chonita, que’stubo en el anfitiatro del Hospital de Belén y que vio el cuerpo, dijo que a lo menos tenía cinco boquetes asina de gordos en el pecho, pal’ lado del corazón, y como si no estuvieran conformes con eso, todavía le dieron el tiro de gracia, como si juera un perro rabioso y no el santo varón que jue siempre el pagrecito.
Cirilo saca una talega de tabaco y forja un cigarro de hoja. El cortejo ha avanzado varias cuadras por las calles empedradas de Guadalajara. La distancia entre el Colegio del Niño Jesús, entonces situado por Pedro Loza, donde fue velado la noche del 30 de enero y el panteón de Mezquitán donde sería sepultado la tarde del día 31, era basta. Pero el féretro recorrió esa distancia sobre hombros. Grupos de seis hombres se turnaban en pequeñas distancias para cargarlo.
La procesión de deudos, entre familiares que iban al frente, siguiendo al estandarte con la Virgen de Guadalupe que sostenía una mujer vestida de negro. Las profesoras María Soledad Dueñas y María Dolores Alcaraz, quienes recogieron el cuerpo y se hicieron cargo del servicio fúnebre, eran precedidas de una carroza tirada por dos caballos en la que se llevaban las flores, coronas y arreglos que durante toda la noche de la velación fueron llegando; algunos religiosos, seminaristas y amigos del difunto, y mucha gente del pueblo que lo conocieron y lo estimaban. Personas de todos los estratos sociales, desde inditos que marcaban huella de huarache terciado, hasta damas de la más rancia aristocracia jalisciense.
—Pero el infierno es poco, Cirilo. Un suplicio eterno es el que le espera a ese carranclán jediondo del Teniente Coronel Enrique Vera, que es el único culpable de este crimen—, dice Candelaria, quien desde unas cuadras atrás se esfuerza en hacer pasar desapercibido su rengueo, por el dolor de coyunturas.
—Pos’ a sigún lo que dicen, jue el mesmito gobernador Diéguez quien resolvió que pasaran por las armas al padrecito—, increpa Cleotilde, la secretaria de la Acción Católica, quien avanza al lado de ellos.
—Eso mesmo dicen—,increpó Cirilo. —Pero porque Vera jue’ a verlo con intrigas y falsedades. Ya ven ustedes que en cuanto unas personas de buena fe hablaron con el gobernador, a luego que les extiende un indulto, pero cuando llegaron con el papel hasta donde sería la ejecución, ya era tarde.
—Mesmamente, anoche la profesora Lola explicó todo eso. Si también iban a matar al padre Chema Araiza, pero con el indulto, lo regresaron vivito al cuartel del 37 Regimiento, donde dicen que estará hasta que se deslinden responsabilidades—, comentó Candelaria.
Durante el trayecto de la procesión fúnebre, un viento helado no dejaba de soplar. En el cielo, negros nubarrones anunciaban tormenta, pero cuando el cortejo iba llegando al Panteón de Mezquitán, las nubes comenzaron a difuminarse sin que cayera una sola gota de lluvia.
La oración fúnebre la pronunció el padre Rafael Zepeda Monraz, quien dijo que la Providencia lo había salvado de sufrir la misma muerte del padre Galván, ya que el “mártir” lo había invitado a llevar el auxilio espiritual a los moribundos; pues aquella mañana fuerzas villistas y carrancistas se habían enfrentado entre el barrio del Santuario y el barrio del Retiro y había muchos muertos y heridos graves.
—Yo le dije al padre Galván que no era obligado ir a llevar los santos oleos al campo de batalla. Le expliqué que aquello era muy peligroso y le sugerí que uniéramos nuestras oraciones para pedir por las almas de los caídos; pero él insistió. ¡Yo no estoy obligado a ir, puesto que no soy párroco ni ministro!, le dije… Y el padre David Galván, con su voz mansa pero firme se limitó a replicar: “No es por obligación, hagámoslo por caridad”…
Llantos angustiados y gritos de desesperación se mezclaban con los padres nuestros y las aves marías, cuando el ataúd era bajado al sepulcro. Una anciana que llevaba un rosario terciado al cuello, lloraba desesperada y amenazaba con arrojarse al sepulcro. Fue necesario que varias personas la detuvieran y la apartaran.
—Es la conciencia la que la está quemando, Pánfila. — exclamó Lucas el zapatero.
—¿Por qué dice eso don Lucas?
—Porque esa mujer es la madre del subteniente Martín Ocampo, que fue el que remató al padrecito, según dijo Petrita Lozano, que presenció la ejecución desde la entrada de su casa. A ella yo la conozco, una vez me llevó a arreglar unas botas alejandrinas del militar y me comentó que era su hijo—, explicó el interpelado.
Don Lucas conocía a David Galván desde la niñez del sacerdote, ya que había sido amigo de don Trini, su padre, desde muchos años atrás.
Ambos habían sido chícharos del taller de zapatería de don Onofre, en el barrio de Analco y juntos habían aprendido el oficio.
—José Trenida’ quería que el muchacho aprendiera bien el oficio y le entrara a atender el taller; y al chamaco le gustaba trabajar el cuero, forjar tacones, zurcir suelas; pero pos se impuso la influencia de Marianita, que siempre le inculcó la vocación sacerdotal — comentó don Lucas.
—¿A poco Usted conoció a mi tío Trenidad?, preguntó una joven de tez morena, cuerpo esbelto que vestía luto riguroso y que llevaba un grueso ramo de blancas flores.
—Pero ¿cómo no? Si “juimos” rete amigos. ¿No me diga que uste’ es pariente del padrecito?.
—Mesmamente. Y por los dos lados de la familia.Soy hija de Chóforo Rodríguez que es primo hermano de Marianita Bermúdez Rodríguez, la madre del Padre David; y mi mamá era prima segunda del tío José Trenidad, no por los Galván sino por los Trejo.
—Pos’ yo escuché ques’que al pagrecito lo mataron el día de su cumpliaños. Qui’ acababa de cumplir los 34—, comentó Chito Nátera “el gallero”, quien desde hacía
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