Mitos y leyendas del estado merida
Enviado por Jrikardocl • 18 de Mayo de 2012 • Ensayo • 1.508 Palabras (7 Páginas) • 1.336 Visitas
Mitos y leyendas del estado merida
Murach■ era £gil y valeroso, m£s que todos los indios de la tribu; su brazo era ←l m£s fuerte, su flecha la m£s certera y su plumaje el m£s vistoso. Cuando les tocaba el caracol en lo alto del cerro, sus compaeros empuaban las armas y le segu■an, dando gritos salvajes, seguros de la victoria.
Murach■ era el primer caudillo de las Sierras Nevadas.
Tibisay, su amada, era esbelta como la flexible caa del ma■z. De color trigueo, ojos grandes y melanclicos y abundoso cabello. Eran para ella los mejores lienzos del Mirripuy, el oro m£s fino de Aricagua y el plu maje del ave m£s rara de la montaa.
Ella hab■a aprendido, mejor que sus compaeras, los cantos guerreros y las alabanzas del Ches. En los convites y danzas dejaba o■r su voz, ora dulce y cadenciosa, ora arrebatada y vehemente, exaltada por la pasin salvaje.
Todos la o■an en silencio; ni el viento mov■a las hojas.
Tibisay era la princesa de los indios de la sierra, el lirio m£s hermoso de las vegas del Mucujn.
Un d■a sali espantada de su choza y fue a presentarse a Murach■, el amado de su corazn. La comarca estaba en armas: los indios corr■an de una parte a otra, preparando las macanas y las flechas emponzoadas,
-ᄀHuye, huye, Tibisayl Nosotros vamos a combatir. Los terribles hijos de Zuh← han aparecido ya sobre aquellos animales espantosos, m£s ligeros que la flecha: Maana ser£ invadido nuestro suelo y arrasadas nuestras siembras. ᄀHuye, huye, Tibisay Nosotros vamos a combatir; pero antes ven, mi amada, y danza al son de los instrumentos, reanima nuestro valor con la melod■a de tus cantos y el recuerdo de nuestras hazaas.
La danza empez en un claro del bosque, triste y montona, como una fiesta de despedida, a la hora en que el sol, enrojecido hacia el ocaso, esparc■a por las verdes cumbres sus ltimos reflejos. Pronto brillaron las hogueras en el c■rculo del campamento y empezaron
a despertar, con las libaciones del fer mentado ma■z los corazones abatidos y los ■mpetus salvajes.
Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando ces de pronto el ruido y enmudecieron todos los labios.
Tibisay apareci en medio del circulo, hermosa a ᄀa luz fant£stica de las hogueras, recogida la manta sobre el brazo, con la mirada dulce y expresiva y el continente altivo.
Lanz tres gritos graves y prolongados, que acompa con su sonido el fotuto sagrado, y luego extasi a los indios con la magia de su voz,
-O■d el canto de los guerreros del Mucujn:
"Corre veloz el viento; corre veloz el
agua; corre veloz la piedra que cae de la
montaa.
" Corred guerreros; volad en contra del
enemigo; corred veloces corno el viento,
como el agua, como la piedra que cae de
la montaa.
" Fuerte es el £rbol que resiste al vien-
to; fuerte es la roca que resiste al rio, fuerte
es la nieve de nuestros p£ramos que re-
siste al sol.
"Pelead guerreros; pelead, valientes;
mostraos fuertes, como los £rboles, corno
las rocas, como las nieves de la montaa,
"Este es el canto de los guerreros del
Mucujn".
Un grito un£nime de b←lico entusiasmo respondi a los bellos cantos de Tibisay.
Concluida ᄀa danza, Murach■ acompa a Tibisay por entre la arboleda sombr■a. No hab■a ya m£s luminarias que las estrellas t■t■lantes en el cielo y las irradiaciones intermitentes del lejano Catatumbo,
Ambos caminaban en silencio, con el dolor de la despedida en la mitad del alma y temeroso de pronunciar la postrera palabra ᄀAdis!.
Hay un punto en que los r■os Milla y Albarregas corren muy juntos casi en su origen. Los cerros ofrecen all■ dos aberturas, a corta distancia una de otra, por donde los dos r■os se precipitan, siguiendo caadas distintas, para juntarse de nuevo y confundirse en urjo solo, frente a los pintorescos campos de Liria; besando ya las plantas de la ciudad florida, la histrica M←rida. En aquel punto soli-
tario, encubierto por los estribos de la serran■a que casi lo rodean en anfiteatro, Murach■ ten■a su choza y su labranza.
- Tibisay --dijo a su amada el guerrero altivo- nuestras bodas ser£n mi premio si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye, Tibisay, ocltate en el monte, que no fije en ti sus miradas el extranjero, porque ser■as su esclava.
El viento fr■o de la madrugada llev muy lejos a los o■dos de Murach■ los tristes lamentos de la infortunada india, a quien dejaba en aquel apartado sitio, duea ya de su choza y su labranza.
Cuando la primera luz del alba colore el horizonte por encima de los diamantinos picachos de la Sierra Nevada reson grave y montono el caracol salvaje por el fondo de los barrancos que sirven de fosos profundos a la altiplanicie de M←rida. Los indios, organizados en escuadrones, estaban apercibidos para el combate.
Pronto
...