La Revolución Rusa
Enviado por KarenLilianaRob • 6 de Marzo de 2014 • 2.092 Palabras (9 Páginas) • 206 Visitas
Otro rasgo muy importante del crecimiento económico del Japón consistió en la existencia de un peculiar sistema de conflicto social. A partir de 1960 las relaciones industriales perdieron su vehemencia. En todas las grandes empresas a partir de los años sesenta se expandió el sistema de empleo para toda la vida, que ya había tenido su origen en los años veinte y que permitía una excepcional fidelidad a la empresa, de cuyo progreso se beneficiaban los trabajadores. Los sindicatos, por su parte, mantuvieron un nivel de afiliación relativamente alto (el 35%) pero sobre todo en esta categoría de los empleados para toda la vida. Gracias al sindicalismo y a las anuales "ofensivas de primavera" para lograr el incremento de los salarios progresó excepcionalmente el nivel de vida. Pero, al mismo tiempo, los trabajadores no tuvieron un sistema de protección social suficiente. Las pensiones sólo se establecieron en 1959 y fueron muy modestas por más que se hicieran compatibles con un segundo trabajo. Las prestaciones sociales tan sólo representaban menos del 15% en el presupuesto del Estado e incluso disminuyeron con el transcurso del tiempo. De ahí la necesidad de un fuerte ahorro popular que constituye también un rasgo muy característico de la economía japonesa. Pese a las apariencias ésta siguió teniendo también inconvenientes graves. La agricultura que ocupaba a la mitad de la población en los años cincuenta tan sólo llegaba al 14% en 1972. Se trató siempre de una agricultura muy protegida de modo que la introducción de arroz extranjero estaba simplemente prohibida y la de otros productos quedó sometida a dificultades muy acusadas. Aun así, un aspecto conflictivo de la economía japonesa fueron los problemas con la alimentación: el 20% de los productos alimenticios procedía del exterior a fines de los sesenta. Además, el nivel de vida siguió estando muy por debajo de los países más desarrollados de Europa y América: lo demostraba, por ejemplo, la vivienda y los equipamientos colectivos, aunque algunos fueran tan espectaculares como los trenes de alta velocidad. La misma diferencia de altura de los japoneses de generaciones sucesivas es una buena prueba del progreso de la sociedad de consumo. Quizá el inconveniente más grave de la economía japonesa consistió en que un desarrollo muy rápido como el que se produjo en este país se llevó a cabo con un escaso grado de preocupación por el medio ambiente. Desde mediada la década de los cincuenta se dieron casos de envenenamiento por vertidos de residuos industriales tóxicos en varios puntos del archipiélago. La concentración de la población en tres megalópolis en torno a Tokio-Yokohama, Nagoya y Osaka supuso que un tercio de la población japonesa vivía en el 1% del territorio donde la densidad de la población superaba los 9. 200 habitantes por kilómetro cuadrado. Las condiciones de vida en esta región fueron todo lo lamentables que se puede imaginar. No puede extrañar, en fin, que el acelerado proceso de desarrollo económico tuviera para el Japón unas consecuencias sociales de importancia. El éxodo rural, la llegada a la edad de jubilación de quienes habían sido protagonistas del crecimiento y la desaparición de unas pautas de vida tradicionales contribuyeron a una sensación de incertidumbres y desenraizamiento. De ahí la aparición de nuevos movimientos religiosos y de asociaciones reivindicativas de todo tipo. Entre los primeros, la más influyente fue Sokagakkai, una derivación del budismo extraordinariamente proselitista que, como veremos, llegó a tener una implantación en la política. En general, todos estos movimientos religiosos se caracterizaron por su sincretismo y simplicidad de su mensaje, insistencia en valores tradicionales y organización capilar para influir en la sociedad. A ellos hubo que sumar los movimientos de consumidores y aquellos destinados a defender a minorías étnicas, como los coreanos. Una de las protestas más estridentes realizadas en contra de los excesos de la industrialización fue la llevada a cabo en contra de la construcción del nuevo aeropuerto de Narita, cerca de Tokio. Por su parte, las mujeres también organizaron movimientos de autodefensa a pesar de que, de acuerdo con un sondeo oficial, el 80% aprobaban la diferenciación entre los papeles de los sexos. En 1972 había tan sólo siete mujeres en la Cámara baja japonesa. Pero la defensa del aborto y de la píldora contribuyó a crear una creciente presión social de cambio. La oposición más violenta en contra de la sociedad de consumo y el testimonio más palpable de la rapidez con que se había producido el cambio lo encontramos en los movimientos terroristas, muchos de ellos vinculados con los estudiantes. Si en todo el mundo existió una revolución estudiantil, el caso del Japón fue un tanto especial por tratarse de una sociedad muy competitiva. Las protestas contra las bases norteamericanas de Okinawa y la derivación terrorista de la protesta protagonizaron la vida japonesa a comienzos de los setenta. Los grupúsculos revolucionarios se caracterizaron por acciones de una violencia espectacular como el asesinato masivo de turistas en el aeropuerto de Tel Aviv en 1972 o los crímenes llevados a cabo entre representantes de las diversas tendencias. No obstante, en realidad todos esos movimientos no pasaron de arañar la superficie de la vida política japonesa caracterizada por una profunda estabilidad y un conservadurismo de fondo que relegaba a la oposición a un papel de acompañante molesto pero impotente. La gran paradoja de la vida política en los sesenta fue que, pese a que la influencia social del Partido Liberal Demócrata se erosionó, su poder político no lo hizo en absoluto sino que se consolidó. El voto al Partido Conservador pasó del 54% a tan sólo el 46% pero eso sólo tuvo consecuencias en algunas elecciones municipales o regionales. En muchas categorías sociales tradicionales el partido mantuvo el 70-80% del voto e incluso el 30% en la clase obrera. Su poder reposó siempre en el clientelismo, la popularidad personal de sus candidatos y la existencia de unos sólidos fondos electorales para llevar a cabo las elecciones proporcionados por las empresas. Es cierto que los liberal-demócratas siguieron padeciendo un extremado faccionalismo interno pero lo organizaron como sistema de Gobierno en el seno de su partido. Una razón decisiva para explicar que no hubiera
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