El Mártir De La Catacumbas
Enviado por elministroluis • 24 de Diciembre de 2013 • 33.609 Palabras (135 Páginas) • 467 Visitas
EL MARTIR DE LAS CATACUMBAS
PROLOGO
Hace muchos años que fue publicada una historia titulada El Mártir de las Catacumbas.
Un episodio de la Roma Antigua. Un ejemplar fue providencialmente rescatado de un barco de vela americano y se encuentra en poder del hijo del Capitán Richard Roberts, quien comandaba aquella nave y tuvo que abandonarla en alta mar como consecuencia del desastroso huracán ocurrido en enero de 1876.
Cuidadosamente reimpresa, presentamos aquí aquella obra, habiendo sido celosamente fieles al original aun en su titulo. Sacamos a la luz esta edición, animados de la viva esperanza de que El Señor la haya de emplear para hacerles ver a los fieles que reflexionan, como también a los descuidados y desprevenidos y a sus descendientes en estos últimos días malos, este palpitante cuadro de como sufrieron los santos de los primeros tiempos por su fe en nuestro Señor Jesucristo, bajo una de las persecuciones mas crueles de la Roma pagana, y que en un futuro no lejano se pueden repetir con la misma intensidad de la ira satánica, mediante el mismo Imperio Romano de inminente renacimiento.
Ojalá pueda despertar nuestra conciencia al hecho de que, si l Señor tarda en su venida, hemos de vernos en el imperativo de sufrir por El que voluntariamente tanto sufrió por nosotros. La Biblia ya no ocupa el lugar que le corresponde en nuestros colegios y universidades; la oración familiar es un habito perdido; nuestro Señor Jesucristo, el unigénito y bien amado Hijo del Dios viviente, es desacreditado y deshonrado precisamente en casa de aquellos que profesan ser sus amigos; el testimonios en corporación ha desaparecido de la tierra; no se obedece el llamado a Laodicea al arrepentimiento; y es así que la promesa del Señor de la comunión con. EL esta librada solo al
individuo. Y aun a nosotros en estos días puede alcanzarnos la promesa a Smirna: "Se fiel hasta muerte y yo te daré la corona de la vida". La sangre de los mártires de Rusia y Alemania clama desde la tierra, cual admonición a los cristianos de todos lo países. Pero aun podemos arrancar de nuestras almas el clamor anhelante: "VEN SEÑOR JESUS; VEN PRONTO".
Hartsdale, N.Y. Richard L. Roberts
EL MARTIR DE LAS CATACUMBAS (Parte I)
El Coliseo
Cruel carnicería para jolgorio de los romanos.
Era uno de los grandes días de fiesta en Roma. De todos los extremos del país las gentes convergían hacia un destino común. Recorrían el Monte Capitolino, el Foro, el Templo de la Paz, el Arco de Tito y el palacio imperial en su desfile por las innumerables puertas, desapareciendo en el interior.
Allí se encontraban frente a un escenario maravilloso: en la parte inferior la arena interminable se desplegaba rodeada por incontables hileras de asientos que se elevaban hasta el tope de la pared exterior que bordeaba los cuarenta metros. Aquella enorme extensión se hallaba totalmente cubierta por seres humanos de todas las edades y clases sociales. Una reunión tan vasta, concentrada de tal modo, en la que solo se podían distinguir largas filas de rostros fieros, que se iban extendiendo sucesivamente, constituían un formidable espectáculo que en ninguna parte
del mundo ha podido igualarse, y que había sido ideado, sobre todo, para aterrorizar e infundir sumisión en el alma del espectador. Mas de cien mil almas se habían reunido aquí, animadas de un sentimiento común, e incitadas por una sola pasión. Pues lo que les había atraído a este lugar era una ardiente sed de sangre de sus semejantes.
Jamás se hallara un comentario mas triste de esta alardeada civilización de la antigua Roma, que este macabro espectáculo creado por ella.
Allí se hallaban presentes guerreros que habían combatido en lejanos campos de batalla, y que estaban bien entrenados de lo que constituían actos de valor; sin embargo, no sentían la menor indignación ante las escenas de cobarde opresión que se desplegaban ante sus ojos. Nobles de antiguas familias se hallaban presentes allí, pero no tenían ojos para ver en estas exhibiciones crueles y brutales el estigma sobre el honor de su patria.
A su vez los filósofos, los poetas, los sacerdotes, los gobernadores, los encumbrados, como también los humildes de la tierra, atestaban los asientos; pero los aplausos de los patricios eran tan sonoros y ávidos como los de los plebeyos. ¿Que esperanza había para Roma cuando los corazones de sus hijos se hallaban íntegramente dados a la crueldad y a la opresión mas brutal que se puede imaginar? El sillón levantado sobre un lugar prominente del enorme anfiteatro se hallaba ocupado por el Emperador Decio, a quien rodeaban los principales de los romanos. Entre estos se podía contar un grupo de la guardia pretoriana, que criticaban los diferentes actos de la escena que se desenvolvía en su presencia con aire de expertos. Sus carcajadas estridentes, su alborozo y su espléndida vestimenta los hacían objeto de especial atención de parte de sus vecinos. Ya se habían presentado varios espectáculos preliminares, y era hora de que empezaran los combates.
Se presentaron varios combates mano a mano, la mayoría de los cuales tuvo resultados fatales, despertando diferentes grados de interés, según el valor y habilidad que derrochaban los combatientes. Todo ello lograba el efecto de aguzar el apetito de los espectadores, aumentando su vehemencia, llenándoles del mas vivo deseo por los eventos aun mas emocionantes que habían de seguir. Un hombre en particular había despertado la admiración y el frenético aplauso de la multitud. Se trataba de un africano de Mauritania, cuya complexión y fortaleza eran de gigante.
Pero su habilidad igualaba a su fortaleza. Sabia blandir su espada con destreza maravillosa, y cada uno de los contrincantes que hasta el momento yacía muerto. Llego el momento en que había de medirse con un gladiador de Batavia, hombre al cual solamente El le igualaba en fuerza y estatura. Pero los separaba un contraste sumamente notable. El africano era tostado, de cabello relumbrante y rizado y ojos chispeantes; el de Batavia era de tez ligera, de cabello rubio y de ojos vivísimos de color gris. Era difícil decir cual de ellos llevaba ventaja; tan acertado había sido el cotejo en todo sentido.
Pero, como primero había ya estado luchando por algún tiempo, se pensaba que El tenia esto como desventaja.
Lego, pues, el momento en que se trabo la contienda con gran vehemencia y actividad de ambas partes. El de Batavia asesto tremendos golpes a su contrincante, que fueron parados gracias a la viva destreza de este. El africano era ágil y estaba furioso, pero nada podía hacer contra la fría y sagaz
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