Primero El Amor
Enviado por lynsie0211 • 8 de Septiembre de 2013 • Ensayo • 3.020 Palabras (13 Páginas) • 234 Visitas
George fue hasta la ventana y vio cómo Mami se acercaba a toda prisa al viejo
Dogde del 69, que gastaba demasiada gasolina y demasiado aceite, mientras
hurgaba en el bolso en busca de las llaves.
Ahora, ya fuera de la casa y sin saber que George la observaba, la sonrisa
distraída se esfumó y sólo quedó una mujer distraída... distraída y preocupada
por Buddy. George estaba preocupado por ella. En cambio, Buddy no le inspiraba
exactamente lo mismo. Buddy, que se divertía siempre tirándolo al suelo y
sentándose encima, aplastándole los hombros con las rodillas, mientras le
golpeaba con una cuchara en la frente hasta volverlo loco. Buddy llamaba a
aquel estúpido juego la Cuchara de la Tortura del Bárbaro Chino y se reía como
un endemoniado hasta hacer llorar a George. Buddy, que otras veces se divertía
aplicándole la Quemadura de la Cuerda India tan fuerte que el brazo de George
se llenaba de minúsculas gotitas de sangre en los poros, como el rocío en la
hierba al amanecer. Buddy, que una noche había escuchado con tanto interés que
a George le gustaba Heather MacArdle, y al que en la mañana siguiente le faltó
tiempo para correr por todo el patio de la escuela a la hora del recreo,
gritando: ¡HEATHER Y GEORGE ESTÁN EN LA COLA, DÁNDOSE BESOS TODA LA NOCHE,
PRIMERO EL AMOR, LUEGO LA BODA Y AL FINAL UN NIÑO EN UN CARRICOCHE!, como una
locomotora a toda marcha. Sabía que una pierna rota no duraba toda la vida,
pero también que Buddy le dejaría en paz al menos, mientras aquello durase. A
ver si ahora me vas a dar con la Cuchara de la Tortura del Bárbaro Chino con
la pierna enyesada, Buddy. Claro que sí, chaval, te voy a dar con ella
CADA DÍA.
El Dodge retrocedió hasta la carretera, mientras su madre miraba a ambos
lados, aunque no había tráfico, porque nunca pasaba nadie por allí. Tenía que
recorrer dos kilómetros entre cercas y hondonadas hasta encontrar la carretera
principal y, después, diecinueve kilómetros hasta Lewiston.
El coche arrancó y se alejó por el camino, levantando una nube de polvo en el
aire brillante de la tarde de octubre.
Se quedó solo en la casa.
Con Abuela.
Tragó saliva.
— ¡Ja! ¡Transpiración negativa! Tienes que tomártelo con filosofía, ¿verdad?
— Verdad — dijo George en voz baja, y cruzó la cocina, bañada por el sol. Era
un chico bien parecido, pelirrojo, con pecas y un reflejo de buen humor en los
ojos de un gris oscuro.
Buddy había sufrido el accidente mientras jugaba con su equipo en los
campeonatos del 5 de octubre. El equipo de George, los Tigres, de la Liga Pee
Wee, había perdido el primer día, hacía dos semanas («¡Vaya puñado de
tontos!», había exclamado Buddy, exultante, cuando George salió casi
sollozando del campo. «¡Vaya puñado de MARIQUITAS!»)... y ahora Buddy se había
roto la pierna. Si no fuera porque su madre estaba tan preocupada y tan
asustada, se hubiera alegrado.
Había un teléfono en la pared y, junto a él, un tablero para tomar notas y un
lápiz borrable. En el ángulo superior del tablero se veía una Abuela
campesina, dicharachera y alegre, con las mejillas sonrosadas, el pelo blanco
recogido en un moño, y apuntando el centro del tablero con el índice. De su
boca salía una nube, como las de las tiras cómicas, en la que se leía:
«¡RECUERDA, HIJO!». Era un dibujo muy divertido. En el tablero, con la penosa
caligrafía de su madre, Dr. Arlinder, 681 - 4330. No es que Mami hubiera
apuntado el número precisamente hoy por lo de Buddy. Llevaba allí más de tres
semanas, desde el comienzo de los ataques de Abuela.
George descolgó el teléfono.
«... así que le dije, dije, Mabel, si te trata de esa manera... »
Volvió a colgar el teléfono. Era Henrietta Dodd. Henrietta se pasaba la vida
al teléfono y, si era por la tarde, siempre tenía puesta la televisión como
fondo. Una noche en que Mami estaba tomando un vaso de vino con Abuela (desde
la reaparición de los ataques, el doctor Arlinder ordenó que no tomara vino en
la cena... así que Mami dejó de beber también, cosa que George sentía, porque
cuando Mami bebía se reía mucho y les contaba historias de cuando era joven),
Mami dijo que cada vez que Henrietta abría la boca, sacaba hasta las tripas.
Buddy y George se rieron como salvajes y Mami se tapó la boca y dijo: «No le
digáis NUNCA a nadie lo que acabo de decir» y se echó a reír también. Acabaron
los tres riéndose a carcajadas en la mesa y el escándalo fue tal que Abuela se
despertó y empezó a gritar: «¡Ruth! ¡Ruth! ¡RUUUUUUTH!» con aquella voz quejumbrosa y aguda, y Mami dejó de reír y fue a ver qué quería inmediatamente.
Por él, Henrietta Dodd podía hablar todo el día y toda la noche. Lo único que le importaba era saber que el teléfono funcionaba, porque hacía dos semanas había habido un vendaval y desde entonces, el teléfono iba y venía como le daba la gana.
Se sorprendió a sí mismo contemplando el dibujo de la Abuela del tablero y preguntándose cómo sería tener una Abuela como aquélla. Su Abuela era enorme, gorda y ciega. Además, la hipertensión había acentuado su senilidad. A veces, cuando tenía uno de sus ataques, sacaba el Tártaro, como decía su madre. Llamaba a gente que nadie conocía, mantenía extrañas conversaciones que no tenían ningún sentido y farfullaba extrañas palabras que no significaban nada. Una de esas veces, Mami se puso blanca como la nieve y le dijo que se callara, que se callara, ¡QUE SE CALLARA! George se acordaba muy bien, no sólo porque era la primera vez que veía a Mami gritarle a la Abuela, sino porque al día siguiente se enteraron de que habían saqueado el cementerio de los Abedules de Maple Sugar, volcando varias lápidas, arrancando de cuajo las puertas de hierro del siglo diecinueve y abriendo una o dos tumbas. Profanado era la palabra que usó el señor Burdon, el director, cuando llamó a asamblea a todos los cursos y les dio una conferencia sobre Conducta Perniciosa y sobre cómo algunas cosas Merecían Castigo. Aquella noche, al volver a casa, George le preguntó a Buddy qué quería decir profanado y Buddy dijo que significaba abrir tumbas y mearse en los ataúdes, pero George no se lo creyó... hasta que se hizo de noche. Y vino la oscuridad.
Abuela hacía mucho ruido cuando tenía uno de sus ataques, pero la mayoría de las veces seguía en la cama en la que estaba
...