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LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850


Enviado por   •  26 de Junio de 2016  •  Resumen  •  26.011 Palabras (105 Páginas)  •  443 Visitas

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CARL MARX

LAS LUCHAS DE CLASES EN FRANCIA DE 1848 A 1850

1-LA DERROTA DE JUNIO DE 1848: bajo Luis Felipe no subió al poder la burguesía francesa, sino una fracción de ella, los banqueros, los reyes de la bolsa, las magnates de los ferrocarriles, etc la llamada aristocracia financiera. Era ella la que se sentaba en el trono, la que dictaba leyes en la cámara, la que repartía todos los caros, desde los ministerios hasta los estanquillos. La verdadera burguesía industrial formaba parte de la oposición oficial; es decir, estaba representada en las cámaras solamente como una minoría. La pequeña burguesía en todas sus variantes, y con ella la clase campesina, habían sido totalmente descartadas del poder político. Y se hallaban en el campo de la oposición oficial o enteramente al margen del terno legal los representantes y portavoces  ideológicos de las citadas clases, sus profesores, abogados, médicos, etc., en una palabra, sus llamados talentos. Su penuria financiera supeditaba desde el primer momento la monarquía de Julio a la alta burguesía y, a su vez, esta supeditación era fuente inagotable de una creciente penuria financiera. Resultaba imposible subordinar la administración pública al interés de la producción nacional sin equilibrar el presupuesto, sin poner en consonancia los ingresos y gastos.  La fracción burguesa que mandaba en las cámaras y hacia las leyes se hallaba, por el contrario, directamente interesada en cargar de deudas al Estado. El déficit del Estado constituía el verdadero blanco de sus especulaciones y la fuente principal de su enriquecimiento. El definís aumentaba año a año. Y cada nuevo emprestitito brindaba a la aristocracia financiera una nueva ocasión para estafar al Estado, manteniendo artificialmente al borde dela bancarrota en las condiciones más onerosas.  El fraude al Estado, realizado en gran escala mediante los empréstitos, se repetía en detalle en las contratas de obras públicas.  La relación entre las cámaras y el gobierno se multiplican aquí en las relaciones entre los diferentes organismos de la administración y los contratistas  beneficiarios. Además de los gastos públicos en general y en particular los empréstitos del Estado, la clase dominante explotaba la conducción de ferrocarriles. La monarquía de Julio no era otra cosa que una compañía por acciones creada para explotar la riqueza nacional francesa y cuyos dividendos se repartían entre ministros.   Este sistema no podía por menos de poner en peligro y perjudicar constantemente al comercio, a la industria, a la agricultura, la navegación, a los intereses de la burguesía industrial. Un gobierno barato había sido una de las consignas de las jornadas de julio. Puesto que la aristocracia hacia las leyes, dirigía la administración pública, disponía de todos los poderes públicos organizados y gobernaba la opinión pública a través de hechos y a través de la prensa, era natural que se repitiese en todas las esferas desde la corte hasta las tabernas de mala fama en Paris.  La aristocracia financiera, lo mismo en sus ganancias que en sus goces, no es más que la reencarnación del lumpenproletariado en las alturas de la sociedad burguesa. El estallido del descontento general se vio acelerado y el desasosiego fermento en forma de revuelta, gracias a dos acontecimientos mundiales de carácter económico. La plaga de las patatas y las malas cosechas de los años 18445 y 1846 acentuando la efervescencia general entre el pueblo. La carestía de 1847 provoco sangrientos conflictos en Francia al igual que en el resto del continente. El segundo gran acontecimiento económico que vino a acelerar el estallido de la revolución fue la crisis general del comercio y la industria en Inglaterra.  La asolación del comercio y de la industria por la epidemia económica hizo todavía más insoportable el absolutismo de la aristocracia financiera. La burguesía de la oposición provocó en toda Francia una campaña de agitación en forma de banquetes a favor de una reforma electoral, que debía darle la mayoría en las Cámaras y derribar el ministerio de la Bolsa.   En París, la crisis industrial trajo, además, como consecuencia particular, la de lanzar sobre el mercado interior una masa de fabricantes y comerciantes al por mayor que, en las circunstancias de entonces, no podían seguir haciendo negocios en el mercado exterior. Estos elementos abrieron grandes tiendas, cuya competencia arruinó en masa a los pequeños comerciantes de ultramarinos y tenderos. Este Gobierno provisional, que se levantó sobre las barricadas de Febrero, reflejaba necesariamente, en su composición, los distintos partidos que se repartían la victoria. No podía ser otra cosa más que una transacción entre las diversas clases que habían derribado conjuntamente la monarquía de Julio, pero cuyos intereses se contraponían hostilmente. Lamartine no representaba propiamente en el Gobierno provisional ningún interés real, ninguna clase determinada: era la misma revolución de Febrero, el levantamiento conjunto, con sus ilusiones, su poesía, su contenido imaginario y sus frases. Por lo demás, el portavoz de la revolución de Febrero pertenecía, tanto por su posición como por sus ideas, a la burguesía. Si París, en virtud de la centralización política, domina a Francia, los obreros, en los momentos de sacudidas revolucionarias, dominan a París. La burguesía sólo consiente al proletariado una usurpación, la de luchar. Hacia el mediodía del 25 de febrero, la República no estaba todavía proclamada, pero, en cambio, todos los ministerios estaban ya repartidos entre los elementos burgueses del Gobierno provisional y entre los generales, abogados y banqueros del "National". Pero los obreros estaban decididos a no tolerar esta vez otro escamoteo como el de julio de 1830. Estaban dispuestos a afrontar de nuevo la lucha y a imponer la República por la fuerza de las armas.  En nombre del proletariado de París, ordenó al Gobierno provisional que proclamase la República; si en el término de dos horas no se ejecutaba esta orden del pueblo, volvería al frente de 200.000 hombres. Con la proclamación de la República sobre la base del sufragio universal, se había cancelado hasta el recuerdo de los fines y móviles limitados que habían empujado a la burguesía a la revolución de Febrero. En vez de unas cuantas fracciones de la burguesía, todas las clases de la sociedad francesa se vieron de pronto lanzadas al ruedo del poder político, obligadas a abandonar los palcos, el patio de butacas y la galería y a actuar personalmente en la escena revolucionaria. Con la monarquía constitucional, había desaparecido también toda apariencia de un poder estatal independiente de la sociedad burguesa y toda la serie de luchas derivadas que el mantenimiento de esta apariencia provoca. El proletariado, al dictar la República al Gobierno provisional y, a través del Gobierno provisional, a toda Francia, apareció inmediatamente en primer plano como partido independiente, pero, al mismo tiempo, lanzó un desafío a toda la Francia burguesa. Lo que el proletariado conquistaba era el terreno para luchar por su emancipación revolucionaria, pero no, ni mucho menos, esta emancipación misma. La Republica de Febrero tendría que completar la dominación de la burguesía, atrayendo a la órbita del poder político, junto a la aristocracia financiera, a todas las clases poseedoras. Fueron sacados de la nulidad política a que los había condenado la monarquía de Julio la mayoría de los grandes terratenientes, los legitimistas. El sufragio universal convertía a los propietarios nominales que forman la gran mayoría de los franceses, a los campesinos, en árbitros de los destinos de Francia. Por fin, la Republica de Febrero hacia que se manifestara en toda su pureza la dominación de la burguesía, al quitar del medio a la Corona, detrás de la que se mantenía oculto el capital. Los obreros, que luchando en las jornadas de julio conquistando la monarquía burguesa, conquistaron ahora con su lucha la Republica burguesa. Y así como la monarquía de Julio se había visto obligada a anunciarse como una monarquía  rodeada de instituciones republicanas, la Republica de Febrero tuvo que anunciarse, ahora como una Republica rodeada de instituciones sociales. Era una concesión más impuesta por el proletariado de Paris. A regañadientes y tras largos debates el Gobierno provisional nombró una Comisión especial permanente encargada de encontrar los medios para mejorar la situación de las clases trabajadoras. Esta Comisión estaba formada por delegados de las corporaciones de artesanos de París y presidida por Luis Blanc y Albert. Se le asignó el Palacio de Luxemburgo como sala de sesiones. De este modo, se desterraba a los representantes de la clase obrera de la sede del Gobierno provisional. El sector burgués de éste retenía en sus manos de un modo exclusivo el poder efectivo del Estado y las riendas de la administración, y al lado de los ministerios de Hacienda, de Comercio, de Obras Públicas, al lado del Banco y de la Bolsa, se alzaba una sinagoga socialista, cuyos grandes sacerdotes, Luis Blanc y Albert, tenían la misión de descubrir la tierra de promisión, de predicar el nuevo evangelio y de dar trabajo al proletariado de París. Tenían que derribar con la cabeza las columnas fundamentales de la sociedad burguesa. Los obreros habían hecho la revolución de Febrero conjuntamente con la burguesía; al lado de la burguesía querían también sacar a flote sus intereses, del mismo modo que habían instalado en el Gobierno provisional a un obrero al lado de la mayoría burguesa. ¡Organización del trabajo! Pero el trabajo asalariado es ya la organización existente, la organización burguesa del trabajo. Sin él no hay capital, ni hay burguesía, ni hay sociedad burguesa. ¡Un ministerio propio del trabajo! ¿Es que los ministerios de Hacienda, de Comercio, de Obras Públicas, no son los ministerios burgueses del trabajo? Junto a ellos, un ministerio proletario del trabajo tenía que ser necesariamente el ministerio de la impotencia, el ministerio de los piadosos deseos, una Comisión del Luxemburgo. Del mismo modo que los obreros creían emanciparse al lado de la burguesía, creían también poder llevar a cabo una revolución proletaria dentro de las fronteras nacionales de Francia, al lado de las demás naciones en régimen burgués. El desarrollo del proletariado industrial está condicionado, en general, por el desarrollo de la burguesía industrial. Bajo la dominación de ésta, adquiere aquél una existencia en escala nacional que puede elevar su revolución a revolución nacional; crea los medios modernos de producción, que han de convertirse en otros tantos medios para su emancipación revolucionaria. La dominación de aquélla es la que arranca las raíces materiales de la sociedad feudal y allana el terreno, sin el cual no es posible una revolución proletaria. La industria francesa está más desarrollada y la burguesía francesa es más revolucionaria que la del resto del continente. La burguesía industrial sólo puede dominar allí donde la industria moderna ha modelado a su medida todas las relaciones de propiedad, y la industria sólo puede adquirir este poder allí donde ha conquistado el mercado mundial, pues no bastan para su desarrollo las fronteras nacionales. si el proletariado francés, en un momento de revolución, posee en París una fuerza y una influencia efectivas, que le espolean a realizar un asalto superior a sus medios, en el resto de Francia se halla agrupado en centros industriales aislados y dispersos, perdiéndose casi en la superioridad numérica de los campesinos y pequeños burgueses. La lucha contra el capital en la forma moderna de su desarrollo, en su punto de apogeo —la lucha del obrero asalariado industrial contra el burgués industrial— es, en Francia, un hecho parcial, que después de las jornadas de Febrero no podía constituir el contenido nacional de la revolución, con tanta mayor razón, cuanto que la lucha contra los modos de explotación secundarios del capital —la lucha del campesino contra la usura y las hipotecas, del pequeño burgués contra el gran comerciante, el fabricante y el banquero, en una palabra, contra la bancarrota— quedaba aún disimulada en el alzamiento general contra la aristocracia financiera. Nada más lógico, pues, que el proletariado de París intentase sacar adelante sus intereses al lado de los de la burguesía, en vez de presentarlos como el interés revolucionario de la propia sociedad, que arriase la bandera roja ante la bandera tricolor. Los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no sublevase contra este orden, contra la dominación del capital, a la masa de la nación —campesinos y pequeños burgueses— que se interponía entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a unirse a los proletarios como a su vanguardia. Sólo al precio de la tremenda derrota de Junio podían los obreros comprar esta victoria.  El poder de la burguesía había quedado abolido con la implementación de la Republica. Todos los monárquicos se convirtieron de pronto en republicanos y todos los millonarios de Paris se transformaron en obreros. El Gobierno provisional, que se había visto obligado a proclamar la república, hizo todo lo posible por hacerla aceptable para la burguesía y para las provincias. El terror sangriento de la primera república francesa fue desautorizado mediante la abolición de la pena de muerte para los delitos políticos; se dio libertad de prensa para todas las opiniones; el ejército, los tribunales y la administración siguieron, salvo algunas excepciones, en manos de sus antiguos dignatarios y a ninguno de los altos delincuentes de la monarquía de Julio se le pidieron cuentas.

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