La Columna De Hierro Capitulo I
Enviado por bmeza • 30 de Agosto de 2012 • 684 Palabras (3 Páginas) • 754 Visitas
Muchos años después, Marco Tulio Cicerón, tercero de este nombre, escribió a un amigo: «No es que mi madre, la señora Helvia, de la ilustre familia de los Helvios, fuera avariciosa, como he oído mu-chas veces decir con mala intención. Era sencillamente ahorrativa, como fueron todos los Helvios».
Él recordaba a menudo la modesta casa cerca de Arpinum, donde nació en aquel frío día del mes de Jano, porque de ella conservaba, por muchas razones, sus más dulces recuerdos. Después de la imposición del nombre y para evitar confusiones, dejaron de llamar al padre Marco Tulio, pasando a ser simplemente Tulio, lo que ponía furioso al abuelo, que con su vozarrón preguntaba si con el nacimiento del nieto él iba a quedarse sin nombre alguno.
–¡Son cosas de esa mujer! –Decía a su hijo–. Yo soy el abuelo y es a mí a quien se deben todos los respetos y honores. ¡Y ya hasta he oído a los esclavos llamarme «el Viejo»! ¡Me desprecian en mi propia casa!
Helvia pensaba de él que no era razonable. ¿No había sido el mismo abuelo el que había insistido en que dieran aquel nombre a su nieto? La vida ya era de por sí bastante complicada sin tres varones de igual nombre en la misma casa.
–Exijo que me llamen «el Abuelo», que es el nombre que ahora se me debe –insistía el anciano.
Como Helvia le había llamado así desde el alumbramiento de su primer hijo, lo encontró más quisquilloso que nunca y se en-cogió de hombros. No había quien entendiera a los hombres. Era lógico que una mujer esperara que un hombre fuera lógico.
–Ya es viejo, Helvia –le decía su esposo con voz cariñosa, a lo que ella replicaba:
–Mi padre es más viejo que él y tiene mejor genio. Eso se debe a mi madre, que no permite que nadie alce la voz en casa, ni siquiera al más bajo de los esclavos. Una vez – prosiguió con cara de satisfacción–, mi madre arrojó un plato de pescado en salsa a la cabeza de mi padre porque perdió la moderación en la mesa.
Tulio, recordando a su propio padre, le preguntó sonriendo:
–¿Y qué hizo tu padre en ocasión tan catastrófica?
–Se limpió la cabeza y la cara con una servilleta –contestó Helvia, sorprendida por la pregunta–. ¿Qué otra cosa iba a hacer? –¿No objetó nada?
–Mi madre era más alta y más fuerte. Además, tenía un plato de judías al alcance de la mano. Mi padre se quedó contemplando las judías y entonces pidió a un esclavo que le trajera otra servilleta. En mi casa había pocas peleas. Tu madre no hizo valer su autoridad cuando se casó con tu padre .Eso es algo que hay que hacer enseguida, como me dijo mi madre cuando me casé contigo, amor mío. Luego, los hombres se vuelven menos tratables.
–¿Y yo? ¿Soy tratable? –preguntó Tulio, sonriendo
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