La Paz En La Republica Dominicana
Enviado por tomatoketchup • 2 de Marzo de 2014 • 1.076 Palabras (5 Páginas) • 487 Visitas
CAPÍTULO I
LOS PREDICADORES DE LA PAZ
esde la obtención de la Independencia hasta
nuestros días los predicadores de la paz en la
República, salvo rarísimas excepciones, han
sido tontos o pícaros. Cuando no se inspiraban en la
más supina ignorancia pedían consejo a la mala fe
hipócrita o desvergonzada. De ninguno sé que, al
hablar de paz al pueblo dominicano, se colocara en el
justo medio de la razón y de la lógica.
Es una ñoñería infantil entonar la cantinela de la paz
a quien está abajo sufriendo el látigo de los de arriba
mientras la organización social, inspirada en el feudalismo
que trajeron en el tuétano los Conquistadores, le
mantiene aherrojado o impotente contra el adversario
triunfador, a quien no animan otros sentimientos que
los que hicieron exclamar a Breno en el terrible momento
de la victoria: “¡Ay de los vencidos!” —¡Son tus
hermanos!, ¡no los hieras, no los desangres!— le dicen
al pueblo vilipendiado y explotado los escritores de
alquiler, hartos de pan y de indignidades.
Pero ese pueblo sucio, hambriento, sin nutrición para
el cuerpo ni para el espíritu, podría contestarles a los
falsos Apóstoles:
—Está bien. Yo quiero la paz, yo quiero el orden. Yo
quiero que mis días se deslicen tranquilos al sol de mi
trabajo, a la sombra de mi hogar, al amparo de mi
derecho. Pero diles a los usurpadores, a los explotadores,
a los tiranos inconscientes por tradición y a los
tiranos conscientes por soberbia y por codicia, que no
abusen de mí, que no me maltraten, que no me exaccionen,
que respeten mi vida, mis bienes, mi honor y el
de mi familia, que reconozcan que no soy un siervo de
la gleba sino un ciudadano igual a ellos.
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—Depón las armas —dirían los falsos Apóstoles.
—Que depongan ellos el látigo, primero. Yo no quiero
otra cosa que mi bienestar, y en la guerra no lo encuentro
. Pero tampoco lo hay, menos lo hay, en esta
paz que me constituye en esclavo. La guerra puede
matarme, no lo niego. Pero al menos mientras ella
dura soy libre, estoy bien mantenido y ejerzo un desquite
contra la organización y los hombres que me
oprimen.
Los predicadores hueros de la paz entonan entonces el
himno de la feracidad y las riquezas naturales de esta
tierra. El subsuelo cruzado de placeres y filones auríferos;
la capa cultivable que da ciento por uno de todos
los vegetales del Trópico; el aire embalsamado y saludable;
los ríos que difunden frescor y feracidad en todo
el suelo; las lluvias periódicas que ahorran al agricultor
el costo y el trabajo de los riegos artificiales. Una
jauja, en fin, si hubiera paz.
Para un extranjero situado a larguísima distancia, y
con el cerebro algo vacío, ese himno es concluyente.
Sólo el espíritu belicoso de los dominicanos frustra el
bienestar en la predilecta de Colón. Para un hombre
ilustrado los tales predicadores ñoños de la paz son
objeto del desprecio más profundo, porque las riquezas
naturales, simples elementos de riqueza, sólo pueden
ser aprovechadas por el hombre y convertidas en riqueza
cotizable, artículos de cambio con los cuales se
obtiene cuanto se necesita, cuando preside la Ciencia,
sobre todo la Ciencia Jurídica y la Ciencia Económica,
en la organización y en el desenvolvimiento social.
Pueblos a cuyos pies está remachada la cadena del
feudalismo son pueblos que padecen en un ambiente
adverso a su existencia y que se debatirán sin cesar
por liberarse y salir al sol indispensable a la conservación
de su vida. Importa poco que el tirano sea nacional
o sea extranjero. Dondequiera que haya tiranía
habrá protesta. En el siglo pasado tres veces fue héroe
el pueblo dominicano sacudiendo el yugo opresor extranjero.
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