Parte De La Historia De Vida De Nelson Mandela
Enviado por FERYECITA • 18 de Septiembre de 2012 • 4.530 Palabras (19 Páginas) • 970 Visitas
NELSON MANDELA El largo camino hacia la Libertad
Santillana Ediciones Generales S.L. Suma de Letras, España, 004. EXTRACTOS.
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PARTE PRIMERA – UNA INFANCIA EN EL CAMPO
Mi padre, Gadla Henry Mphakanyiswa, era un jefe, tanto por derecho de sangre como por tradición .Fue confirmado como jefe de Mvezo por el rey de la tribu thembu pero, bajo el dominio británico, su elección debía ser ratificada por el gobierno, que en Mvezo estaba representado por un comisario residente local. Como jefe designado por el gobierno, tenía derecho a un estipendio y a una parte de los ingresos que los ingleses obtenían de la comunidad por vacunar el ganado y a cambio de los pastos comunales. Aunque el papel de jefe era venerable y digno de estima, se había visto degradado –hacía ya setenta y cinco años- por el control de un gobierno blanco escasamente comprensivo para con los africanos.. (Pág.18).
Los xhosas son un pueblo orgulloso, patrilineal, con un lenguaje expresivo y eufónico y una gran fe en la importancia de las leyes, la educación y la cortesía. La sociedad xhosa era un orden social equilibrado y armonioso, en el que cada individuo conocía su lugar. Cada xhosa pertenece a un clan que se remonta a través de sus ascendientes hasta un antecesor específico. Yo soy miembro del clan Madiba, que lleva el nombre de un jefe thembu que gobernó en el Transkei en el siglo XVIII. A menudo se dirigen a mí llamándome Madiba, el nombre de mi clan, como muestra de respeto. (Pág. 19).
Cuando era poco más que un niño recién nacido, mi padre se vio envuelto en una disputa que le privó de la jefatura de Mvenzo y reveló una veta de su carácter que creo transmitió a su hijo. Siempre he pensado que es la crianza, más que la naturaleza, la que constituye el principal molde de la personalidad, pero mi padre poseía una orgullos rebeldía, un tenaz sentido de la justicia, que reconozco en mí mismo….(….) Un día, uno de los súbditos de mi padre presentó una queja contra é respecto a un buey que se había perdido. El comisario ordenó a mi padre que se presentase ante él. Cuando mi padre recibió la citación, envió la siguiente respuesta: “Andizi, ndisakula” (No iré, aún estoy aprestándome para la batalla), Uno no desafiaba a los comisarios impunemente en aquellos días. Tal comportamiento era considerado el colmo de la insolencia, como ocurrió en este caso. (Pág.23).
Mi padre presidía tres cabañas de Qunu que, por lo que recuerdo, estaban siempre atestadas de niños recién nacidos e hijos de mis parientes. De hecho, prácticamente no recuerdo haber estado a solas en ninguna ocasión cuando era pequeño. En la cultura africana, los hijos y las hijas de los tíos o las tías de uno son considerados hermanos y hermanas, no primos. No hacemos las mismas distinciones entre los parientes que hacen los blancos. No tenemos medios hermanos ni medias hermanas. La hermana de mi madre es mi madre; el hijo de mi tío es mi hermano: el hijo de mi hermano es mi hijo o mi hija.(Pág.26).
Un día recibí una lección a manos de un asno rebelde. Habíamos ido subiendo en él por turnos. Cuando me tocó la vez, salté sobre su grupa y el asno dio un brinco, metiéndose en un espino cercano. Bajó la cabeza intentando derribarme, cosa que consiguió, pero no antes de que las espinas me arañaran la cara, poniéndome en vergüenza ante mis amigos. Al igual que los orientales, los africanos tienen un sentido de la dignidad, de lo que los chinos llaman “salvar la cara”, muy desarrollado. Había perdido dignidad ante mis amigos. Aunque había sido derribado por un burro, aprendí que humillar a otra persona es hacerle sufrir un destino innecesariamente cruel. Incluso siendo un niño, intentaba derrotar a mis oponentes sin deshonrarles. (Pág.28.)
…Recuerdo una historia que me contó mi madre acerca de un viajero que había sido abordado por una mujer muy vieja con terribles cataratas en los ojos. La mujer pedía ayuda al viajero y el hombre apartaba la vista. Entonces aparecía otro hombre, y la anciana se volvía hacia é pidiéndole que le limpiara los ojos. Aunque la tarea le resultaba desagradable, el hombre accedía a su petición. Milagrosamente, al caer las escamas de sus ojos, la anciana se transformaba en una bella joven. El hombre se casaba con ella y obtenía riquezas y prosperidad. Es un cuento sencillo, pero su mensaje no ha perdido actualidad: la virtud y la generosidad son recompensadas de un modo inescrutable. (Págs.29 y 30).
El primer día de colegio, la señorita Mdingane, la profesora, nos puso a cada uno un nombre en inglés, y nos dijo que a partir de ese momento responderíamos a él en la escuela. Era una costumbre habitual entre los africanos en aquellos tiempos, y sin duda se debía a la influencia británica.. Recibí una educación británica en la que las ideas, la cultura y las instituciones británicas eran consideradas superiores por sistema. No existía nada que pudiera llamarse cultura africana. (…) Los africanos de mi generación –e incluso los de nuestros días- tienen por lo general tanto un nombre inglés como uno africano. Los blancos eran incapaces de pronunciar de pronunciar los nombres africanos –o se negaban a hacerlo-, y consideraban poco civilizado tener uno. Aquel día, la señorita Mdigane me dijo que mi nuevo nombre sería Nelson. No tengo ni la más remota idea de por qué eligió para mí ese nombre en particular. Tal vez tuviese algo que ver con el gran almirante británico lord Nelson, aunque esto o es más que una especulación.
Yo aún no sabía que la auténtica historia de nuestro país no era la que se contaba en los libros de texto británico all uso, que afirmaban que Sudáfrica inició su andadura en 1652 con la llegada de Jan van Riebeek al cabo de Buena Esperanza. Gracias al jefe Joyi empecé a descubrir que la historia de los pueblos que hablaban bantú había comenzado muy lejos , al Norte, , en n}una tierra de lagos, verdes llanuras y valles, y que lentamente, a lo largo de milenios, nos habíamos abierto camino hasta el extremo mismo de este gran continente. No obstante, descubrí más adelante que la versión de la historia africana del jefe Joyi, en especial a partir de 1652. No era siempre muy exacta. (Pág.50).
El principal orador del día fue el jefe Meligqili, hijo de Dalindyebo. Tras escucharle, el brillante colorido de mis sueños se enturbió de repente. Empezó su intervención de forma convencional, comentando lo magnífico que era preservar una tradición que se remontaba hasta más allá de lo que nadie podía recordar. Entonces se volvió hacia nosotros y su tono cambió súbitamente: “He aquí a nuestros hijos”, dijo.
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