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Leyendas Urabanas De Terror


Enviado por   •  21 de Noviembre de 2013  •  2.941 Palabras (12 Páginas)  •  396 Visitas

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Leyendas Urbanas de Terror

EN UNA FÁBRICA DE UNO DE LOS BARRIOS MÁS PELIGROSOS DE MAR DE PLATA (ARGENTINA) SE SUCEDEN EXTRAÑOS SUCESOS QUE TIENEN EN VILO A LOS EMPLEADOS Y VIGILANTES

Se dice que hay una fábrica en un barrio precario en la ciudad de Mar de Plata, en Argentina, en la cual suceden muchos hechos extraño

Detrás de la fábrica hay un descampado y muchas veces por la noche se suelen ver duendes o nenes que corren y desaparecen, y lo más tenebroso de todo viene ahora...

Esta fábrica reporta un desaparecido por año, especialmente entre los serenos que la vigilan. Por la noche, cuando el sereno cuida la fábrica, suele escuchar silbidos y hasta respiraciones cerca.

Una vez corrió el rumor de que uno de los empleados por la noche mientras vigilaba el lugar al sentir un gruñido se asomó por la ventana y vio un perro gigante, así como un caballo, y que no se va a olvidar nunca de los ojos rojos de este.

Dicen que el dueño hizo un pacto con el diablo y desde ahí nunca más le robaron, pero a cambio él debe entregar un alma por año, o sea la de un empleado.

Este perro es supuestamente una bestia enviada por el mismo Satanás para evitar los siniestros, dado que es un barrio extremadamente peligroso.

LA NIÑA DE LAS ESCALERAS.

María era una madre que vivía sola con sus 3 hijas, dos hombres y una niña, ella era la más grande. Un día María conoció a un hombre y se enamoró de él, pronto todos se mudaron a una misma casa para vivir juntos como familia, pero aquel hombre le tenía odio a los hijos de María por no ser de él. Repetidamente los golpeaba y los castigaba, pero un día se atrevió a empujar a la niña por las escaleras, rodo y cayo muerta. La madre por querer salvar a la persona que aun amaba decidió huir con él, llevándose a sus hijos. Poco tiempo después esa misma casa fue vendida, los duelos no duraron mucho tiempo ya que decían haber visto a una niña parada en las escaleras.

Un día, cuando otra familia se mudó, comenzó a presenciar cosas fuera de lo común, algunas veces cuando alguien caminaba por los pasillos sentían como si alguien los observara, otras veces incluso se escuchaba que alguien hablaba detrás de ellos, por esta razón nadie ha podido habitar esa casa por mucho tiempo, porque dicen que el alma de aquella niña sigue en su casa.

EL NAHUAL

Era un pueblo donde se contaba de todo, hasta que había un señor que era un nahual y que por las noches se convertía en diferentes animales salvajes y se comía al ganado; al verlo pasar, toda la gente murmuraba y el señor se les quedaba viendo con unos ojos que brillaban, causándoles temor.

El nahual, como le decía la gente, era compadre de don José, un señor que era dueño de un rancho y que tenía mucho ganado; él no creía que su compadre fuera nahual, decía que la gente le tenía envidia por ser su amigo y compadre.

Un día se escuchó el rumor de que se había perdido mucho ganado de otros ranchos y que se les hacía raro porque en una sola noche faltaban muchos animales; entonces fueron a ver a don José y hablaron de lo que estaba pasando, en esa conversación estaba el nahual y escuchó todo. Acordaron salir esa noche y ver quién era el que se robaba los animalea; el nahual decidió no salir porque sabía bien que él era el que se comía el ganado; don José y los señores que lo acompañaban no vieron nada y decidieron no ir a ese lugar donde suponían que “el roba vacas” iba a aparecer.

Pasaron algunos días y don José estaba muy preocupado porque pensaba que a su ganado le ocurriría lo mismo. En un recorrido que hicieron, el compadre de don José le dijo que su ganado estaba muy bien cuidado; al nahual le había gustado una vaca y la miraba como si se la quisiera comer en ese momento. Al otro día, la vaca había desaparecido, entonces don José decidió salir a buscar al nahual para matarlo.

Ya en el potrero vieron al extraño animal, la gente que acompañaba a don José empezó a tirar piedras y palos, le alcanzaron a dar un machetazo y lo tumbaron, todos presenciaron la transformación del animal en un ser humano y don José reconoció a su compadre; así fue como murió.

LA QUEMADA

En el siglo XVI, vivía en México un español llamado Gonzalo Espinosa de Guevara, llegado a estas tierras con fortuna y con una hija de cerca de 20 años de nombre Beatriz.

Enorme fortuna, belleza y virtud le agenciaron a la muchacha innumerables suplicantes, que nunca lograron su amor.

Hasta que llegó don Martín de Seópolli, noble italiano que se enamoró locamente de ella al punto de no permitir el paso de ningún caballero por la calle donde vivía Beatriz. Lo que evidentemente no les pareció justo a los demás pretendientes. Muchas veces se discutió al ritmo de las espadas, saliendo vencedor siempre el italiano. Todas las mañanas se encontraba el cuerpo herido o sin vida del osado que pretendió acercarse a la casa y ella, aunque amaba a Martín, sufría porque se derramaba tanta sangre por su culpa y también por los celos de su amado.

Una noche en ausencia de su padre e inspirada por el martirio de Santa Lucía -que entregó lo más preciado de su rostro, sus ojos, al pretendiente que con su insistencia trataba de alejarla de la virtud-, llevó a su recámara un brasero encendido, y mientras lloraba y pedía fuerza a la Santa, hundió su rostro en el fuego, pensando que no podía permitir que don Martín siguiera matando a más inocentes, hasta que cayó sin conocimiento.

Un fraile al escuchar su grito de dolor entró a la casa, la auxilió con remedios caseros mientras le preguntaba qué había pasado. Beatriz le explicó y dijo que esperaba que cuando don Martín viera su rostro dejaría de celarla, amarla y de matar a tantos caballeros. La reacción de don Martín al retirar el velo con el que se había cubierto la cara y mirar el hermoso rostro desfigurado fue arrodillarse y declarar su amor. Pidió su mano a Don Gonzalo y días más tarde se casó. Ella entró a la iglesia con la cara cubierta por un tupido velo blanco y después, las pocas veces que salía, siempre lo hizo con el rostro tapado. Nadie volvió a ver el hermoso rostro de Beatriz, que Don Martín, calmado en su amor propio, guardó en el pensamiento.

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