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Poder Como Elemento Del Estado


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2013  •  2.897 Palabras (12 Páginas)  •  648 Visitas

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TEMA 8

EL PODER COMO ELEMENTO DEL ESTADO

El estudio del poder

Podemos entender el poder como la capacidad de imponer obediencia. Esta obediencia se consigue a favor de unas circunstancias de orden material o ideológico. Cuando priman las circunstancias ideológicas y el hilo conductor de las mismas, el consentimiento, hablamos de “autoridad”. En cambio, cuando la ventaja es para las circunstancias materiales hablamos de “poderío”. Hay que tener en cuenta que la fuerza desnuda, por potente que resulte, nunca acaba de ser suficiente para alcanzar el objetivo último del poder, la obediencia de un modo duradero e institucionalizado. Sin embargo, es necesario el mantenimiento de unos mínimos de coacción material si se quiere asegurar la vigencia real de un poder capaz de dar cumplimiento a los fines que le han sido encomendados.

Los elementos materiales

El más visible de los elementos es, sin duda, la coacción física. Un conjunto de instrumentos administrativos del Estado (policía, judicatura, prisiones, ejército) nos recuerdan en todo momento la posibilidad del recurso a esta coacción. Quizás lo más significativo es que su eficacia no está ligada al despliegue de su fuerza, sino que basta su existencia, su potencial utilización, para que la gran mayoría de las personas deduzca lo conveniente de la obediencia.

La coacción física no es el único material del poder. Los recursos económicos, la administración de los bienes y servicios, es un elemento de presión no menos eficaz cara al logro de los objetivos de ese poder: no solamente las recompensas o castigos económicos, sino también la pérdida de prestigio, de “honor social”.

En última instancia, y dentro de estos elementos materiales del poder, el obligada la referencia a las diversas técnicas publicitarias. Se trata de saltar por encima del juicio crítico del receptor, del filtro de su inteligencia, para llegar al subconsciente del individuo. Es evidente que el recurso a la publicidad es un mal generalizado en la vida política de Occidente. Un mal, porque sustituye el lugar de la discusión y el debate por la importancia de la sonrisa y el lema capaz de jubilar todo un programa. Sus marcados efectos negativos quedan paliados por el torrente de publicidad a que están expuestos los ciudadanos de este mundo occidental, torrente limitador en sí mismo de la eficacia de los mensajes, y por las leyes de la competencia que, del mismo modo que en la vida comercial, juegan en el mercado político.

La cuestión es distinta cuando la publicidad se desarrolla en el marco de un sistema político totalitario.

Elementos ideológicos

La evidente superioridad de una obediencia basada en el consentimiento hace que el poder ponga siempre en juego diversas justificaciones ideológicas cara a su afirmación. Max Weber trató de definir unos tipos ideales de legitimidad, como son la tradicional, la carismática y racional. Aunque nos parezca lejana, la legitimidad teocrática tuvo una enorme importancia en el pasado. Quienes ejercían el poder tenían títulos para exigir la obediencia en virtud de su conexión con la divinidad.

La legitimidad tradicional descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las tradiciones y en la legitimidad de lo señalado por esa tradición para ejercer la autoridad. Estamos ante un tipo de legitimidad bien ajustado a sociedades agrarias atrasadas, donde la mayoría de las grandes cuestiones son resueltas por la guía de las tradiciones. La legitimación carismática y su componente caudillista descansa en la entrega extraordinaria a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona. Se trata en todo caso de una legitimación a plazo, puesto que el tiempo someterá a ese carisma a un proceso de rutinización que terminará obligando a la transformación de este tipo de legitimación en otra de carácter tradicional o teocrático. Por último, la legitimación racional es la creencia en la legalidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad.

Junto a estos grandes tipos de legitimación del poder habría que señalar la significación de otros muchos factores. La llamada en provecho de la fidelidad al grupo siempre ha sido un expediente eficaz en la justificación del poder. Por ejemplo, decir que un comportamiento es anti-vasco o anti-español tiene mucha más fuerza que decir simplemente que no se ajusta a la legalidad.

Es evidente también que la capacidad para dar solución a los problemas del grupo es un elemento de gran significado legitimador. Podría afirmarse que no solamente la eficacia, sino la misma existencia de un poder que tiende a perpetuarse en el tiempo consigue por sí misma esos efectos. La gran tragedia de un poder legítimo por su origen desplazado por otro poder basado en la fuerza es constatar cómo el paso del tiempo va vaciando su legitimidad a favor del poder intruso. Éste fue el caso del gobierno republicano en el exilio a partir de 1939.

Conectada con lo anterior estaría la significación de la dimensión histórica del poder. La sucesión ininterrumpida de los gobernantes crea en el ciudadano una actitud favorable a la obediencia a quienes lo ejercen, haciendo abstracción de sus títulos para ello. A que esto sea posible contribuye la concentración del poder en un ente despersonalizado como es el Estado y el ejercicio del mismo a través del derecho. Para terminar, debe subrayarse el significado actual de una legitimidad democrática, subsumible dentro de la legitimidad racional de Weber. La insistencia con que regímenes dictatoriales de todas las orientaciones se aferran a la utilización de formas democráticas, aunque sean falsas, es una manifestación sumamente gráfica de la manifiesta superioridad de este tipo de legitimación.

También se ha analizado las razones que llevan al ciudadano a la obediencia no inducida, surgida espontáneamente de la conciencia de los individuos. En este sentido, las teorías del contrato social han rivalizado con las teorías del consentimiento, de la voluntad general y las teorías del interés general o bien común.

De todas estas teorías parece la más conveniente la que hace de la obligación política una derivación de la obligación más general de buscar la justicia y procurar el bien común. Si aceptamos que el poder político es un instrumento necesario en la búsqueda de la justicia y en la procura de ese bien común, resulta obligada nuestra obediencia al poder. Aunque sus decisiones sean contrarias a nuestros deseos, será suficiente saber que han sido tomadas mediante un procedimiento democrático para que nos induzcan a la obediencia.

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