El renacimiento económico
Enviado por nancycardozo • 18 de Agosto de 2011 • Monografía • 3.178 Palabras (13 Páginas) • 735 Visitas
Para comprender el renacimiento económico que tuvo lugar en la Europa occidental a partir del siglo XI es preciso examinar brevemente el período anterior. Ruptura del equilibrio económico de la Antigüedad. Desde el punto de vista en que debemos colocamos aquí, se ve inmediatamente que los reinos bárbaros fundados en el siglo V en el suelo de la Europa occidental habían conservado el carácter más patente y esencial de la civilización antigua: su carácter mediterráneo.
El mar interior, alrededor del cual habían nacido todas las civilizaciones del mundo antiguo y por el cual se habían comunicado unas con otras, había sido el vehículo de sus ideas y de su comercio. El Imperio romano, a la postre, había abarcado enteramente dicho mar; hacia él convergía la actividad de todas las provincias imperiales, desde Bretaña hasta el Éufrates, y después de las invasiones germánicas, había seguido desempeñando su papel tradicional. Para los bárbaros establecidos en Italia, en África, en España y en Galia, era aún la gran vía de comunicación con el Imperio bizantino, y las relaciones que mantenía con éste permitían que subsistiera una vida económica en la que es imposible no ver una prolongación directa de la Antigüedad. Baste recordar aquí la actividad de la navegación siria del siglo V al VIII, entre los puertos de Occidente y los de Egipto y Asia Menor, el hecho de que los reyes germánicos hayan conservado el sueldo de oro romano, instrumento y a la vez símbolo de la unidad económica de la cuenca mediterránea, y, en fin, la orientación general del comercio hacia las costas de ese mar que los hombres hubiesen podido llamar, aun entonces con tanto derecho como los Romanos, Mare Nostrum.
Fue precisa la brusca irrupción del Islam en la historia, durante el siglo VII y su conquista de las costas orientales, meridionales y occidentales del gran lago europeo, para colocar a éste en una situación completamente nueva, cuyas consecuencias debían influir en todo el cuerpo interior de la historia. En lo sucesivo, en vez de seguir siendo el vínculo milenario que había sido hasta entonces entre el Oriente y el Occidente, el Mediterráneo se convirtió en barrera. Si bien el Imperio bizantino, gracias a su flota de guerra, logra rechazar la ofensiva musulmana del mar Egeo, del Adriático y de las costas meridionales de Italia, en cambio todo el Mar Tirreno queda en poder de los sarracenos. Por África y España, lo envuelven al Sur y al Oeste, al mismo tiempo que la posesión de las islas Baleares, de Cerdeña y Sicilia, les proporciona bases navales que vienen a afianzar sobre él su dominio. A partir del principio del siglo VIII el comercio europeo está condenado a desaparecer en ese amplio cuadrilátero marítimo. El movimiento económico, desde entonces, se orienta hacia Bagdad.
Los cristianos, dirá pintorescamente Ibn- Kaldun: No logran que flote en el Mediterráneo ni una tabla. En estas costas, que antaño correspondían unas con otras en la comunidad de las mismas costumbres, necesidades e ideas, se afrontan ahora dos civilizaciones, o, mejor dicho, dos mundos extraños y hostiles, el de la Cruz y el de la Media Luna. El equilibrio económico de la Antigüedad, que había resistido a las invasiones germánicas, se derrumba ante la invasión del Islam. Los carolingios impedirán que éste se extienda al norte de los Pirineos. Más no podrán, y además, conscientes de su importancia, no tratarán de arrebatarle el dominio del mar.
El Imperio de Carlomagno, por un contraste manifiesto con la Galia romana y la merovingia, será puramente agrícola o, si se quiere, continental. De este hecho funda- mental se deriva por necesidad un orden económico, nuevo, que es propiamente el de la Edad Media primitiva.
Los sarracenos y los cristianos en Occidente. Aunque es mucho lo que deben los cristianos a la civilización superior de los musulmanes, el espectáculo de la historia posterior no nos permite forjarnos ilusiones acerca de las relaciones que entre ambos existieron al principio. Es cierto que desde el siglo DC los bizantinos y sus puestos avanzados en las costas italianas, Nápoles, Amalfi, Barí y, sobre todo, Venecia, traficaron más o menos activamente con los árabes de Sicilia, de África, de Egipto y Asia Menor. Pero sucedió algo muy distinto en la Europa occidental.
En ésta, el antagonismo de las dos religiones en presencia, las mantuvo en estado de guerra una frente a otra. Los piratas sarracenos infestaban sin tregua el litoral del golfo de León, el estuario de Génova, las costas de Tos- cana y las de Cataluña. Saquearon Pisa en 935 y en 1004, y destruyeron Barcelona en 985. Antes de que empezara el siglo IX no se descubre la menor traza de comunicaciones entre estas regiones y los puertos sarracenos de España y África. La inseguridad es tan grande en las costas, que el obispo de Maguelonne tiene que trasladarse a Montpellier. Ni la tierra firme está a salvo de los ataques del enemigo. Se sabe que en el siglo x los musulmanes establecieron en los Alpes, en Garde-Frainet, un puesto militar, desde el cual exigían rescate y asesinaban a los peregrinos y viajeros que iban de Francia a Italia.
El Rosellón, en la misma época, vivía en el terror de las correrías que llevaban a cabo allende los Pirineos. En 846, unas bandas sarracenas avanzaron hasta Roma y sitiaron el castillo Sant Angelo.
En tales condiciones, la proximidad de los sarracenos sólo podía acarrear a los cristianos occidentales desastres sin compensación. Demasiado débiles para pensar en poder atacar, se replegaron temerosamente y abandonaron a sus adversarios el mar, en el que no se atrevían a aventurarse.
Del siglo IX al XI, el Occidente, a decir verdad, quedó bloqueado. Si bien se enviaban de tarde en tarde embajadores a Constantinopla y aun había numerosos peregrinos que se dirigían a Jerusalén, éstos lograban a duras penas llegar a su meta por Iliria y Tracia o cruzando el Adriático, al sur de Italia, en los barcos griegos que tocaban en Bari. Nada permite, pues, sostener, como lo han hecho algunos historiadores, que sus viajes demuestran la persistencia de la navegación mediterránea occidental después de la expansión islámica.
Aquélla, en efecto, había muerto para siempre. Desaparición del comercio en Occidente. El movimiento comercial no le sobrevivió, pues la navegación constituía su arteria vital. Es fácil comprobar que, mientras permaneció activa, se mantuvo el tráfico entre los puertos de Italia, de África, de España, de Galia y del interior. No cabe duda, cuando se leen los documentos, desgraciadamente muy escasos, que poseemos, que antes de la conquista árabe una clase de mercaderes profesionales fue en todas esas regiones el instrumento de un comercio de exportación e importación, cuya importancia, mas no la existencia, puede
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