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El sepulcro del santo Job


Enviado por   •  29 de Mayo de 2018  •  Resumen  •  1.596 Palabras (7 Páginas)  •  143 Visitas

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El sepulcro del santo Job

Egeria narra que el santo monje tuvo que desplazarse hasta la ciudad de Carneas para instar al obispo o bien a los clérigos de aquel entonces, a que cavasen en aquel preciso lugar que le había señalado, como efectivamente se hizo. Fue cuando precisamente al excavar, encontraron una cueva por la que decidieron introducirse y, cavando allí, apareció una urna de piedra en la que, esculpida en su tapa, se hallaba la palabra ‘Job’. En ese mismo sitio, se levantó al santo Job la iglesia que Egeria estaba observando, de forma que el cuerpo yaciese debajo del altar. Por lo que respecta a la iglesia, no ha sido acabada en la actualidad -relata-.  

Al día siguiente, el obispo se dignó a bendecirles e inmediatamente, Egeria siguió su camino. Después de haber comulgado allí también, regresó a Jerusalén recorriendo cada una de las estancias del viaje de ida.

Hacia Mesopotamia

La peregrina siguió su camino, declarando siempre hacerlo en nombre del Señor y que, al cumplirse los tres años completos de su llegada a Jerusalén, habiendo visitado todos los lugares santos a los que había llegado para orar en ellos y, en definitiva, con la idea de regresar a su tierra, quiso ir también por voluntad divina hasta Mesopotamia de Siria para visitar a los santos monjes en su gran número y de vida ilustre; también para orar ante el sepulcro del apóstol santo Tomás. El cuerpo de este, manifiesta, se halla en Endesa. Egeria explica que, tras su ascensión a los cielos, Jesús había prometido enviarle allí, según la carta que hizo llegar al rey Abgar a través de Ananías; dicha carta se guarda con importante respeto en la ciudad de Edesa.

Egeria recalca que no existe cristiano que vaya a Jerusalén (a los santos lugares), que no se dirija también a este otro punto para orar en él. A Egeria se le brindó una excelente ocasión según regresaba a Constantinopla ya que, como el camino pasaba por Antioquía, podía acercarse desde allí a Mesopotamia y, en efecto, así lo hizo.

Partió desde Antioquía hacia Mesopotamia, recorriendo un trayecto que se adentraba mediante ciudades de la provincia de Siria Coele, y desde ahí, pasó a los límites de la provincia Augustofratense llegando a Hierápolis. Esta ciudad, como bien nos cuenta Egeria, era muy bella y bien surtida de todo, por lo que justificó así su parada en ella, además de que Mesopotamia no estaba lejos en ese punto.

Cuando hubo abandonado Hierápolis, llegó, por supuesto en el nombre de Dios, hasta el río Éufrates, que le infundió respeto y miedo. Una vez que atravesó el río, cosa que le llevó medio día debido a que era necesario cruzarlo en barca, entró en los confines de Mesopotamia.

Edesa

En este apartado, la peregrina nos habla de Batanis, ciudad cuyo nombre aparece en las Escrituras. La ciudad al parecer, contaba con una iglesia y con un obispo de gran santidad, también monje y confesor, y algunas tumbas de santos.

Partiendo nuevamente de aquel terreno, llegó a Edesa. Y como cabe esperar, se dirigió hasta la iglesia y hacia el sepulcro de santo Tomás. Egeria siguiendo la costumbre, una vez realizado los rezos y todo lo que solían hacer en los lugares santos, leyó allí algo sobre el mismo santo Tomás. Egeria relata que el templo que allí se alzaba, era enorme y muy bello, digno sinceramente de ser la casa de Dios por lo que fue preciso para ella detenerse durante tres días en aquel lugar. Durante su estadía, contempló numerosos sepulcros y bastantes santos monjes.

El santo monje de Edesa (monje y confesor), la acogió con simpatía y le confesó a su vez que ya que había llegado hasta su ciudad, es decir, Edesa, se encargaría de mostrarle todos aquellos lugares que pudiesen resultar satisfactorios a los ojos de una cristiana. Egeria se mostró entusiasmada y, por supuesto, le tomó la palabra. De esta forma, el monje la condujo hasta el palacio del rey Abgar y le enseñó una estatua del mismo, que guardaba un gran parecido con él, toda hecha de mármol y perfectamente pulida. Al mirar de frente a la estatua, Egeria sentía que Abgar aseveraba ser un hombre sabio y reverenciado en sumo grado. El obispo, entonces le dijo que el rey Abgar antes de ver al Señor, creía que él era el Hijo de Dios.

Al lado de esa estatua estaba otra esculpida con un mármol semejante que correspondía al vástago de Abgar, Magno.

A continuación, se introdujeron en la parte interior del palacio, donde Egeria se encontró con unos estanques llenos de peces, que la dejaron fascinada por ser tan grandes, limpios y de agua tan cristalina. De hecho, explica que la ciudad no dispone casi de otra agua que la que escapa del palacio.

A raíz de esto, el obispo le contó a Egeria que algún tiempo después de que el rey Abgar escribiera al Señor y el Señor escribiera también a Abgar, se presentaron los persas y cercaron Edesa. Así, Abgar, enarbolando la carta hasta la puerta junto con todo su ejército, oró públicamente y luego dijo: “Señor Jesús, nos habías prometido que ningún enemigo penetraría en esta ciudad, más he aquí que los persas nos atacan”. Dicho esto, una absoluta oscuridad lo invadió todo, pero únicamente en la parte exterior de la ciudad y ante los ojos de los persas; a tal punto que los persas nunca llegaron a alcanzar a ver por qué parte podrían entrar en el recinto, así que tuvieron que mantenerlo sitiado y rodeado de enemigos, sosteniendo el cerco durante meses.

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