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Razones Históricas, Políticas Y Religiosas: Por Qué Israel No Puede Ser Un "Estado Judío


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2013  •  2.741 Palabras (11 Páginas)  •  360 Visitas

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Por. Sari Nusseibeh, profesor de filosofía en la Universidad Al

El actual mantra del gobierno israelí es que los palestinos deben reconocer a un “Estado judío”. Por cierto, los palestinos han reconocido clara y repetidamente el Estado de Israel como tal en los Acuerdos de Oslo de 1993 (que se basaron en la promesa israelí de establecer un Estado Razones históricas, políticas y religiosas: Por qué Israel no puede ser un “Estado judío”

palestino en un plazo de cinco años, una promesa que se ha desbaratado) y muchas veces desde entonces. Recientemente, sin embargo, dirigentes israelíes han cambiado dramática y unilateralmente los objetivos y ahora claman que los palestinos deben reconocer Israel como “Estado judío”.

En 1946, el Comité Anglo-Estadounidense de Investigación concluyó que la demanda de un “Estado judío” no formaba parte de las obligaciones de la Declaración de Balfour o del Mandato británico. Incluso en el Primer Congreso Sionista de 1897, cuando los sionistas buscaban “establecer un hogar para el pueblo judío”, no hubo ninguna referencia a un “Estado judío”. La Organización Sionista prefirió primero utilizar la descripción “Patria judía” o “Mancomunidad Judía”. Muchos dirigentes sionistas pioneros, como Judah Magnes y Martin Buber, también evitaron el término claro y explícito “Estado judío” para su proyecto de una patria para los judíos, y prefirieron en su lugar el concepto de un Estado democrático binacional.

Hoy en día, sin embargo, las demandas de un “Estado judío” de los políticos israelíes aumentan sin considerar lo que esto pueda significar, y sus partidarios afirman que sería tan natural como calificar a Francia de Estado francés. Sin embargo, si consideramos el tema desapasionadamente, la idea de un “Estado judío” es lógica y moralmente problemática por sus implicaciones legales, religiosas, históricas y sociales. Por lo tanto hay que explicar las implicaciones del término, y estamos seguros de que una vez que se haga, la mayoría de la gente –y la mayoría de los ciudadanos israelíes, esperamos– no aceptará esas implicaciones.

Numerosas implicaciones

1º En primer lugar, digamos que la confusión surge de inmediato en relación con este tema porque el término “judío” puede aplicarse tanto a la antigua raza de los israelitas y sus descendientes, así como a los que creen en la religión judía y la practican. Generalmente se sobreponen, pero no siempre. Por ejemplo, algunos judíos étnicos son ateos y hay personas convertidas al judaísmo (dejando de lado el tema de si son aceptados por gente como los judíos ultra-ortodoxos) que no son judíos étnicos.

2º Segundo, también podemos sugerir que el hecho de que una nación Estado moderna se defina por una etnia o una religión es de por sí problemático –si no inherentemente contradictorio– porque la nación Estado moderna como tal es una institución temporal y cívica, y porque ningún Estado en el mundo es –o puede ser en la práctica– étnico o religiosamente homogéneo.

3º Tercero, el reconocimiento de Israel como “Estado judío” implica que Israel es, o tendría que ser, o una teocracia (si aplicamos la palabra “judío” a la religión del judaísmo) o un Estado de apartheid (si aplicamos la palabra “judío” al origen étnico judío), o ambas cosas, y en todos estos casos, Israel ya no sería una democracia, lo que precisamente ha sido el orgullo de la mayoría de los israelíes desde la fundación del país en 1948.

4º Cuarto, por lo menos uno de cada cinco israelíes –un 20% de la población según el Buró Central de Estadísticas de Israel– es étnicamente árabe (y en su mayoría musulmanes, cristianos, drusos o baha’ís), y el reconocimiento de Israel como “Estado judío” como tal convertiría automáticamente a un quinto de la población en extranjeros en su propia tierra nativa y abriría la puerta a que se los relegue legalmente, de un modo extremadamente antidemocrático, a ciudadanos de segunda clase (o tal vez incluso a que sean despojados de su ciudadanía y otros derechos), algo que nadie, mucho menos un dirigente palestino, tiene derecho a hacer.

5º Quinto, reconocer un “Estado judío” como tal en Israel significaría desde el punto de vista legal que mientras que los palestinos ya no tendrían derechos de ciudadanos, cualquier miembro de la judería mundial afuera de Israel (tal vez hasta 10 millones de personas), tendría derecho a plenos derechos de ciudadano en el país, no importa dónde se encuentre actualmente en el mundo y sin tener en cuenta su actual nacionalidad. Por cierto, Israel admite públicamente que no posee el país en beneficio de sus ciudadanos sino que lo posee para siempre, en fideicomiso, por cuenta de los judíos del mundo. Es algo que sucede en la práctica, pero que obviamente no es considerado como justo por los palestinos en los territorios ocupados –incluida Jerusalén– en especial ya que son constantemente desalojados de su patria ancestral por Israel para hacer sitio para colonos judíos extranjeros, y porque niegan el mismo derecho a retornar y vivir a los palestinos de la diáspora.

6º Sexto, significa que incluso antes de que comiencen las negociaciones sobre el estatuto final, los palestinos habrían renunciado a los derechos a la repatriación o a la compensación de unos 7 millones de palestinos en la diáspora; 7 millones de palestinos descendientes de los palestinos que en 1900 vivían en Palestina histórica (es decir lo que es actualmente Israel, Cisjordania incluido Jerusalén, y Gaza), que en esos días eran hasta 800.000 de sus 840.000 habitantes; y que fueron expulsados de su país por la guerra, la expulsión violenta o el miedo.

7º Séptimo, reconocer un “Estado judío” en Israel –un Estado que pretende anexar todo Jerusalén, Este y Oeste, y que llama a Jerusalén su “capital eterna, indivisible” (como si la ciudad, o incluso el mundo en sí, fueran eternos; como si realmente estuvieran indivisos, y como si actualmente estuvieran reconocidos por la comunidad internacional como capital de Israel), significa ignorar completamente el hecho de que Jerusalén es tan sagrada para 2.200 millones de cristianos y 1.600 millones de musulmanes, como para entre 15 y 20 millones de judíos en todo el mundo.

En otras palabras, sería privilegiar al judaísmo por sobre las religiones del cristianismo y del Islam, cuyos adherentes comprenden en conjunto un 55% de la población del mundo. Desgraciadamente se trata de una narrativa propagada incluso por el reputado autor judío y Premio Nobel Elie Wiesel, quien, el 15 de abril de 2010, colocó anuncios de página completa en The New York Times y en The Washington Post y afirmó que Jerusalén

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