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Enviado por   •  3 de Abril de 2013  •  2.724 Palabras (11 Páginas)  •  357 Visitas

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Este texto pretende, en primer lugar, señalar cinco etapas en la comprensión y realización de la libertad en la historia humana. En segundo lugar, señalar el momento en que América Latina desempeña un papel protagonista en esa comprensión y realización. En tercer lugar, describir la inadecuada conciencia que América Latina tiene de sí misma en ese proceso y señalarlo como un problema para su desarrollo presente y futuro. En cuarto lugar, señalar las causas de esa autoconciencia deficiente. En quinto y último lugar, apuntar posibles modos de superar esa autoconciencia inadecuada. Toda la exposición se hace analizando la concepción que Hegel tiene de América, y en términos de apuntes o bocetos para ulteriores estudios y discusiones. Obviamente, no se desarrollan análisis sobre cada punto. La tesis pretende sugerir la pertinencia y la utilidad heurística de la clasificación en dichas etapas y momentos de la libertad, en orden a la comprensión del lugar histórico de América Latina.

Es Hegel, uno de los mayores filósofos del mundo occidental, quién define y hace inteligible la historia, el desarrollo de la humanidad desde los más remotos inicios hasta su momento histórico en el primer tercio del siglo XIX, como el proceso por el cual la libertad se despliega y se expresa a sí misma queriendo sobre todo su propia expresión y su propio desarrollo hasta su culminación, que para él es la Alemania, o más bien la Europa de comienzos del siglo XIX. “La historia universal representa la evolución de la conciencia que el espíritu tiene de su libertad y también la evolución de la realización que esta obtiene por medio de tal conciencia”, es el proceso de la libertad que quiere la libertad .

En esos momentos ni Hegel ni nadie podía prever lo que pasaría en el mundo, y en concreto en América, en los doscientos años siguientes. Por eso su reflexión filosófica de entonces se centró en el análisis de las fases y momentos del despliegue de la libertad, y por eso la nuestra puede dedicar mucha atención a esos últimos doscientos años, que coinciden con el bicentenario de la independencia de los países latino-americanos.

La cuestión ahora es qué lugar ocupa América Latina en ese proceso de expresión y despliegue de la libertad.

La libertad del género humano hay que entenderla, obviamente, como libertad de las comunidades humanas, y más en concreto, como libertad de cada individuo en relación con los demás miembros de esa comunidad. Esos individuos y esa comunidad expresan y desarrollan su libertad en la tarea que asumen por encima de cualesquiera otra, que es la de sobrevivir, en primer lugar, y la de vivir bien en segundo lugar, según los fines de la polis que señalara Aristóteles. Ese vivir bien consiste en la satisfacción de las necesidades, en la expresión de las dimensiones del hombre en todas las esferas del espíritu (política, derecho, ciencia, arte, religión y sabiduría) y en la comunicación de todos esos valores con todos los demás hombres mediante la institución que Hegel llama Estado.

El estado, tal y como Hegel lo entiende, no es el sistema de la administración pública, sino la institución que asume conscientemente todas las esferas de la cultura y en la cual todos los individuos comunican con todos. En su época esa unidad era representada en algunas comunidades por estados nacionales, como Francia, Inglaterra, España y Portugal, que constituían una unidad de todas esas esferas en la unidad de su lengua y de su historia, pero no en las comunidades de lengua alemana o italiana, que aspiraban a constituirse como estados nacionales según el modelo de los cuatro anteriores. Es precisamente entonces cuando comienza el protagonismo de América Latina, contemporáneo al de Alemania e Italia, en el esfuerzo por alcanzar una libertad para todos y cada uno de los ciudadanos.

2. Primera etapa. La libertad como fuerza física

Durante los largos milenios del paleolítico, la supervivencia se basó en la fuerza física y en la astucia, los dos “poderes naturales” según la caracterización de Hobbes, frente a los restantes poderes humanos que se pueden considerar artificiales. Esos poderes eran sagrados, porque lo más sagrado era lo que hacía posible la vida y la mantenía, era el poder de engendrarla y de nutrirla (y todavía nosotros no conocemos valores superiores a esos). El hombre que los poseía en mayor grado era máximamente semejante a los dioses, él mismo era un dios o hijo de algún dios, un semidiós o un héroe. Era el jefe de la tribu, aquel al que los demás obedecían, el que ejercía el mando, el poder.

Cuando varias de esas tribus se unieron y se asentaron establemente en un territorio, se crearon las monarquías. El rey fue inicialmente el más fuerte y el más astuto, hasta que poco a poco el poder fue cambiando de naturaleza. El que tenía más poder no era el que tenía más fuerza física y más astucia, sino el que tenía más habilidad para mantener unidas a las diferentes tribus, más fuerza persuasiva y más habilidad verbal. A partir de entonces el poder máximo no residía en la potencia muscular, sino en el uso de la palabra, y tanto el ser divino como el ser humano y la humanidad dejaron de definirse por la energía física y pasaron a definirse por la palabra, por el lenguaje.

A partir de entonces el universo no se generaba mediante uniones sexuales, sino mediante la palabra divina, y el hombre pasó a definirse como el animal que tiene lenguaje y mediante él se pone de acuerdo con los demás acerca de lo bueno y lo justo para la polis. Y a partir de entonces el objetivo de las comunidades humanas ya no fue simplemente sobrevivir, sino vivir bien.

3. Segunda etapa. La libertad antigua como tradición

Las primeras monarquías sagradas, las primeras teocracias del neolítico, dejan paso a las primeras repúblicas conforme las ciudades tienen que basarse más en el consenso entre iguales que en el derecho de conquista o de asilo, también como señalara Aristóteles en la Política, y así es como surge la democracia griega. La invención de la democracia no representa una sustitución de la primacía de la fuerza por la primacía de la razón, sino una mutación en la naturaleza del poder máximo, que deja de consistir en la fuerza física para consistir en la palabra.

Con todo, ese sentido de la excelencia y plenitud de lo humano que reside en la fuerza física no desaparece nunca por completo. Las primeras ciudades conservan ese humanismo paleolítico a través del culto religioso a la fuerza física que se exhibe en las festividades lúdico-deportivas, de las que recogen buenas muestras la Iliada y la Odisea,

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