Porfirio Díaz

En noviembre de 1908 Porfirio Díaz iba por sus primeros 32 años en la Presidencia de la República, desde que en 1876 la asumiera por primera ocasión -irónicamente- enarbolando la bandera de la no reelección. Sustituyó a Sebastián Lerdo de Tejada, mismo que como secretario de Relaciones Exteriores en el gabinete de Benito Juárez, asumiera el cargo a la muerte de aquél, en julio de 1872.

Después de 4 años del gobierno de trámite (1880-1884) de su compadre Manuel “El Manco” González, volvió a asumir el poder a finales de 1884 y no lo dejó hasta su renuncia en mayo de 1911: 35 años de ejercicio del poder, un verdadero récord político que quedó para la historia de México.

No así en el mundo, porque después lo superaron otros: Kim il Sung en Corea del Norte (48 años), Fidel Castro en Cuba (48 años) y Francisco Franco en España (36 años).

Otros casos dignos de mención en la modernidad de la posguerra: Alfredo Stroessner en Paraguay (35), Anastacio Somoza en Nicaragua (16), Rafael Leónidas Trujillo en Dominicana (18 como presidente y 30 detrás del trono), Augusto Pinochet en Chile (17), Joaquín Balaguer en Dominicana (24) y Nicolae Ceausescu en Rumania (24).

Porfirio Díaz asumió el poder por primera ocasión cuando tenía 46 años y renunció cuando rondaba los 82. En los hechos, gobernó de 1876 a 1911, con siete reelecciones. Al dejar la Presidencia se embarcó en Veracruz en el Ipiranga para no regresar ya más a México y morir en París, Francia (1915); nostálgico en todo momento de su pueblo “La Noria” en el estado de Oaxaca.

Dos años antes de 1908 habían estallado las huelgas de Cananea y Río Blanco. Las presiones de los inversionistas extranjeros por la avanzada edad del dictador aumentaron, porque requerían de alguien que garantizara continuidad y protección a sus inversiones ante el riesgo de muerte del presidente, fue así como el sonorense y secretario de gobernación, Ramón Corral Verdugo, a los 50 años se hizo cargo de la vicepresidencia en 1904. Corral se separaría del cargo por enfermedad en 1911 y moriría después de cáncer en la garganta en París, tres años antes que Díaz en 1912.

Madero ya tenía en 1908 el borrador del libro que sacudió la conciencia política de la nación: “La sucesión presidencial”, donde planteaba la necesidad de renovar el Poder Ejecutivo, alentar la democracia y ponerle un freno a la continua reelección de Díaz. No en balde su lema de lucha fue: “Sufragio efectivo, no reelección”. El libro empezó a circular junto con su autor por todo el país en 1909, despertando conciencias y organizando a la gente hasta desembocar en una elección fraudulenta que ganó la fórmula Díaz-Corral con 18,625 votos contra ¡196! de la fórmula Madero-Pino Suárez. Lo que vino después desató el conflicto y acabó con la paz porfiriana. Se soltó el tigre-diría Díaz-; en una larga turbulencia que duraría 10 años.

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