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La ARISTOCRACIA


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2012  •  1.886 Palabras (8 Páginas)  •  608 Visitas

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LAS FACCIONES POLITICAS

El México posindependiente

Estamos acostumbrados a valernos de generalizaciones que caracterizan la acción o el pensamiento de amplios grupos sociales, de naciones enteras, como si todas estas acciones o pensamientos fueran algo acabado conscientemente desde sus inicios.

En este sentido, existe una concepción histórica nacional, difundida por la enseñanza escolar, que nos presenta la historia de México en un proceso de evolución constante y cuyo inicio se marca desde la aparición de los núcleos indígenas que dejaron testimonios de sus civilizaciones. De tal forma, y de acuerdo a nuestras peculiares maneras de interpretar la realidad, la nación mexicana existe desde siempre y hasta siempre.

Asimismo, es frecuente el uso indistinto de los conceptos de pueblo, nación, país y Estado, de lo cual se genera una confusión de conceptos que permite que se utilicen sin precisión. Así, la idea de nacionalidad es el elemento constitutivo de todas las sociedades que se acepta como un hecho ya dado en cualquier momento de la historia de un país.

De esta visión parte la idea del nacimiento de México en el momento de su independencia. Esta es una vieja tradición, que presupone un antes y un después automático en las formas de perfeccionamiento de la nacionalidad mexicana, observado como proceso sumatorio de hechos y acontecimientos que apuntan desde el principio de los tiempos en una dirección determinada de antemano. Concepción que supone igualmente la existencia previa de una solidaridad, de una conciencia y de un sentimiento nacional; es decir, se trata de una nación que existe con antelación y se proyecta de igual manera, en el marco de un Estado formado de antemano.

De esta forma, desde la escuela primaria se nos enseña que la secuencia de los mayas, tarascos, olmecas y otros grupos indígenas culmina en la organización del estado Mexica, que a su vez es el embrión de nuestra moderna nacionalidad, de la cual Cuauhtémoc es su joven abuelo. Por ello se acepta que la suma de la historia prehispánica con lo colonial ha dado como resultado a la nación mestiza en que vivimos. Así, el sentimiento nacional se desprende de todas las sociedades históricas pasadas que se proyectan al futuro, ya que definen al Estado contemporáneo.

Con base en ello, lo que importa es exaltar los sentimientos de destino, de solidaridad, de temor, de instinto de defensa y también de gloria, como si estos sentimientos fueran compartidos por igual en toda una colectividad, a través de todos los tiempos. La concepción de la nacionalidad perfeccionada en nuestro siglo observa a la nación como el hecho fundamental y la finalidad suprema. De tal suerte que el individuo debe subordinarse y, por ende, deben desaparecer los intereses de grupo y los intereses de clase.

Esta interpretación ha [propiciado] toda nuestra idea de la historia patria y a partir de ella se funda la visión sobre la existencia histórica de la nación mexicana, a través de la cual aparecen los hombres y los grupos sociales (a pesar de la voluntad de los historiadores) como meros ejecutores de una acción que, en última instancia es el producto de una decisión metahistórica.

Cuando el concepto de nación se define en el diccionario “como una sociedad de hombres a los que la unidad de territorio, de lengua y de cultura inclina a la comunidad de vida y crea la conciencia de un destino común”, se implica una unidad de intereses.

Heterogeneidad cultural: el problema de la nacionalidad

El cuestionamiento del periodo de formación del Estado Nacional mexicano supone un replanteamiento de su existencia, tanto en el plano real como formal, desde el momento de la consumación de la independencia.

Es sabido que las fronteras nacionales de México se establecieron sobre las divisiones administrativas coloniales, a las cuales se agregaron nuevas entidades como Yucatán y las Provincias de Centroamérica.

Sobre el vastísimo territorio, la independencia se consumó de acuerdo a los proyectos de una minoría aristocrática, localizada en el centro del país, en contradicción con grupos minoritarios que aspiraban a una transformación más efectiva, e ignorando a fuertes conglomerados sociales, localizados en puntos remotos, se subsistían bajo formas organizativas del periodo anterior a la conquista.

O sea que esos proyectos se enfrentarían a unas masas que difícilmente se identificaban con los parámetros de la comunidad novohispana. Las minorías en el poder temían y despreciaban a estos numerosos contingentes humanos, en su mayoría aislada y diferenciada desde el punto de vista étnico, lingüístico y geográfico, acosado por la ignorancia y la miseria [el autor se refiere fundamentalmente a los indígenas].

Durante las primeras décadas del siglo XIX la nación existe formalmente, gracias a la presencia de un Estado reconocido como tal por la mera emancipación política, pero frágil e inestable, cuyo reflejo más visible fueron los proyectos e intereses de grupos que se turnaron su control.

Se trata, como hace tiempo la caracterizó Jesús Reyes Heroles, de una sociedad fluctuante en la que hombres distintos reaccionan de diversa manera persiguiendo similares metas.

Erigido sobre una estructura social multisecular y compleja, el gran desafío de los proyectos de construcción del país durante esa época fue el de organizar un Estado capaz de conjugar las particularidades manifiestas en la multitud de tradiciones, de grupos étnicos, de culturas y de regiones geográficas.

El rompimiento político con España no modificó las características de la sociedad colonial, que permaneció con su “profusa fragmentación de la sociedad real; incomunicada, estratificada minuciosamente, escindida en gremios y aislada, protegida por diversos fueros, regionalizada y sin otros poderes centralizados que los de

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