El día Que Murió Hidalgo
Enviado por oscar2318 • 27 de Octubre de 2012 • 1.207 Palabras (5 Páginas) • 477 Visitas
El día que murió Hidalgo
El 23 de abril de 1811, Miguel Hidalgo y Costilla arribó a Chihuahua en calidad de prisionero para ser juzgado, y fue recluido en el estrecho cubo de la torre del ex colegio de la Compañía de Jesús, donde pasó los últimos dos meses y medio de su vida.
Por ser la cabeza de la insurrección, por tener una causa pendiente con la Inquisición, y por el proceso eclesiástico al que debía ser sometido; el juicio de Hidalgo tomó más tiempo que el del resto de los jefes insurgentes. Quince días después de su llegada, Ángel Abella, comenzó el interrogatorio que se prolongó tres días, y en el cual Hidalgo respondió con entereza y serenidad a cuarenta y tres preguntas.
Muerte de Hidalgo, grabado de José Guadalupe Posada
Sin caer en ambigüedades y sin delatar a nadie, Hidalgo confesó su convicción de que la Independencia sería benéfica para el país, haber levantado ejércitos, dirigido manifiestos y ser responsable de los asesinatos cometidos a españoles presos en Valladolid y Guadalajara.
También sostuvo sin vacilar, haber actuado por el “derecho que tiene todo ciudadano cuando cree la patria en riesgo de perderse…”; no haber abusado de su condición eclesiástica para incitar al pueblo a la insurrección; y reconoció que nada de lo que había hecho convenía con su estado religioso.
El 18 de mayo, Hidalgo formó un documento donde se retractaba de los errores cometidos contra Dios y el Rey, pedía perdón a la iglesia y a la Inquisición; y rogaba a los insurgentes que se apartaran del errado camino que seguían: “Compadeceos de mí; yo veo la destrucción de este suelo que he ocasionado; la ruina de los caudales que se han perdido, la sangre que con tanta profusión y temeridad se ha vertido; y, lo que no puedo decir sin desfallecer: la multitud de almas de los que por seguirme estarán en los abismos…”
El arrepentimiento de Hidalgo fue quizás el natural recurso para aspirar a la vida eterna y presentarse limpio ante el juicio divino. Los cargos religiosos que se le imputaron los respondió ciñéndose a sus creencias católicas, sabedor de que su deber como sacerdote, era retractarse de sus pecados.
El tribunal de la Inquisición, tenía abierto un proceso contra Hidalgo desde julio de 1800, acusándolo de hereje y apóstata de la religión; proceso que se reanudó en septiembre de 1810, y en el que se le declaró: “amante de la libertad que proclamaban los enciclopedistas y en consecuencia hereje, judaizante, libertino, calvinista y grandemente sospechoso de ateísmo y materialismo”. El 7 de febrero de 1811, el doctor Manuel de Flores, Inquisidor Fiscal, presentó formal acusación en su contra fundada en 53 cargos. Atendiendo a los requerimientos del Tribunal de la Fe, Hidalgo envió el 10 de junio, un largo escrito rechazando los cargos de hereje y apóstata de la religión, y explicando las causas para encabezar la insurrección.
Consideradas agotadas las averiguaciones, el licenciado Bracho formuló su dictamen enumerando las agravantes, concluyó que Hidalgo era “reo de alta traición y mandante de alevosos homicidios, y que debía morir por ello, confiscársele sus bienes y quemar públicamente sus proclamas y papeles sediciosos”.
A la ejecución de Hidalgo debía preceder la degradación hecha por un juez eclesiástico. El canónigo Fernández Valentín, por órdenes del obispo de Durango, procedió al acto de la degradación el día 29 de julio, con todas las ceremonias estipuladas en el Pontifical Romano.
En una mesa colocada cerca de un altar improvisado en uno de los corredores del Hospital Militar, se colocó una vestidura eclesiástica, ornamentos,
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