El orígen del animismo y del pensamiento mágico.
Enviado por padillaemilio • 2 de Febrero de 2016 • Informe • 1.218 Palabras (5 Páginas) • 398 Visitas
El orígen del animismo y del pensamiento mágico
Es creencia común para la cultura occidental, que el hombre de la prehistoria y la antigüedad fue un ignorante contumaz y que resultado de ello fue la visión animada y sobrenatural de la existencia. Sin embargo, bien vale la pena tratar de entender más a fondo cómo fue su modo de vida y qué precisamente pudo haberlo llevado a estas creencias.
De cómo el hombre prehistórico desarrollaría sus habilidades y sentidos
Ciertamente, el hombre es la criatura a la que frente a las desventajas físicas ante bestias de igual o mayor tamaño, la llamada evolución dotaría de una mente muy despierta y con la capacidad de anticiparse a los hechos.
Sin embargo, y aún cuando pronto lograría avances de la mayor relevancia como el manejo del fuego o la talla de piedras para ser utilizadas como herramientas; su modo de vida inicial le demandaría el uso pleno de sus habilidades físicas y sensoriales, ya para las actividades de la caza, o para estar alerta ante los predadores y las amenazas climáticas.
Lo anterior seguramente lo llevaría a convertirse en un hábil observador y escrutador del firmamento y de su entorno, y a ser capaz de detectar las señales más sutiles que precedieran algún cambio: el ensanchamiento o acortamiento paulatino de la órbita solar, una ligera variación en la humedad o unas nubes con una forma particular. Incluso, pudo ser capaz de percibir pequeñas variaciones en la conducta de animales y que lo alertaban de cambios en el ambiente.
La existencia vivencial del hombre de la prehistoria
Pero observar el mundo no solo debió ser algo obligado, o el único espectáculo al que podía entregarse; más bien debió ser algo absolutamente fascinante, en un tiempo en que era posible contemplar una bóveda celeste a cielo abierto y en plena oscuridad, sin más bruma que la natural, al igual que un horizonte despejado.
El hombre podía atestiguar entonces la perfecta sincronía y encontrar una relación íntima, entre el movimiento de los astros en el cielo, los cambios climáticos en la tierra y la actividad de los seres vivos.
Al mismo tiempo, en una relación muy cercana con otros seres vivos, y fuera de cualquier relación de predominio o servilismo, en su estado prístino, todo era digno de ser admirado: la fuerza en la garra del tigre, la delicadeza con que una flor que abría sus pétalos para aprovechar los rayos del sol, la flexibilidad de una rama joven y la dureza y resistencia de un tronco viejo. Muchos de estos rasgos el hombre los trataría deliberadamente de emular, generándose de una u otra forma cierto mimetismo y la experimentación de un mundo de diáfanas fronteras.
El espíritu de la naturaleza para el hombre de la antigüedad
Se podía entender como si una sola fuerza lo animara y diera coherencia a un todo. Las montañas, los ríos las nubes, y el viento se considerarían con vida propia.
Para el hombre de la antigüedad el espíritu de la naturaleza se manifestaba en su propio y delicado lenguaje: el juego de luces y sombras, en las formas de la topografía y la variación de tonos en el paisaje, la caprichosa formas de las plantas y árboles, el reflejo del sol entre el follaje, la hipnótica danza y el crepitar del fuego, el murmullo del viento, el canto y revoloteo de las aves, el golpe de las gotas de agua, el estruendo del trueno, la dirección de la brisa y su juego sobre el propio cuerpo y los olores que acarreaba consigo.
Todas estas eran formas en que la fuerza espiritual se manifestaba y le indicaban al hombre la naturaleza de cada momento y lugar. Esta es la razón de que muchos pueblos ancestrales tomaran sus decisiones basados en la observación del entorno y hasta nombraran a los niños de acuerdo a lo que había ocurrido en el momento de su nacimiento.
El desarrollo de la civilización y el alejamiento del entorno
Nunca la vida ha sido fácil y en el entorno natural, mantenerse vivo representaba a diario un gran desafío. De hecho, se ha calculado que la esperanza de vida en ese tiempo no pasaba de los treinta años. Aún así, el hombre previo a la civilización consideraba a la naturaleza y su entorno su hogar y su abrigo. Y, en una relación tan íntima, más que miedo, debieron inspirarle un sentido de reverencia en su magnanimidad y perfección.
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