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Los Pichis


Enviado por   •  13 de Junio de 2013  •  2.974 Palabras (12 Páginas)  •  300 Visitas

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El conflicto central que estructura el presente escénico es la tensión entre sobrevivir encubierto bajo tierra y la posibilidad latente y cada vez más cercana de ser descubiertos por el ejército Inglés o el ejército Argentino y ser fusilados por traición o tomados prisioneros. Todo está en función de sobrevivir, pero también, ese “todo” representa la presencia de sujetos que están y que son. Están en las islas, están en el país y están en el túnel. Ellos son testimonio presente y vivo de lo que sucede. La experiencia fragmentada de la dictadura y la guerra se sintetiza en ellos.

La descarnada lucha por la supervivencia desata pequeños conflictos al interior de cada escena que revelan cómo la condición humana va trastocándose, miserabilizándose, en esa descarnada guerra que es intentar sobrevivir al hambre y al miedo. Allí, es la idea de comunidad la que va desangrándose bajo el reino del sálvese quien pueda. Y es el absurdo el que reina. Desterrados de la escena bélica, expulsados del campo de batalla por las operaciones del Ejército Argentino que los tenía “de acá para allá como bola sin manija”; ellos insisten en seguir en estado de Guerra; pero no saben cómo hacer la guerra. Viven inmersos, así, en una parodia de la guerra.

Fogwill describe la historia de un grupo de soldados argentinos que optan por desertar en plena guerra. Entonces cavan las trincheras en un cerro alejado e intentan salvaguardar sus pellejos y “salvarse”

mediante el comercio con los ingleses y la acumulación de riquezas.
El argumento posibilita al autor dar cuenta del lenguaje de toda una generación y de los efectos que la violencia y el terror de la guerra ejercen sobre la conciencia y el habla. Estos jóvenes desertores – en sus formas de hablar, en su lenguaje reducido, en su despolitización, en sus faltas de sueños y proyectos y en su desinformación- son el paradigma de los nuevos sujetos sociales conformados por la dictadura.

CITAS

Nunca se deben iluminar las caras con la linterna. al prin cipio, cuando

alguien pedía la linterna, siempre la pasaban prendida, dirigiéndole el

rayo de luz a la cara. así se produ cía dolor: dolían los ojos y dejaba

de verse por un raro. aba jo –por tanta oscuridad–, y afuera, andando

siempre de no che y en el frío, la luz duele en los ojos. alguien alumbraba

la cara y los ojos se llenaban de lágrimas, dolían atrás, y en ceguecían.

Después las lágrimas bajaban y hacían arder los pómulos quemados por

el sol de la trinchera. Escaldaban.

- “los pichis”: fue una mañana de bombardeo. Estaban en la entrada y en la primera chimenea y nadie se animaba a bajar al almacén, porque la tierra trepidaba con cada bomba o cohete que “caía contra la pista, a más de diez kilómetros de allí. El bombardeo seguido asusta: hay rui do y vibraciones de ruido que corren por la piedra, bajo la tierra, y hasta de lejos hacen vibrar a cualquiera y

asustan. algunos se vuelven locos. Fumaban, quietos. Desde entonces, entre ellos, empezaron a llamarse “los pichis”.

- Qué no era así, le pareció. No amarilla, como crema; más pegajosa que la crema. Pegajosa, pastosa. Se pega por la ropa, cruza la boca de los gabanes, pasa los borceguíes, pringa las medias. Entre los dedos fríos se la siente después.

- Ahora que lo sentía responder reconoció que el otro había movido la cabeza para los lados. La cabeza o el casco, eso seguía moviéndose. Después la cara se le iluminó, rojiza: pitaba un cigarrillo que olía como los Jockey Club blancos argentinos

- No comparten una memoria más vieja que la del comienzo de la invasión de Malvinas. Comparten, a lo sumo, algunos chistes, anécdotas que se van intercambiando en la oscuridad del encierro subterráneo (…) y en cada uno de ellos está ausente el lazo

que constituye una identidad nacional.

-se agotaron las existencias de polvo

químico. ¿Dónde habrá polvo químico? ¡Un bi dón, diez cajas de cigarros,

treinta raciones! ¡cualquier cosa por un tarro de polvo químico aunque

esté abierto y medio húmedo! pero no hay.

- Son los pichis los que desde su subjetividad trazan el puente entre la guerra y el terrorismo de estado. Las monjas francesas que desaparecen en Argentina se hacen presentes como mito, como imágenes espectrales en las islas. Ellas fueron a parar a ese otro lugar en donde por contigüidad persiste la lógica del horror:

“Los Magos

decían que Pugliese se estaba volviendo loco porque una noche, volviendo con Acosta de un viaje a la Intendencia, contaron que mientras esperaban la oscuridad para entrar al tobogán sin delatar el sitio dónde lo habían disimulado, cuando estaban todavía enterrados en la sierra, habían sentido voces de mujeres. Que no eran malvineras, dijo Acosta, y que hablaban casi como argentinas, con acento francés. Él no las vio, las escuchó. Pero Pugliese dijo que él corrió a verlas (…) y se asomo entre las piedras y vio dos monjas, vestidas así nomás de monjas, en el frío”

Las islas son el lugar de los desaparecidos: allí están las monjas desaparecidas,

los soldados argentinos y los pichis, los disidentes

“Los heridos no se guardan”, axioma Pichiciego. No hay cómo curarlos. Herido es como muerto. Y el muerto contamina y pone en riesgo la vida de los sobrevivientes dentro de la cueva. Olga Ana llega herida al refugio. Y su llegada pone en tensión las reglas de la supervivencia. En la oscuridad de ese mundo subterráneo, en medio de disolución del amor como modo de vínculo esencialmente humano, se produce el encuentro entre Olga y Oscar. Encuentro como promesa posible de la restitución de los lazos de amor después de la Guerra. Amor, luminoso, ingenuo, tonto e infantil, de dos adolescentes perdidos en la oscuridad de la Guerra.

El nombre de pichiciegos se lo dan a sí mismos por semejanza con un animal que vive ocultándose en cuevas que él mismo

hace, un día que uno de ellos, un santiagueño, cuenta:

El Pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura-una caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba. ¡Es rico, más rico que la vizcacha!

El título de la novela hace referencia a unos pequeños animales que viven bajo tierra en cuevas. Esa es la opción que toman unos cuantos militares argentinos, crearse un gran búnker donde sobrevivir al margen de la guerra, alejados de los Harrier, las metralletas y las ovejas que surcan los aires al pisar las minas. Desde allí, y a modo de desertores, no tendrán ningún problema en negociar con los “enemigos” ingleses para conseguir los víveres

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