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La Primera Vida


Enviado por   •  8 de Octubre de 2013  •  850 Palabras (4 Páginas)  •  198 Visitas

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Introducción

por Lázaro Iriarte, o.f.m.cap.

Tomás de Celano ingresó en la fraternidad en 1214 ó 1215, cuando San Francisco regresó de España, renunciando a su proyectado viaje a Marruecos. «Dios en su bondad -escribe él mismo al referir el hecho- tuvo a bien acordarse de mí y de muchos otros... A poco de la vuelta del Santo a la iglesia de Santa María de la Porciúncula, se reunieron a él resueltamente algunos letrados y nobles» (1 Cel 56s).

Al número de esos letrados, que Francisco recibía con alborozo aun a sabiendas de que en manos de ellos se pondría a prueba la sencillez evangélica inicial, pertenecía Tomás. No figuraría entre los «compañeros» íntimos del Fundador; pero, por su cultura y por la amplia experiencia de la difusión de la Orden, poseería una visión más realista que ellos del ideal común. En 1221 formó parte de la expedición a los países germánicos. En 1223 estaba al frente, en calidad de custodio, del grupo de hermanos de la región renana. En 1224 regresó a Italia. Asistió a la canonización del Fundador el 16 de julio de 1228 en Asís y, asimismo, a la traslación del cuerpo del Santo en 1230. Debió de residir habitualmente en Asís, o al menos aquí trabajó en diferentes tiempos en la composición de la Vida segunda, del Tratado de los Milagros y de la Leyenda de Santa Clara. Parece que pasó los últimos años de su vida en su tierra natal, los Abruzzos. Murió en Tagliacozzo hacia 1260.

Hombre de amplia cultura eclesiástica, hábil escritor y buen latinista, era también poeta. La crítica ha vuelto a atribuirle la paternidad de la secuencia Dies irae. Y no le faltaba el vuelo oratorio, efectista, que aparece en muchos pasajes de sus obras. Teólogo y moralista, pero no hombre de cátedra, tiene una visión del mundo y de los acontecimientos muy dominada por los esquemas ascéticos tradicionales.

La «Vida primera» (1228)

Afirma Celano en el prólogo que se puso a escribir la vida de San Francisco por orden del papa Gregorio IX, quien con fecha 25 de febrero de 1229 daba su aprobación para que fuese difundida.

Esta conciencia de estar escribiendo la biografía de la canonización como un servicio a la Iglesia, hace que prevalezca, en la manera de narrar y de comentar, la intención de edificar al pueblo cristiano. Al hablar, por ejemplo, de la conversión del joven Francisco, pone el acento en la mala educación recibida de sus padres, para hacer en seguida la aplicación, moralizando: «Esta pésima costumbre, en efecto, está cundiendo entre los cristianos... de dar a los hijos una educación permisiva y disoluta» (1 Cel 1). Era natural, por otra parte, que el autor cediese al deseo de enaltecer la figura del papa, primero como cardenal Hugolino, luego, como Gregario IX (véase 1 Cel 73-75. 99-101. 121). Y era natural, asimismo, que se dejara llevar de cierta adulación

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