Tareas De Historia
Enviado por 23145 • 24 de Noviembre de 2012 • 12.350 Palabras (50 Páginas) • 598 Visitas
Cuerpo místico / cuerpo erótico:
Las buenas conciencias y la crítica
a los valores católico-burgueses
Maria Aparecida da Silva
masilva@domain.com.br
Facultad de Letras de la Universidad Federal de Rio de Janeiro
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Por su tendencia realista, opuesta al tono alucinante (lingüístico y temático) de Los días enmascarados y La región más transparente, la novela Las buenas conciencias1 (1959) sigue siendo un inesperado anacronismo en el conjunto de narrativas ficcionales de Carlos Fuentes, a pesar de la reiterada explicación de los motivos que llevaron al autor a imitar el estilo de Benito Pérez Galdós: “Yo no puedo hablar de la misma manera de la cultura recoleta, católica, provinciana de Guanajuato, que de otra marcada por el por-art, el consumo y los medios de información.”2
Acostumbrados a la desordenada confluencia de tiempos y espacios característica de sus primeros relatos -parte del proceso definido por Fuentes como ficcionalización total-, público y crítica se sorprendieron de la linealidad impuesta al texto como plasmación de un mundo interiorano que sólo puede expresarse “en estas formas muy siglo XIX” (Harss & Dohmann, p. 365). Además, Fuentes había ya identificado en la prosa galdosiana la anticipación de algunas de las técnicas practicadas por los nuevos narradores hispanoamericanos, como, por ejemplo, la intratextualidad, visto que en los relatos del escritor español se repiten con frecuencia episodios y personajes de sus obras precedentes. Esto significa, como advirtió Torrente Ballester (1969, p. 427), que a las figuras concebidas por Pérez Galdós no les rige una ley particular, en una especie de astronomía interior, sino una ley que les impone el autor desde afuera, transformado éste, en fin, en testigo que persigue a sus propios personajes, examinando y apuntando los datos de la realidad. Al igual que Pérez Galdós, Fuentes buscó conferir a Las buenas conciencias la misma dimensión social que se forja en la profunda relación de los personajes con su tiempo. También la minucia en la presentación ambiental contribuye para la manifestación de la personalidad espiritual de los caracteres, que adquieren “individualidad concreta a través de un gesto, de una pasión, de un vicio o de un dolor.” (Torrente Ballester, p. 83)
En Las buenas conciencias, sin embargo, las convergencias y divergencias de estilo equivalen. Al contrario de Pérez Galdós, bastante influenciado por el naturalismo y el cientificismo finiseculares, Fuentes refrena la tendencia al agotamiento descriptivo, alcanzando así la síntesis y la intuición de lo esencial, por lo general ausentes, según los críticos, de las obras del escritor español. En Pérez Galdós, una sutil ironía, que encuentra en el uso del lenguaje popular una de sus más ricas expresiones, ameniza el tono de indignación que asume el narrador al tratar de ciertas deformaciones de los hábitos y de las pasiones humanas, el amor entre ellas, visto más bien como perversión que como sentimiento. Fuentes buscó imprimir en Las buenas conciencias este mismo tono irónico cuando, siguiendo el ejemplo del escritor realista, satiriza el determinismo que parece condicionar la vida de la gran mayoría de sus personajes, casi siempre nacidos en fechas no muy gloriosas para la historia nacional. Pero reflejando la influencia de los esquemas narrativos de sus dos primeros libros, en los que predomina, como en Rulfo, el estilo confesional, Fuentes no exime al narrador en tercera persona de una complicidad con relación al destino de los protagonistas, recreando así la tensión derivada de la confrontación entre la tentativa de distanciamiento crítico y la necesidad de participación en la angustiante búsqueda de la verdad personal dentro de un anquilosado orden social. Tanto para Pérez Galdós como para Fuentes, el gran centro de interés narrativo es la evolución de la pequeña burguesía, en tanto que elemento actuante y transformador dentro de un determinado período de la Historia nacional. Sin embargo, la Guanajuato de Fuentes poco tiene que ver con el bullicioso mundo de transición madrileño captado por Pérez Galdós. En Las buenas conciencias, la pequeña ciudad de antaño aparece, en verdad, como que salida de las páginas del realista José María Pereda o del modernista Jacinto Benavente, cuyas obras retratan la cristalización de la vida provinciana, “donde lo inalterable y lo inmóvil se han convertido en lo bueno” y donde inmediatamente “se juzga malo todo lo que vive, lo que se mueve no porque viva o se mueva, sino porque amenaza conmover y destruir las formas de vida respetadas.” (Torrente Ballester, p. 86)
El gran mérito del autor mexicano fue saber adaptar la especialísima doble concepción galdosiana de un inconsciente individual y un inconsciente colectivo, la cual, imbuida de un “cervantismo de fondo”3, refleja a través de nuevo prisma el eterno conflicto entre la dinámica de la fantasía personal y el marasmo de valores y normas sociales que (pre)moldan la realidad. Se comprende así el porqué de la dedicatoria dirigida a Luis Buñuel -“gran destructor de conciencias tranquilas”-, bien como la función mediadora de los epígrafes, citas de las obras de Søren Kierkegaard y Emmanuel Mounier, que prenuncian la crisis del individualismo y la condena al fracaso como temas nodales del relato.4
En una Guanajuato que es para México lo que Flandes representa para Europa (“el cogollo, la esencia de un estilo, la casticidad exacta”) y cuyos habitantes son “mochos laicos” capaces “de servir a la iglesia más oportuna” desde que ésta les pueda garantizar “la mejor administración práctica de la ‘voluntad general’ teórica” (LBC, p. 14-5), se delinea un conflicto irresoluble desencadenado en la figura del joven protagonista Jaime Ceballos, el mismo personaje que, ya entonces en edad adulta, abogado y novio de Betina Régules, frecuenta los meetings nocturnos de La región más transparente y que vuelve a actuar, ya casado, en las extravagantes fiestas promovidas por Artemio Cruz. Un doble y contradictorio movimiento de rechazo y protección exagerada marca, como un estigma, la presencia de Jaime en el clan de los Ceballos, la pobre familia de inmigrantes madrileños que hacia 1852 logra instalar en la ciudad su tienda de “paños”. Habiendo ambos patriarcas Higino y Pepe curiosamente fallecido en fatídicas fechas (el primero, el día en que Maximiliano pisa tierras veracruzanas; el segundo, el día del asesinato del revolucionario Aquiles Serdán, el más notable dirigente maderista),
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