El Huasipungo
Enviado por jodacaza • 9 de Julio de 2012 • 2.748 Palabras (11 Páginas) • 568 Visitas
Huasipungo” cuenta una cruenta, y quizás verídica, historia de “progreso”. La novela comienza en Quito, Ecuador. Don Alfonso Pereira, caballero de la alta sociedad, se encuentra preocupado por sus problemas. Además de cuantiosas deudas, su mayor problema es ahora que su hija, Doña Lolita, de diecisiete años, ha quedado embarazada. Caminando por las calles de Quito, Don Alfonso se encuentra con su mayor acreedor, el Tío Julio, quien lo invita a tratar asuntos importantes en su despacho, un gabinete con puerta de cristales escarchados y amplios divanes para “degollar cómodamente a las víctimas de los múltiples tratos y contratos de la habilidad latifundista”. Incómodo, Don Alfonso trae a colación su deuda, pero el Tío Julio lo interrumpe proponiéndole un negocio que los hará “millonarios a todos”. El pariente le informa a Don Alfonso que Mr. Chapy, el Gerente de la explotación maderera en Ecuador, y él mismo han explorado Cuchitambo, la hacienda de Don Alfonso, y han descubierto que contiene excelentes maderas. Esas maderas podrían utilizarse para abastecer de durmientes los ferrocarriles de Ecuador y también para exportar. El Tío Julio continúa informando a su sobrino de los pormenores del negocio. Mr. Chapy pondrá la costosa maquinaria necesaria para la tala. Don Alfonso tendrá que hacer mejoras a su hacienda, específicamente varios kilómetros de carretero para automóvil entre su hacienda y el pueblo, comprar bosques lindantes y limpiar de huasipungos las orillas del río. El Tío Julio va a ayudar económicamente a Don Alfonso para que lleve a cabo las obras requeridas.
Don Alfonso se sorprende al oír que su tío espera que él mismo vaya a su hacienda y dirija la obra. Se siente especialmente receloso con la orden de limpiar de huasipungos las orillas del río. Los huasipungos (huasi, casa; pungo, puerta) eran parcelas de tierra que otorgaba el dueño de la hacienda a la familia india en parte de pago por su trabajo diario. Despectivamente, Don Alfonso informa a su tío que “los indios se aferran con amor ciego y morboso a ese pedazo de tierra que se les presta (…) en medio de su ignorancia, lo creen de su propiedad (…)”. Para el Tío Julio todo eso es sentimentalismo, los indios sólo son importantes para la empresa por el trabajo que pueden aportarle. Cuando Don Alfonso argumenta que su hacienda no tiene suficientes indios, su tío le recuerda que los indios (peones) se encuentran incluídos en los bosques que tienen pensado adquirir.
Al salir del despacho del Tío Julio, Don Alfonso recuerda el problema de su hija Lolita, a sus ojos, la niña inexperta en el amor, engañada por un cholo (un mestizo de indio y blanco). Piensa en la vergüenza, en el qué dirán, y toma la decisión de salir de Quito hacia la hacienda, acompañado por su esposa e hija. Ni los parientes, ni los amigos, ni la sociedad capitalina pueden dudar de los motivos puramente económicos que obligan a los personajes a dejar la ciudad.
Luego del lento viaje en tren, llegan a una pequeña estación perdida en la cordillera donde los esperan indios y caballos. El viaje continúa a caballo para la familia, a pie para los indios, bajo la llovizna. Cuando los caballos se niegan a avanzar por los senderos resbaladizos y enlodados, agravados por las últimas tempestades, los miembros de la familia Perira pasan de las bestias a ser cargados por las espaldas humildes de los indios. El grupo llega al pueblo de Tomachi al atardecer. El pueblo es descripto como un “nido de lodo, de basura, de tristeza, de actitud acurrucada y defensiva” debido al invierno, la miseria y la indolencia de la gente.
En la hacienda los espera Policarpio, el mayordomo. Después de dejar todo arreglado en la casa de los patrones, los indios que sirvieron de guía y animales de carga a la caravana van, a través de tortuosos caminos, en busca de su huasipungo.
El indio Andrés Chiliquinga no toma la ruta que le llevaría a la casa de sus padres. Su padre murio de cólico hace unos años y su madre vive con tres hijos menores y un ocasional compadre que aparece y desaparece por temporadas. El indio Chiliquinga vive desde hace aproximadamente dos años “amañado” (conviviendo maritalmente antes de la unión “civilizada”) con Cunshi. El burló la vigilancia del mayordomo y desobedeció las reglas del sacerdote del pueblo, quienes pretendían que él se casara con una india joven del pueblo. Pero el indio Chiquilinga los desafió, construyó su huasipungo en el filo de la quebrada mayor, se fue a vivir con la india Cunshi y tuvieron un hijo. Nadie los molestó, pero la llegada del amo a la hacienda inquieta al indio.
Don Alfonso adquiere la costumbre de ir al pueblo durante el largo invierno, en los días en los que no llovizna. Una vez en el pueblo, se toma una copa de aguardiente puro con jugo de limón y oye la charla de Jacinto Quintana, teniente político, capataz y cantinero, y su esposa Juana. Los paseos del dueño de Cuchitambo terminan generalmente en el curato. El cura y el terrateniente hablan de patria, progreso, democracia, moral y política. Don Alfonso brinda al sacerdote una amistad y una confianza ilimitadas, el párroco al mismo tiempo que brinda gratitud y entendimiento cristianos, forma una alianza con el amo del valle y todos sus poderes materiales y espirituales. Durante una de esas charlas planean el negocio de Guamaní y los indios que habitan esas tierras que serán parte de la transacción.
La hija de Don Alfonso da a luz un varón cuyos problemas empiezan cuando la madre no puede amamantarlo más. Sin embargo esto no es un problema para los señores de Cuchitambo quienes simplemente ordenan a varias indias jóvenes y robustas, que se encuentran amamantando, presentarse en la casa. Se ordena a la india elegida para amamantar el recién nacido a dejar su propio hijo con Policarpio, el mayordomo. Luego de pocas semanas el hijo de la india muere, desatendido y desnutrido, y ella abandona la casa durante la noche. Una nueva nodriza es seleccionada entre las indias con hijos pequeños. Las indias, sabiendo que la que sea seleccionada para amamantar al “señorito” será bien alimentada en la hacienda, se pelean por ser elegidas para salir de la miseria y del trabajo diario de largas horas.
El trabajo de desmonte comienza en Guamaní, dirigido por el “Tuerto” Rodríguez. Policarpio selecciona indios jóvenes que deberán recorrer horas a pie para llegar a la Rinconada y quedarse ahí hasta finalizar el trabajo. El indio Chiliquinga es uno de los elegidos para el trabajo. Desesperado decide hacer el largo camino de vuelta todas las noches para dormir unas pocas horas con su india. El “Tuerto” Rodríguez descubre la verdad tras “amonestar” al indio con puñetazos y patadas debido a su tardía llegada una mañana. Sigue volviendo el indio a su huasipungo todas las noches
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