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RESUMEN LIBRO III y IV DE HERODOTO


Enviado por   •  22 de Febrero de 2018  •  Apuntes  •  5.456 Palabras (22 Páginas)  •  758 Visitas

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LIBRO III. TALÍA.

Este egipcio, enojado contra Amasis, no cesaba de exhortar a Cambises a que pidiera una hija al rey de Egipto con la intención doble y maligna de dar a éste que sentir si la concedía, o de enemistarle cruelmente con Cambises si la negaba. Vivía entonces en Egipto una princesa llamada Nietetis, de gentil talle y de belleza y donaire singular, hija del último rey Apríes, que había quedado sola y huérfana en su palacio. Ataviada de galas, y adornada con joyas de oro, y haciéndola pasar por hija suya, envióla Amasis a Persia por mujer de Cambises, el cual, saludándola algún tiempo después con el nombre de hija de Amasis, la joven princesa le respondió: —«Señor, vos sin duda, burlado por Amasis, ignoráis quién sea yo. Con esta confesión de Nictetis y esta ocasión de disgusto, Cambises, hijo de Ciro, vino muy irritado sobre el Egipto. Así es como lo refieren los persas; aunque los egipcios, con la ambición de apropiarse a Cambises, dicen que fue hijo de la princesa Nictetis, hija de su rey Apríes, a quien antes la pidió Ciro, según ellos, negando la embajada de Cambises a Amasis en demanda de una hija. Pero yerran en esto, pues primeramente no pueden olvidar que en Persia, cuyas leyes y costumbres no hay quien las sepa quizá mejor que los egipcios, no puede suceder a la corona un hijo natural existiendo otro legítimo; y en segundo lugar, siendo sin duda Cambises hijo de Casandana y nieto de Farnaspes, uno de los Aquemenidas, no podía ser hijo de una egipcia. —«Sí, señora mía, respondióle entonces Casandana, la esposa de Ciro, sí, estos son mis hijos; mas poco, sin embargo, cuenta Ciro con la madre que tan agraciados príncipes le dio: no soy yo su querida esposa, lo es la extranjera que hizo venir del Egipto.» Enojado y resentido contra Amasis, ignoro por qué motivo, escapóse del Egipto en una nave con ánimo de pasarse a los persas y de verse con Cambises. Una hija que Psaménito tenía, mandóla luego vestir de esclava enviándola con su cántaro por agua; y en compañía de ella, por mayor escarnio, otras doncellas escogidas entre las hijas de los señores principales vestidas con el mismo traje que la hija del rey. Se ve, pues, que lo que obró Cambises con Amasis era contra el uso de entrambas naciones. Llegados a esta nación los Ictiófagos de Cambises al presentar los regalos al soberano le arengaron en esta forma: «Cambises, rey de los persas, deseoso de ser en adelante vuestro buen huésped y amigo, nos mandó venir para que en su nombre os saludemos, y al mismo tiempo os presentemos de su parte los dones que aquí veis, que son aquellos géneros de que con particular gusto suele usar el mismo soberano para el regalo de su real persona.» Respondiéronle a lo primero que el sustento común era el pan, explicándole juntamente qué cosa era el trigo de que se hacía; y a lo segundo, que el término más largo de la vida de un persa era de ordinario 80 años. Retirado a Persia el príncipe Esmerdis, tuyo Cambises entre sueños una visión en que le parecía ver un mensajero venido de la Persia con la nueva de que Esmerdis, sentado sobre un regio trono, tocaba al cielo con la cabeza. Casóse entonces Cambises con su hermana, de quien se había dejado prendar, y sin que pasara mucho tiempo, tomó también por esposa a otra hermana, que era la más joven de las dos, a quien quitó la vida habiéndola llevado consigo en la jornada de Egipto.

Esta vehemente réplica, según los griegos, fue el motivo por qué Cambises la hizo morir. Además de sus deudos, enfurecióse también contra los demás persas el insano Cambises, según harto lo manifiesta lo que, como dicen, sucedió con Prejaspes, su íntimo privado, introductor de los recados, mayordomo de sala, cuyo hijo era su copero mayor, empleo de no poca estima en palacio. Hablóle, pues, Cambises en esta forma: —«Dime, Prejaspes: ¿qué concepto tienen formado de mí los persas? ¿con qué ojos me miran? ¿qué dicen de mí? —Grandes son, señor, respondió Prejaspes, los elogios que de vos hacen los persas; solo una cosa no alaban, diciendo que gustáis algo del vino.» Con estas palabras aludía Cambises a otro caso antes acaecido: hallándose una vez con sus ministros y consejeros, y estando también Creso en la asamblea de los persas, preguntóles el rey cómo pensaban de su persona y si le miraban los vasallos por igual a su padre Ciro. Creso, presente a la junta y poco satisfecho de la respuesta que oía de boca de los persas, vuelto hacia Cambises le dijo: —«Pues a mí no me parecéis, hijo del gran Ciro, ni igual ni semejante a vuestro padre, cuando todavía no nos habéis sabido dar un hijo tal y tan grande como Ciro nos lo supo dejar en vos.» Su mira era cauta y doble, o bien para volver a presentar a Creso vivo y salvo, en caso de que Cambises arrepentido lo echara menos, esperanzados de ganar entonces albricias por haberle salvado, o bien de darle muerte después, caso de que el rey, sin mostrar pesar por su hecho, no deseara que Creso viviese. Estos dioses, por si acaso alguno jamás los vio, voy a dibujarlos aquí en un rasgo sólo, con decir que son unos muñecos u hombres pigmeos. Estas estatuas vienen a ser como la de Vulcano, de quien se dice son hijos los Cabiros.

Pero dejando reposar un poco al furioso Cambises, al mismo tiempo que hacía su expedición contra el Egipto, emprendían otra los lacedemonios hacia Samos contra Polícrates, hijo de Eaces, que en aquella isla se había levantado. El origen de esta guerra fue el siguiente: noticioso Polícrates de la armada que contra el Egipto iba juntando Cambises, hijo de Ciro, pidióle por favor, enviándole a este fin un mensajero, que tuviera a bien despachar a Samos una embajada que lo convidase a concurrir también con sus tropas a la jornada. Recibido este aviso, Cambises destinó gustoso un enviado a Samos pidiendo a Polícrates quisiera juntar sus naves con la armada real que se aprestaba contra el Egipto. Periandro, hijo de Cipselo, enviaba a Sardes al rey Aliates 300 niños tomados de las primeras familias de Corcira, con el destino de ser reducidos a la condición de eunucos. Echado su hijo menor, procuró Periandro saber del mayor lo que les había dicho y prevenido su abuelo materno. Despedido segunda vez de su albergue, fuese a guarecer a casa de unos amigos y compañeros suyos, quienes no sin mucho miedo y recelo, al cabo por ser hijo de Periandro, resolvieron darle acogida.

Pero será ya tiempo que volvamos a Cambises, hijo de Ciro, contra quien, mientras holgaba despacio en Egipto haciendo alentados y locuras, se levantaron con el mando del imperio dos hermanos magos, a uno de los cuales, llamado Patizites, había dejado el rey en su ausencia por mayordomo o gobernador de su palacio. Tenía otro hermano mago con quien se unió para urdir la traición y levantamiento, y brindábale para la empresa el ver que su hermano era del todo parecido, no sólo en el semblante, sino aun en el mismo nombre, al hijo de Ciro, Esmerdis, muerto secretamente por orden de su hermano Cambises. Dinos, pues: ¿fue acaso el mismo Esmerdis quien te dio esas órdenes cara a cara, o fue alguno de sus criados? —En verdad, señor, respondióle el correo, que después de la partida del rey Cambises para Egipto nunca más he visto por mis ojos al príncipe Esmerdis, hijo Ciro. El que me dio la orden fue aquel mago a quien dejó Cambises por mayordomo de palacio, diciéndome que Esmerdis, hijo de Ciro, mandaba que os pregonase las órdenes que traigo.» Los rebeldes, os digo, son dos magos; uno el mago Patizites, el gobernador que dejasteis en palacio, y el otro el mago Esmerdis, su hermano, tan traidor como él.»Ese vil era el mago Esmerdis, aquel que entre sueños no sé qué dios me hizo ver rebelde. Dijo Cambises, y lamentando después su desventura, abominó todas las acciones de su vida.

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