Por Un Pais Al Alcanse De Los iños
Enviado por ennica • 19 de Septiembre de 2014 • 2.567 Palabras (11 Páginas) • 258 Visitas
COLOMBIA: AL FILO DE LA OPORTUNIDAD
Informe Conjunto
MISIÓN CIENCIA EDUCACIÓN Y DESARROLLO
La Proclama - POR UN PAÍS AL ALCANCE DE LOS NIÑOS
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Los primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto
de los pájaros, se marcaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años
una especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para comer.
Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad
condicional, que no tenían más razones para quedarse. Menos razones tendrían
muy pronto los nativos para querer que se quedaran.
Cristóbal Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el
emperador de China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que
cambió el rumbo de la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el vuelo de
las primeras aves en la oscuridad del océano, había percibido en el viento una
fragancia de flores de la tierra que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su
diario de a bordo escribió que los nativos los recibieron en la playa como sus
madres los parieron, que eran hermosos y de buena índole, y tan cándidos de
natura, que cambiaban cuanto tenían por collares de colores y sonajas de latón.
Pero su corazón perdió los estribos cuando descubrió que sus narigueras eran de
oro, al igual que las pulseras, los collares, los aretes y las tobilleras; que tenían
campanas de oro para jugar, y que algunos ocultaban sus vergüenzas con una
cápsula de oro. Fue aquel esplendor ornamental, y no sus valores humanos, lo
que condenó a los nativos a ser protagonistas del nuevo Génesis que empezaba
aquel día. Muchos de ellos murieron sin saber de dónde habían venido los
invasores. Muchos de éstos murieron sin saber dónde estaban. Cinco siglos
después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos:
Era un mundo más descubierto de lo que se creyó entonces. Los incas, con diez
millones de habitantes, tenían un estado legendario bien constituido, con ciudades
monumentales en las cumbres andinas para tocar al dios solar. Tenían sistemas
magistrales de cuenta y razón, y archivos y memorias de uso popular, que
sorprendieron a los matemáticos de Europa, y un culto laborioso de las artes
públicas, cuya obra magna fue el jardín del palacio imperial, con árboles y
animales de oro y plata en tamaño natural. Los aztecas y los mayas habían
plasmado su conciencia histórica en pirámides sagradas entre volcanes
acezantes, y tenían emperadores clarividentes, astrónomos insignes y artesanos
sabios que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la utilizaban en los
juguetes de los niños.
En la esquina de los dos grandes océanos se extendían cuarenta mil leguas
cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su
nombre: Colombia. Lo habitaban desde hacía unos doce mil años varias
comunidades dispersas de lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus
Identidades propias bien definidas. No tenían una noción de Estado, ni unidad
política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de vivir como
Iguales en las diferencias. Tenían sistemas antiguos de ciencia y educación, y una
rica cosmología vinculada a sus obras de orfebres geniales y alfareros inspirados.
Su madurez creativa se había propuesto incorporar el arte a la vida cotidiana -que
tal vez sea el destino superior de las artes-, y lo consiguieron con aciertos
memorables, tanto en los utensilios domésticos como en el modo de ser. El oro y
las piedras preciosas no tenían para ellos un valor de cambio sino un poder
cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los ojos de Occidente:
oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los alquimistas y empedrar
los caminos del cielo con doblones de a cuatro. Esa fue la razón y la fuerza de la
Conquista y la Colonia, y el origen real de lo que somos.
Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado
colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su
división política de doce provincias eran semejantes a los de hoy. Esto dio por
primera vez la noción de un país centralista y burocratizado, y creó la Ilusión de
una unidad nacional en el sopor de la Colonia. Ilusión pura, en una sociedad que
era un modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el
manto del Santo Oficio. Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los
españoles estaban reducidos a no más de un millón por la crueldad de los
conquistadores y las enfermedades desconocidas que trajeron consigo. Pero el
mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible. Los miles de esclavos
africanos, traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas,
habían aportado una tercera dignidad al caldo criollo, con nuevos rituales de
imaginación y nostalgia, y otros dioses remotos. Pero las leyes de Indias habían
impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca
dentro de cada raza: mestizos de distinciones varias, negros esclavos, negros
libertos, mulatos de distintas escalas. Llegaron a distinguirse hasta dieciocho
grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus propios
hijos como blancos criollos.
Los mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y gobierno y
otros oficios públicos, o para ingresar en colegios y seminarios. Los negros
carecían de todo, inclusive de un alma, no tenían derecho a entrar en el cielo ni en
el infierno, y su sangre se consideraba impura hasta que fuera decantada por
cuatro generaciones de blancos. Semejantes leyes no pudieron aplicarse con
demasiado rigor por la dificultad de distinguir las intrincadas fronteras de las razas,
y por la misma dinámica social del mestizaje, pero de todos modos aumentaron
las tensiones y la violencia raciales. Hasta hace pocos años no se aceptaban
todavía en los colegios de Colombia a los hijos de uniones libres. Los negros,
Iguales en la ley, padecen todavía de muchas discriminaciones, además de las
propias de la pobreza.
La generación de la Independencia perdió la primera oportunidad
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