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Resistencia pagana frente al avance del cristianismo.


Enviado por   •  6 de Septiembre de 2016  •  Informe  •  4.634 Palabras (19 Páginas)  •  258 Visitas

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Resistencia pagana

frente al avance del cristianismo.

Coronel Deborah, legajo: 117282

De Rosa Maria, legajo: 97166

Rojas Virna Karina, Legajo: 101623

Segovia, Romina, legajo: 101108

Valverde Florencia, legajo: 117229

Introducción

Este informe analizará un momento particular dentro de un proceso histórico específico, como fue el advenimiento del cristianismo en el Imperio Romano durante los finales del Siglo IV y la resistencia pagana aristocrática en el seno de su vida política: el Senado romano. Por un lado, la aristocracia romana pagana tradicional se manifiesta en la figura de Quinto Aurelio Símaco, educado en Galia, escritor y estadista, con profunda estirpe pagana, que ocupó un lugar destacado en la clase senatorial, prefecto de Roma en el año 384 d.C y cónsul en el año 391 d.C. Por otro lado, Ambrosio[1], Obispo de Milán proveniente también de una familia aristocrática romana y que poseía una sólida educación con conocimientos en lo retórico y jurídico.

La Carta de Símaco

Fuente que caracterizamos como primaria, directa e histórica. A partir de su lectura podemos advertir las diferentes tensiones que se generaron a raíz de medidas puntuales, como fueron la destitución del Altar de La Victoria del lugar que ocupaba tradicionalmente; y la revocación de privilegios a sacerdotes y vírgenes vestales[2] de la religión pagana, hechos acaecidos bajo el mandato del emperador Graciano[3]. Esta situación  provocó gran conmoción en el interior del Senado romano, por lo que Símaco decide escribir aproximadamente en el año 382-383, a los emperadores Teodosio y Graciano en defensa de las viejas tradiciones romanas; solicitando la restauración del mencionado Altar y la restitución de los privilegios revocados.

El Altar de La Victoria.

El emperador Augusto -Cayo Julio Cesar Octavio-[4] manda a colocar en el año 29 a.C.,  en la sala de sesiones del Senado romano; un altar que conmemoraba la victoria naval romana sobre Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Actium[5] producida en el año 31 a.C. Este símbolo tradicional representaba a la Diosa Victoria; erigida en una escultura de oro; personificada como una mujer alada de formas opulentas, que descendía para otorgar una corona de laurel al vencedor; los senadores que ingresaban al Senado quemaban incienso en su altar.[6] Este culto pervivió hasta que, Constancio, hijo de Constantino, en un viaje a Roma-357 d.C- ordena quitar el altar para luego ser restaurado por Juliano, en concordancia con su política de restablecer el paganismo-361-. Los emperadores siguientes, Joviano y Valentiniano I no se ocuparon del tema; fue Graciano quién decide deponerlo nuevamente en el año 382, en el marco de medidas que podemos caracterizar cómo “antipaganas”[7].

Fundamentación Filosófica

Hacia finales del siglo IV, el cristianismo comenzaba a ser cada vez más reconocido siendo incorporado en el sistema legal de Roma; participando de los asuntos públicos del Imperio. Los cristianos poseían una doctrina, un dogma que los hacía atractivos desde la época de Constantino  como elemento fundamental para hacer efectiva la reconstrucción del Imperio. A medida que transcurría el siglo; los cristianos iban adquiriendo beneficios: donaciones a sus iglesias y un status público especial para los sacerdotes. Mientras, el paganismo se veía desplazado de la esfera central político-religiosa a través de la destrucción de sus templos, prohibiciones de cultos, bienes confiscados[8].

“La Carta de Símaco” nos ayuda a observar algunas estrategias del paganismo en esta pugna, donde confronta al cristianismo por un lugar privilegiado en la vida de Roma.

En la composición del discurso de Símaco, observamos que se estructura en base a dos aspectos fundamentales: a) una fuerte tradición clásica romana: recalca la necesidad de retornar a lo primigenio que tan correctamente ha funcionado y rechaza de plano desatender estos fundamentos, se retrotrae a los principales lineamientos de una tradición basada en un conjunto de preceptos, costumbres y usanzas que configuraban al romano como tal. Estos mos maiorum, en su totalidad símbolo de la integridad moral y el orgullo de ser romano, componían la mayor herencia  dejada por los progenitores y transmisibles a los descendientes; habían logrado hacer de Roma una sociedad bien desarrollada y equilibrada.  Una sociedad bien desarrollada y equilibrada que contenía la concepción de libertad romana, condición anclada en la pertenencia a la tierra natal o la patria. Así esa libertad romana y los mos maiorum configuraban los supremos valores romanos.

“(…) pero ¿se nos podrá culpar de que defendamos las instituciones de nuestros abuelos, los derechos y el porvenir de la Patria, con el mismo calor que defendamos la gloria de nuestro siglo, que será mucho mayor, si no se permite nada que se oponga a los usos de nuestros padres?”[9]

b) una normativa típica y común a los autores de la época: la estructura discursiva remite,  a un conjunto normativo común a todos los autores de su tiempo. Durante el siglo IV asistimos a un gran desarrollo del género epistolar como único medio de comunicación entre individuos a lo largo de todo el Imperio. Dicho género responde a una estructura basada en una intensa ceremonia, cortesía y en unas convenciones formales muy estrictas que se deben respetar.  El mantenimiento de una correspondencia regular, responder a las cartas recibidas, comunicar noticias importantes junto con expresiones de amenidad, benevolencia y prudencia, permitían propiciar y reafirmar el mantenimiento de todo tipo de relaciones.  Inclusive una infracción en las mismas se consideraba una descortesía.  Sus protagonistas eran conscientes de la importancia de la comunicación, el intercambio de información, ideas e influencias[10].  

Símaco y Ambrosio han legado una correspondencia de riqueza extraordinaria con gran influencia filosófica clásica, sobre todo por la escuela neoplatónica[11].

Símaco  se centra en dos cuestiones; la restitución del Altar de La Victoria que garantizaría la libertad romana en cuanto a la libertad religiosa, y la devolución de privilegios revocados a las vírgenes vestales y sacerdotes que contenía la financiación pública de la religión tradicional del Estado y los beneficios que derivaban de ello en todo el Imperio Romano[12].

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