Estados Unidos E Israel, De La Alianza A La Simbiosis
Enviado por cristobalfd • 13 de Octubre de 2013 • 10.098 Palabras (41 Páginas) • 308 Visitas
Estados Unidos e Israel, de la alianza a la simbiosis
Por Ferrán Izquierdo Brichs.
Afers Internacionals nº 64, diciembre-enero 2004
En: http://www.revistasculturales.com/articulos/13/afers-internacionals/87/1/estados-unidos-e-israel-de-la-alianza-a-la-simbiosis.html
La política de Estados Unidos hacia Oriente Medio está marcada por dos dimensiones esenciales, el petróleo y la relación con Israel. Durante el período de Guerra Fría, la importancia geoestratégica de la región y el control de los recursos energéticos la situaron en un plano de gran importancia, pero el fin del conflicto bipolar demostró que la relación de Estados Unidos con Oriente Medio no se fundamentaba tan solo en la competencia con la URSS. A pesar de la transformación del marco sistémico, tanto el control de la región como de sus recursos continuaron siendo un objetivo básico en la política hegemónica de Washington. Los pilares más fiables para mantener su influencia sobre la región son las propias fuerzas militares, la OTAN e Israel. Para poder desplegar el ejército y colocar bases militares, Estados Unidos precisa de alianzas con países de la zona. Por esta razón, la aproximación a los regímenes árabes fue uno de los objetivos de la política estadounidense desde principios de siglo, siguiendo las presiones de las compañías petrolíferas. Sin embargo, a partir de 1948, la creación del Estado de Israel introdujo un factor de tensión en la región que se trasladó a las relaciones de los actores de Oriente Medio con Estados Unidos.
Las alianzas con los Estados árabes siempre han estado sometidas a esta tensión, lo que las hace poco fiables a largo plazo. Durante mucho tiempo el Gobierno de Washington intentó solucionar la disyuntiva entre Israel y los aliados árabes manteniendo las alianzas con los dos, apoyando a los gobernantes amigos y actuando como puente entre las distintas partes implicadas en el conflicto árabe-israelí. Para que esto fuera posible no se podía dudar en el momento de ayudar a las dictaduras conservadoras, ya que un Gobierno árabe pasivo ante Israel sólo puede permanecer en el poder con mecanismos autoritarios. Dicho de otra forma, una democracia árabe nunca haría la paz con un Israel que mantenga la ocupación de territorios árabes y se vería obligada a impulsar la solidaridad activa con los palestinos.
El mayor éxito de esta política fue la paz de Camp David entre Israel y Egipto. En los años noventa, el fin de la Guerra Fría y la guerra del Golfo de 1991 ampliaron las alianzas de Estados Unidos con los regímenes árabes. Los gobiernos de George Bush y Clinton potenciaron al máximo esta política de asegurar la doble relación con Israel y los estados árabes aliados, un marco de relaciones que respondía a los equilibrios entre el grupo de presión proisraelí y el grupo de presión del petróleo. Sin embargo, tanto el primer Bush como Clinton tropezaron con una piedra que se convirtió en un muro insalvable: la intransigencia israelí en el proceso de paz con los palestinos.
Este fracaso llevó al Gobierno de George W. Bush a buscar una solución que los sionistas y neoconservadores estadounidenses ya defendían desde la guerra de 1991. Si se tiene que escoger entre la alianza con Israel y las alianzas con estados árabes, la elección de cualquier político con ambiciones en Estados Unidos será Israel. Si esta elección introduce elementos de inestabilidad en los lazos con los árabes, se tiene que controlar de una forma directa la región y los recursos energéticos. Esto significa que se tienen que potenciar los otros instrumentos de poder, principalmente la presencia militar propia estadounidense y la alianza político-militar con Israel. Los atentados del 11 de septiembre y la implicación de un número considerable de saudís en Al-Qaeda reforzaron este análisis, ya que se demostraba que ni siquiera Arabia Saudí se libraba de la inestabilidad y que no era totalmente fiable. Los pasos siguientes fueron el control de Irak y, a renglón seguido, una "Hoja de Ruta" para afrontar el conflicto palestino-israelí cuyo diseño e inicio de aplicación responden sobre todo a los intereses de Israel y su política de ocupación.
La simbiosis entre la política israelí y la política exterior estadounidense hacia Oriente Medio es el producto de una larga evolución que tiene sus raíces en la emigración de un gran número de la población europea de religión judía hacia Estados Unidos, huyendo del antisemitismo europeo y de la pobreza, en el Holocausto; en el papel estratégico de Israel como aliado de Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría; en la creciente influencia del grupo de presión sionista en Washington y en la identificación de buena parte de la opinión pública estadounidense con Israel.
ESTADOS UNIDOS, LA FUNDACIÓN DE ISRAEL Y EL EGIPTO DE NASSER
Al igual que en el resto de regiones limítrofes con la Unión Soviética, el fin de la Segunda Guerra Mundial supuso el principio de la competencia entre las dos superpotencias por extender su influencia en el Mediterráneo y en Oriente Medio. La tensión entre Moscú y Washington fue en aumento a medida que las potencias europeas perdieron capacidad para intervenir en la región, dándose un proceso de substitución de unos poderes por otros. Este proceso se expresó de forma muy clara en el marco del conflicto árabe-israelí, ya que desde el principio uno de los frentes del enfrentamiento entre los sionistas y los árabes fue la presión sobre las potencias exteriores, principalmente al Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética, para que éstas apoyaran sus reivindicaciones.
La política estadounidense hacia el conflicto en Palestina se acercó a las posiciones sionistas, sobre todo a consecuencia del Holocausto. El presidente Truman, después de dudar y pensar en algún otro tipo de solución, terminó apoyando el plan de partición y las recomendaciones del Comité Especial de Naciones Unidas sobre Palestina (UNSCOP) a la Asamblea General. La Administración de Estados Unidos estaba dividida ante la propuesta de partición. Políticos como Warren Austin, representante de Estados Unidos en Naciones Unidas, o como Loy Henderson, director de la Sección de Oriente Próximo y de Asuntos Africanos en el Departamento de Estado, eran reticentes a la creación de un Estado judío -no aceptado por los árabes y que debería defenderse siempre con las bayonetas-, y a una partición que atacaba algunos de los principios de la Carta de Naciones Unidas y del Gobierno americano. Otros miembros de la Administración de Estados Unidos contrarios a la partición eran el secretario de Defensa, James S. Forrestal -quien creía que sin el petróleo de Oriente Medio fracasaría el Plan Marshall por lo que se debían mantener buenas
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