El мedico de los мuertos
Enviado por gusg356piloto • 8 de Diciembre de 2014 • Resumen • 722 Palabras (3 Páginas) • 202 Visitas
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El Medico De Los Muertos
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Enviado por: yuni440 27 marzo 2013
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EL MÉDICO DE LOS MUERTOS
(JULIO GARMENDIA)
Durante muchísimos años, el pequeño cementerio había sido un verdadero lugar de reposo, dentro de sus amarillentos paredones, detrás de la herrumbrosa y alta puerta cerrada. Algunos árboles, entretanto, habían crecido; se habían vuelto coposos y corpulentos; al mismo tiempo, la ciudad fue creciendo también, poco a poco fue acercándose al cementerio; y acabó, finalmente, por rodearlo y dejarlo atrás, enclavado en el interior de un barrio nuevo. Los muertos, dormidos en sus fosas, no se dieron cuenta de estos cambios, y siguieron tranquilos algunos años más. Pero, después, hubo sorpresas. La ciudad seguía ensanchándose, años tras año, y por todas partes se buscaba ahora, como el más preciado bien, cualquier sobrante de terreno aún disponible, para aprovecharlo y negociarlo; hasta los olvidados camposantos de otro tiempo, eran arrasados, excavados y abolidos, para dar asiento a modernas construcciones. Una noche llegaron, en doliente caravana, los muertos que habían sido arrojados de otros distante cementerio (en donde una Compañía comenzaba a levantar sus imponentes bloques), y pidieron sitio y descanso a sus hermanos; éstos refunfuñaron; pero les dieron puesto, al cabo, estrechándose un poco, y juntos durmieron todos nuevamente. Pero más tarde aún, cuando fueron arregladas las calles adyacentes, el camposanto vino a quedar mucho más elevado que el nivel de la calzada, de modo que desde la calle podía verse un abrupto y rojizo talud, y sobre éste, la vieja tapia del cementerio, coronada por el follaje de los árboles y las enredaderas; brotaban éstas, igualmente, por entre el carcomido resquicio del portón, y por todos lados alargaban sus brazos y sus ganchos y zarcillos, dispuestos a agarrarse de lo primero que encontraron para sostenerse y extenderse más aún. Pronto pasaron por allí cerca los autobuses y los camiones, y esto empezó a molestar muchos a los muertos, sobre todo a los que estaban enterrados del l
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ado del barranco que lindaba con la calle. La tierra se estremecía, trepidaba y los removía en sus fosas, cada vez que una de aquellas pesadas máquinas pasaba. Ellos se daban vuelta, se tapaban los oídos, se acomodaban lo mejor que podían. Pero el poderoso y confuso rumor de la ciudad vino, al fin, a sacarlos de aquel
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