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La «crisis» del siglo XIV


Enviado por   •  8 de Mayo de 2014  •  Tesis  •  14.830 Palabras (60 Páginas)  •  308 Visitas

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1. La «crisis» del siglo XIV

I. la fractura demográfica

Durante mucho tiempo, la peste negra de 1348 ha sido considerada como el agente de una gran fractura histórica. Que su importancia en todos los sectores de la vida del siglo XIV fue enorme es, ciertamente, innegable. Pero, ¿hasta qué punto es lícito hablar de verdadera fractura? Si se estudian los anales de las epidemias que asolaron Europa, se comprende fácilmente que la de 1348 no es una desgracia imprevista. Un conjunto de epidemias sensu lato —y, sin duda, no sólo la peste entendida médicamente— pesa, con frecuencia y continuidad, mucho más que algunas de aquéllas de cuyo dramatismo son elocuentes testigos los cronistas.

Por lo tanto, cabe preguntarse en qué medio actúa la peste de 1348. No olvidemos que en la Francia del siglo XIII existen centenares de leproserías; que las condiciones higiénicas generales en la Edad Media son las más bajas que Europa haya alcanzado nunca. Recordemos la extrema fragilidad de los sistemas de aprovisionamiento hidráulico de la mayor parte de las ciudades. No atribuyamos al occidente cristiano la abundancia de baños del mundo medio-oriental (de los que puede encontrarse un reflejo muy pálido en las costumbres de algunos mercaderes europeos reintegrados a su patria).

Es cierto que en el siglo XIII no hubo demasiadas carestías y fueron muy pocas las epidemias. (Mencionamos a la par carestías y epidemias, porque la relación entre los dos fenómenos es muy fuerte, como luego se verá mejor.) De modo que los hombres del siglo XIII pudieron creer que habían alcanzado un límite de seguridad tal, que les ponía al abrigo de los asaltos del hambre. Tal vez en el curso del siglo XIII se cumplió la parte más difícil (la que se apoyaba en una tensión y en las conquistas precedentes) del prodigioso avance dado en la duración media de la vida humana: veinticinco años en el imperio Romano, durante el siglo IV d. C.; treinta y cinco años a comienzos del siglo XIV. Pero los años 1313-1317 iban a infligir un duro golpe a aquella confianza generalizada: sobreviene una carestía general en toda Europa. Desde aquel momento, se intensifica el ciclo recurrente entre carestías y epidemias: una población debilitada por la sub-alimentación a que la han sometido uno, dos, tres años ele malas cosechas, ofrece menos resistencias a los ataques de la enfermedad; los perjuicios que ésta crea, al reducir el número de brazos disponibles para el trabajo —sin reducir, por otra parte, en la misma proporción el número de bocas que alimentar—, aumentan la posibilidad de sucesivas carestías. De este modo, aunque teóricamente sigue siendo cierto que la cicatriz demográfica que deja una epidemia puede curarse en pocos años, en la realidad nunca se logra esa cicatrización, y la recuperación de los daños causados a la población europea por la peste de 1348 se verá nuevamente comprometida por las epidemias de 1360, de 1371, etc. Y en poblaciones con tan escasa capacidad de resistencia, todas, y cada una de las enfermedades infecciosas, aun las de menor peligro, tienen dramáticas consecuencias. Esta es la razón de que, en la Alemania de los años 1326-1400, pueden contarse unos treinta1 y dos años señalables nigro laptllo por haber estado cubiertos de epidemias. Epidemias que no todas, fueron pestes, sino que, con su acumulación de efectos, tuvieron consecuencias muy graves para la población. Por otra parte, si la peste de 1348 afectó principalmente a los adultos, permitiendo a la generación joven desarrollar a continuación su función reproductora, la epidemia de 1360 creó los mayores vacíos entre los más jóvenes (mortalidad de los infants) y la de 1371 entre los adultos (los mitjans: así se les llamó en Cataluña). De esta forma, con los efectos combinados de una generación a otra, las pérdidas globales, directas e indirectas, fueron enormes. En suma, resumiendo lo dicho hasta aquí, desde el segundo decenio, por lo menos, del siglo XIV (e incluso antes), se interrumpe aquel lento trabajo de reconstitución (y, en buena parte, creación) del capital demográfico europeo, que, entre mil obstáculos, venía realizándose desde hacía varios siglos, y del que, más que las raras (e inexactas) cifras de que se dispone, nos ofrecen buen testimonio múltiples pruebas: canalización de ríos, saneamientos, tala de bosques, signos todos ellos de laboriosidad humana, que son, al mismo tiempo, causa y efecto de recuperación demográfica. Efecto, porque sólo con un número muy grande de brazos pueden emprenderse obras de tal magnitud; causa, porque aquellos trabajos, al crear las premisas para una elevación del nivel de vida (tanto desde el punto de vista de la alimentación como desde el de las condiciones higiénicas), permiten un franco incremento demográfico. Si es cierto —como ha podido afirmarse recientemente— que la malaria, aunque sin desaparecer, fue menos mortífera a partir del siglo XII, hay que atribuirlo a los trabajos de saneamiento y de canalización de los cursos de las aguas, que redujeron el campo de acción del anofeles. De igual modo que, después, la reducción de las disponibilidades de mano de obra, al hacer imposible la ampliación de aquellos trabajos e incluso al no permitir la conservación de las obras terminadas en épocas anteriores, originó un recrudecimiento de aquella enfermedad.

Así, en tan frágil equilibrio, se da un verdadero movimiento pendular de causas y efectos, de naturaleza igual, pero de signo diferente cada vez: negativo y positivo. La peste de 1348 se inserta en una línea negativa, de la que acaso constituya uno de los puntos de mayor depresión.

En los primeros años del siglo XIV, se tiene la impresión de que se fue creando un desnivel entre recursos y población, por lo que se hizo necesario alcanzar un nuevo equilibrio. Esto no trata de ser, en absoluto, una explicación de las causas del desorden económico, que se introduce a partir de este tiempo: es un dato de hecho. De las raíces profundas, se hablará a continuación. Aunque parezca arbitrario (pero lo es sólo relativamente), elijamos como primer elemento cronológico la carestía de los años 1313-1317 y postulemos que ésta ejerciera sus efectos sobre una población en su optimum, completamente a salvo de carencias nutritivas y no dañada por epidemias anteriores. De todas formas se extendió por varios países europeos con intensidad muy considerable. Los precios, que en Francia habían oscilado, desde 1201 a 1312, entre cifras del orden de tres, cuatro, cinco, con rarísimas subidas en torno al 10, en 1313 alcanzan un índice de 25, y en 1316 de 21. Por criticables que sean estas cifras de D'Aveneí, no hay razón alguna para dudar de la intensidad dramática de los fenómenos denunciados con respecto a aquellos años. En cuanto

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