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El Trienio Adeco


Enviado por   •  6 de Octubre de 2011  •  2.490 Palabras (10 Páginas)  •  923 Visitas

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Bolívar desde todos los ángulos. *

Rafael Arráiz Lucca

En los años recientes se ha puesto en marcha la más formidable y completa revisión de la significación histórica de Simón Bolívar. Este proceso lo inicia Germán Carrera Damas con El culto a Bolívar (1970); continúa con La Gran Colombia: una ilusión ilustrada (1985) y De la patria boba a la teología bolivariana (1991) de Luis Castro Leiva; El divino Bolívar (2003) de Elías Pino Iturrieta; Bolívar, el pueblo y el poder (2004) de Diego Bautista Urbaneja; el descarnado diario personal Memorial de agravios (2005) de Guillermo Morón, que se detiene en el tema, aunque no es su objeto fundamental y, Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica (2006) de Manuel Caballero. Con la excepción del texto moroniano, todos estos trabajos se esmeran en desentrañar la significación mitológica de la figura del Libertador en la nación venezolana, así como sus aristas teológicas e irracionales.

Conviene recordar que esta revisión parte de una constatación que no admite dudas: la santificación del personaje. Su conversión en figura de los altares, en suerte de deidad que no admite formulaciones críticas. Esto, se sabe, comienza a ocurrir en Venezuela a partir de la consagración que hace Guzmán Blanco del Libertador como elemento unificador de la nacionalidad. Así, la gestación del culto que ausculta Carrera Damas se inicia con la fecha celebratoria del centenario de su nacimiento, el 24 de julio de 1883, cuando Guzmán dispuso unos festejos que asentaron su figura canónica. Después, al culto contribuyeron de manera enfática los apologistas, los que hicieron la hagiografía del personaje, justificando todos sus actos, advirtiendo sólo los rasgos gloriosos y pasando por alto las ejecutorias condenables, los errores, los empeños sin asidero en la realidad.

El culto bolivariano, como todo culto, se ha nutrido de creencias, de irracionalidad, de toda esa sustancia que termina por conformar la ideología y que deja de lado, profilácticamente, aquello que invita a la revisión crítica e histórica del personaje. Lo que inicia Carrera, entonces, es una reacción contra esa manera de concebir la historia más cercana a la adoración acrítica que a la verdad científica. Por eso dije antes hagiografía, ya que la vida de Bolívar fue tratada como la de los santos, causándosele un grave daño a su significación histórica, abonando el terreno para la formación de un mito e instaurando un culto, que ha dificultado el análisis desapasionado de nuestra historia.

El universo de las biografías del personaje constituye un capítulo distinto al de la revisión de sus implicaciones sociológicas. Desde las apologéticas, que tributaron lamentablemente con la cristalización del mito, hasta la extraordinaria y reciente del historiador británico John Lynch, titulada Simón Bolívar (2006), la variedad y la cantidad es notable, al punto que cualquiera puede preguntarse qué más se puede decir sobre Bolívar. La del historiador español Salvador de Madariaga, Bolívar (1951), asombrosamente ácida y amarga y la del historiador colombiano Indalecio Liévano Aguirre, Bolívar (1971), se cuentan entre las indispensables para la mejor comprensión del personaje. Por supuesto, no pierden su tiempo quienes lean las biografías que Santiago Key-Ayala, Gerhard Masur, Augusto Mijares, José Luis Salcedo Bastardo, Emil Ludwig y Tomás Polanco Alcántara le han dedicado al héroe. Tampoco lo pierden, y muy por el contrario lo recuperarían con creces, quienes se enfrasquen sin prejuicios en el libro del realista José Domingo Díaz, Recuerdo sobre la rebelión de Caracas (1828), donde hallarán “la otra cara de la luna” en cuanto al proceso independentista venezolano. También es de recomendable lectura, por lo francamente desconcertante, la entrada que sobre Bolívar escribió Carlos Marx para la New American Cyclopaedia, por solicitud de su director Charles Dana, en 1858.

Los trabajos de Díaz, Marx y Madariaga, que son abiertamente críticos y, a veces, detractores, conviene que le hagan contrapeso a las hagiografías, que son más abundantes. Por lo anterior es que la reciente biografía de John Lynch me parece lo mejor que he leído como biografía del personaje, hasta la fecha. En el plano de la novela, que no tiene valor histórico sino exclusivamente literario, El general en su laberinto (1989) de Gabriel García Márquez se lee con deleite. Los poemas dedicados al héroe, que son centenares, es mejor tomarlos con pinzas y extraer alguna imagen significativa.

Entre los pocos estudios que se le han dedicado a la versión española de los hechos que condujeron a la independencia, una investigación de Tomás Straka intitulada La voz de los vencidos. Ideas del partido realista de Caracas, 1810-1821 (2000) es fundamental. Parte de una premisa democrática: para conocer la historia completa hay que escuchar la voz de los vencedores y de los vencidos. Todo lo que se haga en este sentido será poco, si realmente queremos comprender la complejidad de aquel proceso y la riqueza de sus actores. Lo contrario es el reduccionismo necio, la simplificación para las masas acríticas, la petrificación ideológica por encima de la tarea crítica de pensar y revisar y volver a revisar. Esa es la tarea. Por otra parte, el mismo Straka acaba de publicar un libro donde le toma el pulso a este proceso de revisión bolivariana, se titula La épica del desencanto (2009) y es lo más reciente que se ha publicado sobre el tema, así como la biografía de Pino Iturrieta sobre Bolívar, publicada por la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional-Banco del Caribe, para celebrar el número 100 de la colección.

Como vemos, no es poco lo reciente, lo que confirma la sana tendencia a revisar el personaje libremente, sin buscar su canonización o, sin que nos anime una antipatía de inicio que no nos deje ver su sustancia. Esto, por cierto, fue lo que le ocurrió a Carlos Marx. Los intríngulis del asunto merecen ser comentados, dado su valor pedagógico.

Una vez que Marx le entregó a Charles Dana la entrada para la enciclopedia solicitada, éste le reclamó su desusado tono, su animadversión hacia Bolívar. Sabemos que esto ocurrió, entre otras razones, porque el tema lo ventilaron por carta Marx y Engels; la prueba documental es una misiva fechada el 14 de febrero de 1858 en la que el autor de la entrada afirma: “Dana me pone reparos a causa de un artículo más largo sobre Bolívar, porque estaría escrito en un tono prejuiciado y exige mis fuentes. Estas se las puedo proporcionar, naturalmente, aunque la exigencia es extraña. En lo que toca al estilo prejuiciado, ciertamente me he salido algo del tono enciclopédico. Hubiera sido pasarse de la raya querer presentar

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