La Muerte En Mexico Prehispanico
Enviado por wayasour • 12 de Noviembre de 2013 • 1.348 Palabras (6 Páginas) • 631 Visitas
El culto a los muertos en México, una celebración ancestral
Comunicado No. 2379/2011
01 de noviembre de 2011
***Conaculta destaca la importancia histórica y cultural del Día de Muertos
***La UNESCO ha declarado esta festividad como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad
El Día de Muertos es una celebración que honra a los difuntos el 2 de noviembre, aunque comienza desde el 1 de noviembre y coincide con las celebraciones católicas del Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos. Es una festividad mexicana y centroamericana que se celebra también en muchas comunidades de Estados Unidos, donde existe una gran población latina, e incluso en Brasil, donde se le conoce como Dia dos Finados.
Es tan importante y tradicional que en 2003 la UNESCO declaró al Día de Muertos mexicano como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, pero ¿cómo comenzó?
Los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México son anteriores a la llegada de los españoles. Hay registro de celebraciones en las etnias mexica, maya, purépecha, nahua y totonaca. Los rituales que celebran la vida de los ancestros se realizan en estas civilizaciones por lo menos desde hace tres mil años. En la era prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
El festival, que después se convertiría en el Día de Muertos, era conmemorado el noveno mes del calendario solar mexica, cerca del inicio de agosto, y duraba un mes completo. Las festividades eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl, conocida como la "Dama de la Muerte" (actualmente relacionada con "La Catrina" de José Guadalupe Posada) y esposa de Mictlantecuhtli, “Señor de la Tierra de los Muertos”. Las festividades eran dedicadas a la celebración de los niños y las vidas de parientes fallecidos.
A dónde se dirigen los muertos
Para los antiguos mexicanos, la muerte no tenía las connotaciones morales de la religión católica, en la que las ideas de infierno y paraíso sirven para castigar o premiar. Por el contrario, ellos creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban determinados por el tipo de muerte que habían tenido y no por su comportamiento en la vida.
De esta forma, las direcciones que podían tomar los muertos eran:
El Tlalocan o paraíso de Tláloc, dios de la lluvia. A este sitio se dirigían aquellos que morían en circunstancias relacionadas con el agua: los ahogados, los que morían por efecto de un rayo, los que morían por enfermedades como la gota o la hidropesía, la sarna o las bubas, así como también los niños sacrificados al dios.
El Tlalocan era un lugar de reposo y de abundancia. Aunque los muertos eran generalmente incinerados, los predestinados a Tláloc eran enterrados, como las semillas, para germinar.
El Omeyocan, paraíso del sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. A este lugar llegaban sólo los muertos en combate, los cautivos que eran sacrificados y las mujeres que morían en el parto. Estas mujeres eran comparadas a los guerreros ya que habían librado una gran batalla, la de parir, y se les enterraba en el patio del palacio, para que acompañarán al sol desde el cenit hasta su ocultamiento por el poniente. Su muerte provocaba tristeza y también alegría, ya que, gracias a su valentía, el sol las llevaba como compañeras. Dentro de la escala de valores mesoamericana, el hecho de habitar el Omeyocan era un privilegio.
El Omeyocan era un lugar de gozo permanente, en el que se festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes. Los muertos que iban al Omeyocan, después de cuatro años, volvían al mundo, convertidos en aves de plumas multicolores y hermosas.
Morir en la guerra era considerada la mejor de las muertes por los aztecas. Por incomprensible que parezca,
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