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La historia de la piratería


Enviado por   •  20 de Octubre de 2012  •  Tutorial  •  8.284 Palabras (34 Páginas)  •  434 Visitas

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Los piratas.

La historia de la piratería es casi tan antigua como la historia de la humanidad. Cuando algunos hombres se dieron cuenta de que podían viajar por el mar, se volvieron navegantes. Y cuando otros hombres se dieron cuenta de que podían asaltar a esos navegantes, se volvieron piratas.

Desde entonces, las playas y los mares de muchas partes del mundo comenzaron a poblarse de esos personajes que amaban el peligro, odiaban el trabajo y ambicionaban las riquezas que poseían los demás. Según nos cuenta la historia, el más famoso y antiguo de los piratas fue un griego, cuyo nombre era Polícrates. Vivía en la isla de Samos. Allí mandó levantar un hermoso palacio. Y también hizo construir una gran flota de cien naves de guerra, con la cual asaltaba a otros barcos que llevaban oro y piedras preciosas.

Otro famoso pirata de la Antigüedad fue un romano llamado Sexto Pompeyo. Vivía también en una isla, porque las islas siempre han sido los refugios más seguros

para los piratas. Pero sucedió que a Sexto Pompeyo se le ocurrió atacar cierta vez una ciudad muy amada por todos. Entonces el emperador envió un fuerte ejército contra él, que lo derrotó y le quitó todas sus riquezas.

Pasaron muchos siglos, y parecía que en el Mar Mediterráneo no habría ya piratas tan grandes y tan temibles como lo fueron el griego Polícrates y el romano Sexto Pompeyo. Entonces apareció un joven robusto, de nariz recta y ojos penetrantes como los de un águila. Venía de Berbería, región ubicada en el norte de África. Era,pues, un pirata berberisco. Se llamaba Arudj. Pero como nadie podía pronunciar un nombre tan difícil, y como además tenía rojos los pelos de su barba, todos lo llamaban Barbarroja.

Este pirata era tan ambicioso y audaz, que se atrevió una vez a capturar dos naves llenas de preciosas mercancías enviadas por el Papa de Roma. Los aliados del Papa de Roma se enojaron mucho, y juraron acabar con Barbarroja. Comenzaron entonces a perseguirlo por mar y tierra.

Y cuentan los relatos de aquella época que el pirata, para demorar el paso de sus perseguidores, sembró los caminos de oro y joyas. Mas los perseguidores no se dejaron engañar, y finalmente lo alcanzaron y lo mataron. Así terminó Arudj, que era llamado Barbarroja por ser su nombre tan difícil de pronunciar y por tener rojos los pelos de su barba.

Después surgieron otros muchos y muy pintorescos piratas. Como los vikingos, que eran todos rubios y navegaban en barcos con forma de dragón. O como los piratas chinos, que siempre acechaban las naves enviadas por el Emperador del Japón. Pero, en realidad, la época de los más grandes y famosos piratas comienza cuando el navegante Cristóbal Colón llega a América. A partir de entonces, los conquistadores españoles empezaron a descubrir en nuestro continente riquezas nunca soñadas.

En Perú encontraron riquísimas minas repletas de toda clase de metales valiosos. En México, plata, oro y piedras preciosas. Y en las islas del Caribe, tierras

fértiles en las que crecían especias y otras rarísimas plantas, como el tabaco, que los españoles no conocían. Movidos por la curiosidad y la codicia, los conquistadores trataban de llevarse todas estas riquezas en sus barcos, dentro del mayor secreto. Pero los piratas siempre se enteraban y atacaban las pesadas naves cargadas con tan valiosos tesoros. De esta manera, mientras los conquistadores españoles se apoderaban de las riquezas de América y los piratas se llevaban las riquezas de los conquistadores españoles.

Pero, ¿de donde salían tantos piratas?

Bueno, no es tan difícil de averiguar. Al conquistar nuestros territorios, España se había convertido de la noche a la mañana en el país más grande, más poderoso y más rico del mundo entero. Los reyes de Francia y de Inglaterra veían con envidia como España se llevaba riquezas, sin compartirlas con ellos. ¿Cómo apropiarse de esos tesoros? ¡Con barcos, claro! Pero Francia e Inglaterra eran dos países pobres en esa época, y no tenían naves propias. Entonces resolvieron firmar pactos con aquellos capitanes de barcos que, deseosos de aventura y riqueza, quisieran cruzar el mar y atacar los navíos españoles. A esa forma de viajar se la llamó ir a corso, o sea, "correr por el mar ". Los capitanes de tales barcos se llamaron corsarios.

Cuando los corsarios regresaban de sus correrías, entregaban el botín conquistado a su rey, y éste les cedía una parte. ¡Y todos contentos! El rey con sus riquezas, y el corsario con su parte del botín. Pero muy pronto, a algunos corsarios les resultó muy incómodo zarpar de puertos europeos, cruzar todo el Océano Atlántico, atacar las naves españolas y regresar nuevamente a Europa. ¡Uf! ¡Era mucho trabajo! Además, les caía de la patada dar una buena parte de lo conquistado al rey quien, al fin y al cabo, no se arriesgaba en el mar como lo hacían ellos.

Decidieron entonces hacerse independientes, vender todo al que mejor pagara y refugiarse en Jamaica, donde vivían ya por aquel entonces algunos piratas. Y en la famosa isla de La Tortuga, donde había muchos más. Así, al cabo de cierto tiempo, en ambas islas acabaron viviendo muchos corsarios y muchos bucaneros, a quienes se les daba este nombre porque antes de convertirse en piratas se habían dedicado a cazar animales, cuya carne preparaban de una manera especial que se llamaba bucan; y muchos filibusteros, palabra de origen holandés que significa "el que va a la captura del botín". Todos ellos, a pesar de tener nombres tan diferentes, estaban unidos por un oficio: la piratería.

En la isla de La Tortuga , todos esos piratas habían formado una república, a la

que pusieron por nombre Cofradía de los Hermanos de la Costa. Los piratas vivían en aquella isla como querían, sin importarles si uno era inglés, el otro francés, o el de más allá holandés. Allí no había policías, ni jueces, ni cárceles. Cuando se producía un pleito entre los filibusteros, se retaban a duelo y se batían con espada o con cuchillo. Al que ganaba la lucha se le daba la razón y se acabó.

En la isla de La Tortuga tampoco existía la propiedad privada de la tierra. O sea que la isla era de todos pero, a la vez, de nadie en particular. Claro que a los piratas no les interesaba mucho todo esto, porque la verdad es que eran demasiado comodones para andar preocupándose por averiguar de quienes eran las cosas. Ellos eran piratas y su vida estaba en el mar, no en la tierra. Y como les gustaba la aventura y eran muy codiciosos, se pasaban gran parte de su tiempo planeando cómo iban a apoderarse de los tesoros que transportaban los barcos que cruzaban el océano. Y también de las riquezas que se guardaban en las ciudades de la costa, pues, como los

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