Las Lagrimas Del Sombreron
Enviado por Miniuns25 • 25 de Octubre de 2013 • 1.053 Palabras (5 Páginas) • 562 Visitas
Las lágrimas de El Sombrerón
Por las noches, en las calles empedradas de la Ciudad de Guatemala, únicamente vagaba el oscuro silencio. A lo lejos, un solitario farol de gas se apagaba por el soplido intempestivo del viento. En La Catedral, los apóstoles de piedra se cubrían de estrellas y en la alameda del Teatro Colon, los naranjales pintaban de azahar los muros de la Iglesia de Santa Rosa.
Bajo la sombra del Portal del Señor, unos indigentes amontonados se estremecían cuando las campanas de La Catedral anunciaban la hora de las animas: las ocho de la noche.
Desde los profundo de la Calle de La corono se escucho el sonido pasado un patacho de mulas y, a llegar a la esquina del Callejón del Brillante, se dibujo la silueta de un carbonero. Se detuvo indeciso para luego dirigirse hacia el Barrio de La Candelaria.
Al paso de la extraña figura, el ladrido de los perros se volvía un llanto lastimero.
De estatura pequeña, pequeñísima, este llevaba un sombreo inmenso que lo cubría hasta los pes. Sobresalía un “Guitarra de cajeta“ que llevaba al hombro, de esas que venden el Jueves de Corpus en el atrio de La Catedral. El cincho brillante hacia juego con los botines de charol y con las espuelas de plata que resonaban en las lajas de la calle.
Presuroso atravesó el atrio de la Iglesia de Nuestra Señora de Candelaria y doblo por la Calle de La Amargura, tortuosa y oscura, hasta detenerse frente a un viejo palomar. Amarro las mulas, afino su guitarra y canto.
Su canción emocionada entro por las rendijas de las puertas de todo el barrio. Canto hasta el amanecer. Cuando los gallos lo detuvieron, desato las mulas y se perdió otra vez por las calles de la pequeña ciudad, que estaba por despertar.
Señora Pilar, ¿Escucho la serena de anoche? –dijo una anciana que lavaba ropa en el tanque de San Francisco- No nos ha dejado dormir por varias noches, se me hace que es un enamorado de Nina, la hija de ‘nia Chayo‘”.
“Y es que la patoja esta rechula, con esos ojones con algo de entre verde y gris, y el pelo largo color miel. Como para que no se traiga locos a todos los patojos del barrio”, recalco la mujer.
Nina Cardiales era verdaderamente hermosa. Hija de una sencilla tamalera de la Calle de La Amargura, poseía un gracia y belleza que hacían impensable que fuera de una cuna tan humilde.
Doña Rosario Cardiales deseaba casar a su hija con un joven de buena fortuna, pro eso le había enseñado a resguardarse de los muchos pretendientes que la rodeaban. A sus 23 años aun no se le conocía pretendiente alguno.
Pero no solo su madre cuidaba de ella, todo el barrio estaba orgulloso de su hermosura y la cuidaban como un tesoro propio, mientras tanto, Nina llenaba su tiempo preparando los tamales mas solicitados del sector.
Las serenatas se repetían, mientras la voz del carbonero conmovida cada noche mas a la hermosa Nina.
“Los luceros en el cielo, caminan de dos en dos así caminan mis ojos cuando voy detrás de vos.
Eres palomita blanca, como la flor de limón si no me das tu palabra, me moriré de pasión.
Te quiero mas que a mis ojos, mas que a mis
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