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Recismo Latinoamericano


Enviado por   •  13 de Diciembre de 2012  •  512 Palabras (3 Páginas)  •  310 Visitas

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MI HISTORIA……

¿Sería posible un Obama en América Latina? En clave autobiográfica, uno de los mejores escritores bolivianos del momento repasa los fantasmas de la discriminación racial en el continente.

A mediados de los 80 yo estudiaba en Buenos Aires. Me había vuelto un fanático del Boca Juniors debido a que esos años jugaba allí un compatriota, Milton Melgar. En los restaurantes, los camareros me ponían buena cara cuando les decía que era boliviano; casi todos parecían ser fanáticos de Boca Juniors y me decían “¡qué grande es Melgar!”.

El invierno de 1986, mi hermano Marcelo vino a visitarme. La coincidencia quiso que el primer domingo de su estancia se jugara el clásico Boca-River en la Bombonera. Tuve suerte y conseguí entradas. Nos tocó sentarnos detrás de la barra brava del Boca Juniors. Antes de iniciar el partido, disfrutamos del colorido de las tribunas, los cánticos insultantes con que las hinchadas se enfrentaban. Cuando salieron los equipos a la cancha, siguieron los cánticos. Parecía una competición; un estribillo ingenioso era respondido por otro aun más creativo. De pronto, la hinchada del River comenzó a corear: “¡Bolivianos, bolivianos, bolivianos!”. La reacción de los seguidores del Boca me impactó; decían cosas del tipo: “Nos jodieron estos gallinas. Y ahora, ¿cómo les respondemos?”. No, no había forma. Para los hinchas del Boca, el peor insulto que se les podía decir era “bolivianos”. Por suerte, mi hermano no entendió lo que pasaba; cuando me preguntó por qué el grito de “¡bolivianos!”, le dije, procurando disimular mi rabia, que era la forma en que la afición del River reconocía el talento de Melgar.

No debía haberme sorprendido. Después de todo, mis compañeros en la universidad me habían dicho varias veces: “¿Boliviano? ¡Si no parecés!”. Lo decían como un elogio, querían que les agradeciera el comentario. Para ellos, todos los bolivianos debían parecerse a las mujeres de rostros cobrizos que vendían cebollas a las puertas de los supermercados porteños, a los hombres que oficiaban de fontaneros y albañiles y que con su migración imparable desde la zona andina de Bolivia habían convertido Buenos Aires en una ciudad de más de un millón de bolivianos. Los bolivianos, los peruanos, los paraguayos éramos ciudadanos de segunda en la orgullosa capital argentina de los 80.

Lo irónico de toda esta situación era que yo fuera víctima del racismo. Provenía de una familia de clase acomodada de Cochabamba, en los valles bolivianos, y jamás había sufrido racismo ni ningún tipo de discriminación en mi país. Por supuesto, lo que sentí en el extranjero me hizo pensar mucho en lo que había visto y oído en Bolivia. Un amigo me lo había dicho alguna vez: “Para haber nacido en Bolivia, hemos tenido suerte”. Un país con mayoría indígena, un país en el que esa mayoría no había tenido derechos

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