Jardin Japones En Ponce
Enviado por myrelis • 21 de Abril de 2014 • 755 Palabras (4 Páginas) • 532 Visitas
Los Jardines Japoneses Niwa, Sono o Tei En, están cargados de simbolismo, religiosidad y poesía. Nuestro Jardín ha sido diseñado para que el visitante pasee a través de él y descubra sus diferentes áreas. El mismo posee dos accesos; el portal sur es el acceso principal. Tras ascender por la amplia escalinata, guiados por una erizada verja de bambú y en medio de una cascada de color encontramos el pórtico custodiado, a ambos lados, por fieros guerreros de múltiples cabezas y verdes cabelleras. Cruzamos el umbral y nos recibe un estanque de agua cristalina y tranquila, que nos acerca un trozo de cielo. Una vasija de aguas límpidas e inagotables nos invita a la purificación. A ambos lados un mar de pulcra arena blanca invoca los elementos marinos omnipresentes en la realidad de la Cruceta del Vigía, los barcos aproximándose a puerto y las impávidas islas en la lejanía. Aquí se observan los típicos elementos del Jardín Zen como son la arena y las rocas, los cuales se transforman en realidad y se mueven al corazón del jardín.
La vista es atraída por la continua presencia del agua, la cual se percibe, al mismo tiempo, ininterrumpida e intermitente hacia el fondo del jardín. El manantial se escapa de su jaula de piedra para desaparecer bajo las rocas y resurgir en el estanque principal, bajo la mirada vigilante del Bombax que le observa desde la montaña. Un bosquecillo de Árboles de Helecho Japonés y Robles Amarillos nos indica la transición a un nuevo espacio, uno sagrado y místico. Al Este, el patriarca, el Árbol Sagrado distinguido por la soga de fibra que lo envuelve. Su silueta encorvada es prueba de la perseverancia del viento que, a lo largo de los años, ha obligado al árbol a ceder la resistencia por la adaptación. Bajo él, pequeñas evocaciones de forma y vigor se reúnen, tras años de esfuerzo, en un secreto y reservado patio de Bonsai. Continuamos el recorrido y tropezamos con un tributario de nuestro río, dibujado por Iris Amarillos, el cual, tímidamente, aporta su invisible caudal al río y, sin pedir nada a cambio, desaparece. Sobre la montaña, rodeado por tres caobas, el Laurel afianza sus raíces a la roca y trata, sin descanso, de reunirse con la tierra mientras espera pacientemente crecer. Más adelante, tímidos pasos de lajas nos ofrecen paso seguro entre las Caliandras hacia el puente de rocas y la Casa del Té. Esta estructura, que flota solemne sobre el agua, se concibe como un acogedor refugio para el retiro espiritual. Los Papiros resguardan el estanque y los Lirios acuáticos intentan con avidez incontrolada, cubrir la superficie a cambio de destellos de color violeta y rosado. El camino principal nos dirige hacia un encuentro con el espacio consagrado a los dioses. Dos imponentes rocas enmarcan la entrada. Los Ucarillos abrazan las rocas y complementan la fría rigidez de la piedra con siluetas firmes, pero a la vez flexibles. La impecable
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