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La Caja De Pandora


Enviado por   •  12 de Julio de 2015  •  1.751 Palabras (8 Páginas)  •  244 Visitas

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La caja de Pandora

Hace mucho, muchísimo tiempo, cuando nuestro mundo se hallaba en la infancia, había un niño llamado Epimeteo, que nunca había tenido padre ni madre, y para que no estuviera solo, otra niña, procedente de un lejano país, y que se llamaba Pandora, fue llevada a vivir con él.

La primera cosa que vio Pandora al entrar en la casa en que vivía Epimeteo, fue una gran caja, y casi inmediatamente después de haber atravesado el umbral, preguntó qué había en ella.

—Mi querida Pandora —contestó Epimeteo —es un secreto. La caja fue dejada aquí, para que estuviese bien guardada; y yo mismo no sé lo que contiene.

—Pero ¿quién te la dio? —preguntó Pandora —¿De dónde procede?

—Una persona de aspecto risueño e inteligente la dejó ante la puerta antes de que llegaras tú; y según vi, apenas podía contener la risa al hacerlo.

—Ya lo conozco,—dijo Pandora pensativa—era Mercurio. Éste fue quien me trajo, y sin duda hizo lo mismo con la caja. Estoy segura de que es para mí, y probablemente, contiene hermosos trajes y juguetes o bien una golosina.

—Es posible—contestó Epimeteo alejándose—pero hasta que Mercurio regrese y nos autorice para ello, no tenemos el derecho de abrirla.

—¡Qué muchacho tan tímido! —murmuró Pandora, cuando el niño salía de la casita. —Me gustaría que fuese más animoso.

Y en cuanto Epimeteo se marchó, la niña se quedó mirando el objeto que había despertado su curiosidad.

Las esquinas de la caja aparecían talladas con mucho arte y primor. En los lados había figuras muy graciosas de hombres, mujeres y lindísimos niños. La cara más bonita de todas había sido esculpida en alto relieve, en el centro de la tapa. Ninguna otra particularidad se advertía, exceptuando la obscura y lisa riqueza de la madera pulimentada y el rostro del centro con unas guirnaldas de flores sobre sus cejas.

La caja permanecía bien cerrada y no por una cerradura u otro medio semejante, sino con una cuerda de oro cuyos dos extremos estaban atados de un modo tan complicado, que, probablemente, nadie habría logrado deshacer el nudo. Y, sin embargo, precisamente al ver tal dificultad, más deseos sentía Pandora de examinarlo, a fin de averiguar cómo había sido hecho.

—Creo—se dijo—que ya sabré des-hacerlo y luego atarlo otra vez, y como de ello no ha de resultar ningún daño…

Ante todo, trató de levantar la caja. Elevó un lado algunos centímetros y la dejó caer, produciendo algún ruido. Un momento después le pareció oir que dentro se removía algo. Aplicó el oido y escuchó. Sin duda alguna se percibían dentro algo así como murmullos apagados.

Y al retirar la cabeza, sus ojos se clavaron en el nudo de la áurea cuerda.

—No hay duda de que quien hizo este nudo es persona muy ingeniosa, se dijo —pero me parece que lo podré deshacer.

Entretanto los brillantes resplandores del sol atravesaron la abierta ventana. Pandora se detuvo para escuchar, pero al mismo tiempo e inadvertidamente, retorció algo el nudo, y con gran sorpresa vio que la cuerda de oro se había desatado por sí misma, como por magia.

—¡Que cosa tan extraña! —exclamó la niña. —¿Qué dirá Epimeteo? —¿Sabré hacer otra vez el nudo?

Hizo una o dos tentativas para conseguirlo, pero pronto vio que tal intento era muy superior a su destreza. Así, pues, nada podía hacer, sino dejar la caja desatada hasta el regreso de Epimeteo.

Entonces la niña pensó que su amigo creería que había mirado el interior de la caja, y no siéndole posible evitar que así se lo figurara, díjose que lo mejor era justificar tal sospecha satisfaciendo su curiosidad… No habría podido asegurar si era ilusión o no, pero le parecía que algunas voces murmuraban dentro de la caja:

—¡Déjanos salir, querida Pandora, déjanos salir! ¡Seremos para ti muy buenos compañeros de juego! ¡Oh, déjanos salir!

—¿Quién será? —pensó Pandora.— Sin duda hay alguien vivo dentro. Sí, seguramente. Voy a dar una mirada, sólo una y luego volveré a cerrar.

Pero ya es tiempo de que veamos lo que hacía Epimeteo.

Aquella era la primera vez, desde que llegara su compañera de juegos, que iiabía tratado de divertirse solo, pero como se aburría, decidió interrumpir sus juegos y volver a donde estaba Pandora. En el momento en que iba a entrar en la casita, la mala niña tenía la mano a punto de levantar la tapa de la caja, y Epimeteo la vio. Si él la hubiera avisado dando un grito, Pandora, probablemente, habría retirado la mano de la caja; y tal vez no fuera conocido aún el fatal misterio que guardaba.

Cuando Pandora levantó la tapa, el aire se obscureció porque una nube negra salió de ella y se extendió ante el sol, ocultándolo completamente. Luego, durante algunos instantes, se oyó un murmullo y una serie de gruñidos que pronto se transformaron en un fragor parecido al estampido del trueno… Pero Pandora, sin hacer caso de ello, acabó de levantar la tapa de la caja y miró a su interior.

Pareció como si una multitud de seres alados pasaran rozándole el rostro, huyendo del encierro, y en el mismo instante oyó la voz de Epimeteo que exclamaba en tono lastimero, como si experimentara algún dolor:

—¡Oh, me han picado! ¡Me han picado! ¡Perversa Pandora! ¿Por qué has abierto esa maldita caja?

La niña dejó caer la tapa e incor-porándose miró a su alrededor para ver qué le había ocurrido a Epimeteo. La nube que se había formado obscureció de tal modo la habitación que apenas podía divisarse lo que en ella había. Pero oyó un desagradable

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