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Mito Cheyenne De La Creación


Enviado por   •  31 de Agosto de 2012  •  1.576 Palabras (7 Páginas)  •  686 Visitas

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EL MITO CHEYENNE DE LA CREACIÓN

Al principio no había nada. Absolutamente nada. Todo estaba vacío. Maheo, el Gran Espíritu, se sentía como desolado. Miró en su entorno pero, obviamente, no había nada que ver. Trató de oír, pero nada había que escuchar. Únicamente se encontraba él, Maheo, solo en la nada.

-Tengo que poner remedio a esta situación.

Gracias a su gran Poder, Maheo, no se consideraba aislado, porque él mismo era un universo. Mas, dado el hecho de que se movía a través de la nada y del tiempo sin fin, Maheo pensó que su Poder podía tener alguna aplicación productiva y concreta.

-¿Para qué sirve el Poder -se preguntó-, si no puede utilizarse para hacer el mundo y los distintos pueblos? Sí, tengo que poner remedio a esta situación.

Y llevó a la práctica sus intenciones.

Creando una amplísima extensión de agua, como un lago, pero salada. Comprendió el Gran Espíritu que partiendo del agua podría existir la vida. El lago mismo era vida.

-Deberían existir seres que viviesen en las aguas -dijo Maheo a su Poder. Y así fue.

Primero hizo los peces que nadaban en las oscuras aguas, luego las almejas y los caracoles y los ástacos, que vivían eh la arena y en el fondo del lago.

-Formemos ahora seres que puedan moverse sobre el agua -requirió de su Poder. Así ocurrió.

Fueron apareciendo los gansos, los ánades, los charranes, viviendo y nadando en los alrededores del lago. En la oscuridad, Maheo, podía escuchar el chapoteo de sus patas y el batir de sus alas.

-Quisiera ver todas las cosas que acaban de ser creadas -pensó Maheo.

Y una vez más los hechos se produjeron de acuerdo con sus más íntimos deseos. La luz comenzó a brotar y a esparcirse, primero blanca y clareando en el Este, posteriormente dorada e intensa cuando hubo llegado al centro del cielo, extendiéndose al final hasta el último punto del horizonte.

Merced a la claridad, pudo Maheo contemplar los pájaros, los peces y las conchas de los animales marinos apoyadas en el fondo del lago.

-¡Qué maravilla! -sintió el Gran Espíritu dentro de sí.

Entonces la gansa se dirigió chapoteando hacia donde suponía se encontraba Maheo, en la inmensidad del espacio, sobre el lago.

-No alcanzo a distinguirte pero sé que estás ahí -comentó-. No sé dónde estás ahora, pero sé que te encuentras en cualquier lugar: Óyeme, Maheo. El lago que has hecho, en el que moramos, es bueno. Pero comprende que los pájaros no somos peces, a veces nos fatigamos de tanto nadar y nos sentiríamos muy felices de poder reposar fuera del agua.

-Entonces, volad -repuso Maheo, agitando al unísono los brazos.

Todos los pájaros del agua aletearon agitadamente sobre la superficie acuática hasta que obtuvieron la suficiente velocidad como para remontar el vuelo. Eran tantos que oscurecieron el firmamento. El somorgujo fue el primero en regresar a la superficie del lago.

-Maheo -dijo, mirando en torno a sí, pues sabía que el Gran Espíritu se hallaba en todas partes-, tú nos has dado el cielo y la luz para que podamos volar y el agua para nadar. Pedirte algo más podría parecer una ingratitud, pero debemos hacerlo. Cuando estemos cansados de nadar y volar; nos agradaría tener un lugar firme y seco donde caminar para rehacernos del agotamiento. Por favor Maheo, concédenos un sitio en el que podamos construir nuestros nidos.

-Así será -respondió Maheo-, pero para tal hacer necesito de vuestra colaboración. Por mí mismo he hecho el agua, la luz, el aire del cielo y los seres del agua. Ahora, para seguir mi obra creadora, preciso ayuda, pues mi Poder sólo me permite hacer cuatro cosas.

-Explícanos en qué podemos serte útiles -hablaron los seres del agua-. Estamos dispuestos a prestarte nuestra máxima ayuda.

-Que los de tamaño superior y los más rápidos intenten encontrar tierra -dijo el Gran Espíritu, alargando los brazos y haciendo señas a la gansa.

-Estoy preparada.

Diciendo así, la gansa partió rauda y veloz, cruzando el agua hasta convertirse en un punto blanco que se elevaba en el aire. Luego regresó con la celeridad de una flecha, zambulléndose en las aguas. La gansa estuvo ausente durante un período bastante largo.

Maheo contó cuatro veces cuatrocientos antes de que ella surgiera de las aguas y quedase flotando, abierto el pico para recobrar el aliento.

-¿Nos has traído algo? -preguntó el Gran Espíritu.

La gansa suspiró desolada.

-No. No he podido traer nada.

Acto seguido lo intentaron el somorgujo y el ánade, pero tampoco su empresa se vio coronada por el éxito. Finalmente vino la pequeña focha, chapoteando sobre la superficie del lago, hundiendo la cabeza en ocasiones para atrapar algún pececito y agitando el agua a cada momento.

-Maheo -anunció la menuda focha tenuemente-,

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